Un libro contiene en sí mismo un mundo, pero no sólo respecto a su contenido impregnado en cada página, sino también en el proceso de creación del propio objeto. Si bien actualmente la mayoría de libros se hacen digitalmente y se imprimen en máquinas de gran formato diseñadas para grandes flujos de trabajo, todavía existen los interesados en conservar la magia del proceso de creación manual del libro y así, ofrecer a los lectores productos donde cada letra es palpable.En Guadalajara se encuentra un ameno espacio donde los libros cobran vida paso por paso: Impronta Casa Editora. En ésta se resguarda la tradición a través de máquinas de hace más de medio siglo que todavía están activas y son manejadas por apasionados del proceso, desde linotipistas hasta encuadernadores.“En un comienzo fue por el gusto, nos daba curiosidad pero nos dimos cuenta que hay, evidentemente, toda una tradición detrás de la llegada de la era digital y es un trabajo de rescate y al mismo tiempo, todo esto se pone en diálogo con las nuevas maneras de hacer libro y de comercializarlo”, detalla Carlos Armenta, miembro de Impronta.El proceso es más largo y resulta en una menor cantidad de tirajes, en el caso de Impronta, el mayor tiraje realizado ha sido alrededor de 500 ejemplares, pero el fruto vale el tiempo y esfuerzo dedicado: “En el libro resultante se puede notar la presión del tipo móvil y del linotipo, en su interior se aprecia que las cajas tipográficas son bastante tradicionales, clásicas; todas ellas salieron de una máquina de linotipo, lo que actualmente surge de una computadora. Al final, en el colofón se puede ver las máquinas utilizadas, sus nombres, así como el nombre de los linotipistas, impresores y encuadernadores, y por supuesto, su folio, es decir, el número de ejemplar”.El manuscrito que se desee convertir en libro llega con el linotipista Rafael Villegas, quien se dedica a componer el texto con la máquina de linotipo, que no es otra cosa que una máquina que asemeja a las de escribir y permite componer de forma automatizada los textos, consta de 16 filas, con seis teclas cada una, que permite transformar los textos en líneas de plomo.Rafael Villegas explica el proceso: “A mí me pasan los originales sobre la máquina, yo los tecleo en el componedor y se pasa al proceso de fundición. La máquina los funde y distribuye en sus matrices, se distribuyen las tipografías. Una vez distribuidas, la máquina bota la línea que es para las máquinas de impresión. Yo continúo tecleando para seguir constantemente alimentando la máquina con el original”.Después de colocar las líneas sobre las galeras, se imprimen algunas pruebas para revisar que los errores no estén presentes, al salir de éstas, se hace el trabajo de compaginación para mandarse a prensa para la impresión. Por último, se encuaderna, trabajo que hace Gina Villegas, hija de Rafael.“Todo este sistema es un método de impresión que está en completo desuso actualmente, se utilizaba hace 50 u 80 años, por lo que todas las máquinas que utilizamos aquí tienen esa antigüedad”, concluye Armenta respecto al proceso.Rafael Villegas descubrió su pasión por la impresión cuando era un niño: “Creo que yo nací para esto. De pequeño, en una ocasión de regreso de la escuela, tenía ocho u nueve años, me topé con un taller grandísimo, me llamó la atención porque se escuchaba mucho ruido de las máquinas, me metí al taller y estaban las máquinas de linotipo con sus respectivos trabajadores operando, uno de ellos me dio una línea, pesada y caliente, me llamó la atención desde entonces”.El pequeño curioso se hizo asiduo a dicho lugar, por lo que los trabajadores le ofrecieron limpiar las máquinas a cambio de uno o dos periódicos del día (el taller era del diario Sol del Parral), los cuales vendía al salir. “Así fue como yo empecé a tener conocimiento de las máquinas y me gustaron”.Prontamente, Villegas pasó de limpiar los linotipos a manejarlos, gracias a un periodista que le urgía publicar su columna, sin embargo, no había linotipistas en la ciudad, por lo que el niño, ya de 12 años, decidió intentar y usarlas: “comencé a hacer su impresión, pero ni una línea me salió bien… él me incitó a aprender. A los 14 años me hice linotipista. Me gustó todo del linotipo, aprendí hasta la mecánica, tuve buenos maestros y también aprendí algunas cosas solo”.A partir de entonces, continuó con su oficio, aunque en algunas ocasiones tuvo que alejarse por la falta de trabajo, sin embargo, “siempre me preocupé por estas máquinas, para mí son como una joya, siempre las he querido muchísimo, son mecánicas, no tienen nada de electrónico, son una maravilla”.Actualmente, no deja de agradecerle a su profesión como linotipista porque “es un trabajo que me ha abierto las puertas en muchos sentidos, además, me ha otorgado mucho conocimiento porque he aprendido tantas cosas que me preparan para la vida, es una escuela a través de la literatura, constantemente estoy leyendo y por ende, aprendiendo, por lo que para mí es algo que me ha brindado bastante riqueza”.Gina Villegas, actual encuadernadora, comenzó apoyando a su padre, “él me enseñó la impresión, compaginar, coser, los principios de la encuadernación. A partir de esto se convirtió en mi oficio, me cautivó la manualidad. Esto es lo que me gusta, día a día seguimos aprendiendo, éste será mi octavo año trabajando aquí y también lo he traspasado a mis hijos, de hecho, antes de Impronta, ya me ayudaban a coser y hasta la fecha, en sus vacaciones escolares, se viene a trabajar conmigo”.Así, el conocimiento de Rafael Villegas pervivirá, por lo menos, dos generaciones más y sus preciadas máquinas podrán continuar viviendo. “Estas máquinas están vivas, por lo que si las tratas bien, siempre funcionarán, por lo que no quiero que esto se acabe, ¿cómo sería posible que esto algún día termine?”, concluye el linotipista. DR