El homicidio de Tadeo, un bebé de ocho meses de edad, sacudió emocionalmente a los jaliscienses. Es imposible pensar en una tragedia más traumática. Un bebé se despide del mundo al ser alcanzado por las llamas de un camión incendiado por los criminales. En un instante queda simbolizada cruelmente toda una estrategia fallida, la crueldad del narcotráfico y las autoridades rebasadas. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?Antes de Tadeo, Jalisco se indignó por sus desaparecidos. Marchas, protestas, manifestaciones que sirvieron para recordarnos que a nivel estatal hay tres mil ciudadanos sin localizar. La desaparición de los tres estudiantes del Centro de Audiovisuales supuso la gota que derramó el vaso. Una pugna entre cárteles, en un contexto de instituciones carcomidas, obsoletas e incapaces, es suficiente para que cualquiera desaparezca sin dejar rastro. Jalisco está golpeado y la puerta de salida no es evidente.El diagnóstico es desolador. En el actual sexenio, los homicidios han tocado su máximo histórico (más de 1,500 en 2017); las desapariciones se mantienen en niveles sumamente altos; la infiltración de las policías afecta a muchísimos municipios, incluso de las supuestamente menos porosas policías de la metrópoli; el tejido social y comunitario está francamente lastimado; el crimen organizado se ha enraizado fuertemente en el tejido social, económico y político. El narcotráfico se ha vuelto un empleador atractivo en un contexto de precarización laboral; la mayoría de los asesinados y desaparecidos son jóvenes, y las apuestas institucionales -fiscalías, fuerzas únicas- han demostrado su inoperancia.En un horizonte así, se esbozan dos salidas del problema. La primera es agarrarse al revanchismo y a la venganza. Abrazarse al estado autoritario y pedir “mano dura”. Luego del asesinato de Tadeo, a todos nos impregna un sentimiento de indignación que le da cuerpo a las pulsiones más salvajes: pena de muerte, córtenles las manos, tortura. Violencia con violencia se paga, decimos. Es difícil no ser presa de dichas pulsiones luego de las historias de terror con las que debemos lidiar en Guadalajara. Nos brota ese “Bronco” que tenemos dentro.El instinto también nos empuja hacia al refugio. Salvaguardarnos de la hostilidad exterior. Abandonar el espacio público, no vaya a ser que un fuego cruzado acabe con la vida de nosotros o de quien más queremos. Convertirnos en una ciudad dormitorio, que sólo se traslada al trabajo y que entienda la urbe como eso que está de paso entre el hogar y el mundo laboral. De las crisis, una sociedad decide cómo salir, y el camino más corto sería ceder ante los pulsos autoritarios que nos exigen sacrificar libertad a cambio de seguridad.La otra salida es más compleja y el camino es más largo, pero implica el compromiso de todos para construir la paz desde la libertad y la recomposición del “nosotros”. Paz significa oportunidades; menos diferencia entre los que tienen todo y los que no tienen nada; una ciudad que no margine y expulse; instituciones que respondan a los más débiles y que no sean manipuladas por los criminales; colaboración entre ciudadanos y recobrar la confianza los unos y los otros; participación barrial y ciudadana -capital social-; tolerancia y entender al otro. El primer modelo es el colombiano, que muchos años después, sigue teniendo una violencia estructural con una tasa de homicidios que, a pesar de la reducción, se sitúa en los 25 por cada 100 mil habitantes, más alta que la mexicana. El modelo bélico nos sugiere: “si quieres paz, prepárate para la guerra”. Salir de la crisis a golpe de balazos, cañonazos y revanchismos perpetuaría la guerra sin un horizonte de paz. El ejército en las calles a perpetuidad. Un estado de sitio.Jalisco necesita un debate de fondo. Es importante abrir las discusiones desde todos los ámbitos y sin temas vedados. Los modelos de combate a la inseguridad han fracasado, porque se trazan en una especie de laboratorio con científicos de batas blancas y con poca vinculación con el país real. O peor aún, como pasó con la Fiscalía General del Estado, se diseñan instancias a “imagen y semejanza” del titular -como pasó con Luis Carlos Nájera- y luego queda demostrada su inoperancia. Necesitamos un modelo base cero: ¿qué hacer con el Poder Judicial y la corrupción de los jueces? ¿Qué ministerio público queremos? ¿Qué tipo de policías? ¿Cómo garantizar los derechos humanos? ¿Es sostenible la política prohibicionista? ¿Cómo reinsertar a los delincuentes? ¿Cuál debe ser el papel de la prisión? ¿Cómo incorporamos a los miles y miles de jaliscienses que han optado por la vía criminal?Todas las líneas deben estar abiertas a exploración. Porque vivimos en una sociedad violenta y sin cohesión. Porque hay violencia desde las aulas con los niveles de bullying fuera de control; porque seis de cada 10 mujeres aceptan haber sido acosadas o violentadas; porque la violencia se ve y se respira entre automovilistas, así como en nuestro trato cotidiano. La violencia ha venido carcomiendo todo y cuando despertamos teníamos una ciudad agresiva, amurallada, con poca vida comunitaria, con franjas de marginación y con instituciones rebasadas. Estos niveles de violencia no se resuelven con un poquito más de patrullas o un puño más de uniformados. Admitir el fracaso de la estrategia de combate a la inseguridad es el primer paso para encontrar la estrategia adecuada.Cualquier estrategia de seguridad tiene que tener como meta indiscutible: la paz. El objetivo debe ser reducir los niveles de violencia en nuestra sociedad. Una estrategia adecuada es la que se centra en las personas y su bienestar. Las drogas son muy dañinas, pero el prohibicionismo lo único que nos ha dejado es muerte, violencia e instituciones corrompidas hasta la médula. Por evitar que un chavo de 17 años de Chicago fume un porro de marihuana hemos movilizado a todas las fuerzas de seguridad con resultados que son dramáticos. Tenemos que hacer un reset de toda la política de combate a la violencia, poniendo en el centro la construcción de la paz en un auténtico estado de derecho. Una estrategia democrática e incluyente que no esquive las causas más profundas de la violencia y que los combata desde todos los frentes. La paz no se construye ni en un día ni en un sexenio, pero algún día hay que empezar. JA