Viernes, 29 de Noviembre 2024

“Preparen el camino del Señor”

La Palabra de Dios

Por: El Informador

Pixabay

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PRIMERA LECTURA:

Bar 5, 1-9. “Dios mostrará tu grandeza”.

SEGUNDA LECTURA: Fil 1, 4-6. 8-11. “Manténganse limpios e irreprochables para el día de Cristo”.

EVANGELIO: Lc 3, 1-6. “Todos verán la salvación de Dios”.

En la liturgia del día de hoy, la Iglesia toma la palabra “preparen” de labios de Juan Bautista: “preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos… y todos los hombres verán la salvación de Dios” (Lc. 3, 4.6). El término “preparen” hace referencia a la conversión, por lo que es una expresión dirigida al hombre interior, al espíritu humano.

El hombre, en su vida, se prepara constantemente para algo. La mamá se prepara a traer al mundo al niño y provee para él las diversas cosas necesarias, pañales, ropa, etc. El joven que inicia en la escuela, sabe que tiene que preparar las lecciones de cada día, sabe que tiene que prepararse para los exámenes. Toda nuestra vida es una preparación de etapa en etapa, de día en día, de una tarea a otra.

El testimonio de Juan el Bautista, nos sugiere salir al encuentro del Señor, es preciso crear dentro de nosotros y a nuestro alrededor espacios de desierto: ocasiones de renuncia a lo superfluo, búsqueda de lo esencial, y un clima de silencio y oración.

Y es sobre todo en el sacramento de la reconciliación donde el cristiano puede hacer esa experiencia, redescubriendo a la luz de la palabra de Dios la verdad de su propio ser y gustando la alegría de recuperar la paz consigo y con Dios.

En nuestros días, es urgente que los padres cristianos pongan atención especial en la educación de sus hijos para ser testigos valientes del Salvador en el mundo de hoy, convirtiéndose en los primeros catequistas de sus hijos, y a los hijos jóvenes corresponde esforzarse por evitar el pecado y amar intensamente a Dios.

San Lucas refiriéndose a la misión del Bautista, nos exhorta a enderezar los senderos de la injusticia y allanar los lugares escabrosos de la mentira, a rebajar los montes del orgullo y llenar los barrancos de la duda y del desaliento.

¿Qué tan dispuestos estamos a acoger su invitación a la conversión, al recogimiento y a la austeridad, en una época, como la nuestra, cada vez más expuesta a la dispersión, a la fragmentación interior y al culto de la apariencia?

La palabra de hoy nos invita a enderezar las injusticias, rellenar los vacíos de bondad, de misericordia, de respeto y comprensión; rebajando el orgullo, las barreras, la violencia; allanando todo lo que impide a las personas una vida libre y digna.

En este tiempo de Adviento preparémonos para ver, con los ojos de la fe, en la humilde gruta de Belén, la salvación de Dios. Sólo así podremos prepararnos para celebrar de modo auténtico la Navidad.

Voces en los desiertos

Segundo domingo de adviento

Despojarse del luto y de la aflicción, ponerse de pie, elevar la mirada, cultivar la justicia, encauzar rectamente los senderos, colmar los vacíos, enderezar lo tortuoso… Estas acciones y actitudes enmarcan el mensaje que las lecturas nos transmiten en este segundo domingo de Adviento. El Adviento es un tiempo de preparación y de espera, y lo que se espera con el nacimiento de Jesús es el reconocimiento gozoso en nuestra propia historia del cumplimento de una promesa de vida, de una alianza entre el Creador y su creación, de una unión cultivada por el amor entre Dios y la humanidad. No obstante, dadas las oscuridades que surgen del actual momento histórico -graves crisis económicas, sanitarias, políticas, sociales, ecológicas, culturales- es posible que el anuncio de tal acontecimiento pueda percibirse de una manera similar a como sucedió hace más de dos milenios, de acuerdo a los escritos del profeta Isaías y el pasaje lucano de Juan Bautista: como un anuncio solitario en el desierto. Tanto en el contexto en el que se ubica el mensaje de Isaías como el del Bautista, la situación del pueblo de Israel era sumamente difícil: sometimiento, incertidumbre, pérdida de rumbo, pobreza (ya sea en el exilio en Babilonia, en el caso del profeta, o en las mismas regiones de Galilea y Judea, en los tiempos neotestamentarios). Aun así, el anuncio de la inminente irrupción divina en la historia se abrió paso en medio de la aridez de aquellos desiertos, y alimentó el anhelo de rescate y salvación en aquel pueblo débil.  

Con el nacimiento del Salvador, aquella promesa de vida se encarna definitivamente en la historia, y las voces que antiguamente proclamaron la preparación de un camino para la llegada del Señor, nuevamente resuenan ahora en nuestra realidad, en nuestros propios desiertos, personales y colectivos. Tocará entonces saber escuchar esas voces y caer en la cuenta de que nos llaman cariñosamente a recrear en nuestra vida la vivencia del Dios encarnado, del Dios que salva, del Dios con nosotros. La promesa encarnada, Jesucristo, nos invita así a ser promesa de fraternidad y caridad para los demás.

Arturo Reynoso, SJ - ITESO

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