Viernes, 29 de Noviembre 2024

Que el pueblo sea profeta

En este domingo, el Maestro de Nazaret, nos propone a vivir como Él al servicio del reino de Dios, haciendo la vida de las personas más humana, más digna y dichosa

Por: El Informador

«Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor». WIKIMEDIA/«Pentecostés», de El Greco.

«Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor». WIKIMEDIA/«Pentecostés», de El Greco.

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Nm 11, 25-29.

«En aquellos días, el Señor descendió de la nube y habló con Moisés. Tomó del espíritu que reposaba sobre Moisés y se lo dio a los setenta ancianos. Cuando el espíritu se posó sobre ellos, se pusieron a profetizar.

Se habían quedado en el campamento dos hombres: uno llamado Eldad y otro, Medad. También sobre ellos se posó el espíritu, pues aunque no habían ido a la reunión, eran de los elegidos y ambos comenzaron a profetizar en el campamento.

Un muchacho corrió a contarle a Moisés que Eldad y Medad estaban profetizando en el campamento. Entonces Josué, hijo de Nun, que desde muy joven era ayudante de Moisés, le dijo: “Señor mío, prohíbeselo”. Pero Moisés le respondió: “¿Crees que voy a ponerme celoso? Ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta y descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor”».

SEGUNDA LECTURA

St 5, 1-6

«Lloren y laméntense, ustedes, los ricos, por las desgracias que les esperan. Sus riquezas se han corrompido; la polilla se ha comido sus vestidos; enmohecidos están su oro y su plata, y ese moho será una prueba contra ustedes y consumirá sus carnes, como el fuego. Con esto ustedes han atesorado un castigo para los últimos días.

El salario que ustedes han defraudado a los trabajadores que segaron sus campos está clamando contra ustedes; sus gritos han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos. Han vivido ustedes en este mundo entregados al lujo y al placer, engordando como reses para el día de la matanza. Han condenado a los inocentes y los han matado, porque no podían defenderse».

EVANGELIO

Mc 9, 38-43.45.47-48.

«En aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”. Pero Jesús le respondió: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor.

Todo aquel que les dé a beber un vaso de agua por el hecho de que son de Cristo, les aseguro que no se quedará sin recompensa.

Al que sea ocasión de pecado para esta gente sencilla que cree en mí, más le valdría que le pusieran al cuello una de esas enormes piedras de molino y lo arrojaran al mar.

Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela; pues más te vale entrar manco en la vida eterna, que ir con tus dos manos al lugar de castigo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo; pues más te vale entrar cojo en la vida eterna, que con tus dos pies ser arrojado al lugar de castigo. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo; pues más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos al lugar de castigo, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga’’».

Que el pueblo sea profeta

Es memorable la insistencia de Pablo de Tarso al indicar que la ley no nos garantiza la justicia. Es el Espíritu en su novedad quien da la vida a todo cuanto existe. Este mismo Espíritu del Señor anima en su pueblo a quienes son llamados a profetizar. Y “ojalá que todo el pueblo de Dios fuera profeta” para encontrarse con él en todo momento, en todas las circunstancias. De manera especial en donde el amor, la dignidad y la justicia parecen estar ausentes.

Este Espíritu del Señor llevó a Santiago a denunciar la falta de solidaridad y las situaciones de opresión al interior de la comunidad cristiana. La ley, que puede dar vida cuando se le toma como un medio, se convierte en instrumento de opresión y muerte cuando no se emplea para garantizar la justicia sino para condenar y excluir. La ley solo tiene sentido cuando funge como recurso que posibilita las condiciones para que el amor se despliegue. Si segrega, si plantea un nosotros frente a los otros, conduce inevitablemente a la muerte.

Pero Dios no cesa de hacerse presente en el mundo, obra sin descanso haciendo descender su Espíritu para animar a la comunidad y conducirla por el camino de la vida. Rutilio Grande, cuya beatificación, junto a la de otros tres testigos ha sido anunciada recientemente, mostró frente a los escuadrones de la muerte que la vida es invencible y que si la ley mata, el Espíritu da vida. Testigos del amor en medio de una guerra civil animada por intereses particulares.

