En la última visita que hicimos por los Altos de Jalisco, entre plantíos agaveros y maizales -ya ‘moneados’ en forma de conos invertidos- nos encontramos con la antigua y señorial Arandas de tantas tradiciones, y que vino a nacer en tiempos de la Colonia, cuando los ejércitos españoles, formados por gente curtida y recia de sangre vasca y francesa, decidieron mezclarse -entre ‘mercedes’ y ‘encomiendas’ reales- con quienes ya habitaban estas tierras, habiendo surgido una población nativa (y revueltita) de altos, güeros, ojo claro y buenos pa´ trabajar el campo.Al solo ir entrando a la ciudad… un grupo de charros de los meros buenos, se aparecieron en sus briosos caballos de buena estampa. Sombrerudos bigotones muy guaposos, aparecían por todos lados bajo los adornos de papel picado de colores que colgaban de lado a lado de la calle. Botonaduras de plata y moños de corbata engalanaban las altivas figuras que parecían hacerse uno con sus pencos con el repiqueteo de cascos y espuelas, ansiosos de llegar al festival. Bonita imagen.¿Tequilas en Arandas? No, pos nos amanecemos. Muchos y de los meros buenos, son los que se asoman en los estantes de las tiendas de cada esquina. En una de ellas aparecía un letrero que decía con jiribilla que nos pareció gracioso: Aquí vendemos El Más Cabrito de los tequilas, decía. También apareció el famoso Siete Leguas (el caballo que Villa más estimaba) que orgulloso mostraba su presencia junto con los valerosos Cazadores y el Centinela por un lado. Encontramos también algunos otros en donde el carácter picaresco del mexicano afloraba con alegría. Que les parece El Cabrito, El Cuatro Vientos, Casino Azul, Lluvia de Estrellas, el Tres Gracias, El Apostador, El Chilango, Reserva del Cardenal (pa’ que nos perdone los pecados, como el Obrador); y desde luego ahí esta está el famoso ‘raspa cuellos’ llamado El Salto de Don Vito, repleto de románticas ilusiones invernales.La monumental iglesia (que más parece catedral) parece venirse encima al solo caminar por la plaza principal. Gótica, neogótica o como le quiera usted llamar, con altivez y seguridad, rotunda apunta sus agujas hacia los famosos cielos nunca vistos, con un pesado cargamento de gárgolas, rosetas, vitrales, volutas y filigranas que quizás quieran expresar (a su modo) la grandeza del señor. El humilde nombre con que la bautizaron (San José Obrero) nos pareció tan irónico como la campana (La Reina del Silencio) que nunca pudo llegar a donde debía, ni sonar como se quería. Actualmente cuelga, casi con pena, de un arco labrado en cantera ¡fuera de la iglesia! porque el edificio no pudo resistir su peso. Bello monumento, ni duda cabe.-¿Y sí toca?- preguntarán ustedes. -Sí, sí toca- pero poquito. -En las pocas ocasiones en las que la campana tañe-me dijo una señora que estaba en la sacristía- suena como cántaro rajado, suena ronca, pero bonito -aclaró defendiendo el símbolo regional- ya nos acostumbramos, y hasta nos gusta su sonido- finalizó gozosa.Mientras discutíamos lo de la campana muda, vimos que, cruzando la plaza y a un lado de la iglesia, había una tienda de solo dulces. No, pos ay vamos como niños de primaria en donde, volviendo a nuestra infancia, nos encontramos con los antiguos borrachitos, las mechudas, tarugos, glorias y magdalenas que fueron la alegría y los pecados de todo el viaje.Elio, el dueño, sumergido en su sombrero de paja; Vianey su esposa y todo el impecable personal, lucían con orgullo en sus delantales el nombre de Dulcería de Los Altos, mientras con celo vigilaban, tanto las cajas que sonaban sin cesar, como las caras gozosas y satisfechas de la clientela. Más que tienda, pudiera ser un museo de dulces arandenses. Ya imaginarán los bolsijones llenos de pecados con los que salimos de aquella tienda. Obleas, muéganos, chiclosos, rompopes y jamoncillos rebosaban nuestras bolsas.Me acordé de la célebre expresión de Oscar Wilde! cuando dijo -“Lo único que yo no puedo resistir… son las tentaciones”-. Visitar Arandas, es entrar un poco al mundo surrealista del México que tenemos la dicha de vivir.