Los escuadrones de la muerte y otras tantas aberraciones suelen apelar a la ley y al orden como principales motivos de su actuación. Pero no importa que los motivos parezcan sagrados o excelsos, cualquier acto humano que excluye y condena termina por conducir a la muerte. Ojalá que todas las personas nos dejáramos animar por el Espíritu para ser testigos de la vida y del amor, capaces de afirmarla en medio de situaciones devastadas por la muerte.

Esta irrupción capaz de afirmar la vida es necesaria en un país que se profesa mayoritariamente creyente. El dolor y la violencia no ceden, la discriminación y la exclusión prevalecen. Riquezas corrompidas y salarios defraudados saltan hoy a nuestra vista para impulsarnos a profetizar y a reconocer el profetismo de quienes atestiguan el amor, sean o no de nuestro grupo, sean o no de los nuestros.

Luis Arriaga, SJ - Rector del  ITESO

“La cultura del nosotros”

En la liturgia de la palabra de este Domingo, Jesús nos enseña a estar abiertos a dos actitudes que hemos de cultivar para con los demas; al bien y a la tolerancia para promover la cultura del encuentro y del dialogo.
El texto del Evangelio de este 26º Domingo del tiempo ordinario nos presenta parte de una larga instrucción hecha por Jesús a sus discípulos. Esta vez el Evangelio expone, entre muchas cosas importantes, tres exigencias de conversión para las personas que quieran seguirlo:

La primera corrige la mentalidad equivocada de quien piensa ser el “dueño” en lugar del discípulo de Jesús; en este sentido convendría no tener la mentalidad cerrada del discípulo Juan, que de manera muy primaria pensaba ser el “dueño” de Jesús, sino tener una actitud abierta y ecuménica, capaz de reconocer el bien en los otros. Ese es en gran parte el reto que nos toca asumir, alegrarnos de que se haga el bien y las buenas obras, aunque no se nos haya ocurrido a nosotros sino a otras personas que de buena voluntad anhelan un mundo mejor para todos.

La segunda, insiste en la acogida que hay que dar a los pequeños; superar la mentalidad de aquellos que se consideraban superiores a los otros, y que, por esto, despreciaban a los pequeños y pobres y se alejaban de la comunidad. ¿Radical?, quiza, y es esa la radicalidad que la liturgia de la palabra en este día nos invita a vivir: «la cultura del nosotros». Con el propósito de reconocer que toda persona es mi «prójimo» que necesita de una mano amiga y solidaria. Es en un solo enunciado el ideal a alcanzar para combatir la pseudocultura del descarte que amenaza tanto a la humanidad.

Y la tercera, manda comprometerse radicalmente por el Evangelio, Jesús pide no dejar que entre la rutina en el vivir el Evangelio, sino que pide que seamos capaces de romper los lazos que nos impiden vivirlo en plenitud. Por tanto, en este domingo, el Maestro de Nazaret, nos propone a vivir como Él al servicio del reino de Dios, haciendo la vida de las personas más humana, más digna y dichosa, para seguir construyendo una Iglesia verdaderamente fraterna y empática, movido por su espíritu que busca el bien de todos sus hijos, en especial de los más necesitados.

Pidamos a Dios la gracia que más necesitamos. En el mundo de hoy, dominado por el sistema neoliberal, existe el desprecio por los pequeños, y de hecho aumenta por todas partes la pobreza, el hambre y el número de prófugos y de abandonados. Falta entre nosotros los cristianos el compromiso de vivir el Evangelio. Pero si nosotros, millones de cristianos, viviésemos realmente el Evangelio, el mundo no estaría como está.

Que sea el Espíritu Santo quien ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Su Palabra nos ha hecho ver. Para que, como María, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra.

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