Jueves, 28 de Noviembre 2024
Suplementos | VII DOMINGO ORDINARIO

“Misericordiosos como el Padre”

"Presentar la otra mejilla" no consiste en rendirse ante el mal, sino en responder al mal con el bien, rompiendo de este modo la cadena de la injusticia

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos.» WIKIMEDIA/«Los improperios», de Gerard van Honthorst

«Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos.» WIKIMEDIA/«Los improperios», de Gerard van Honthorst

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

1 Sam 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23.

«En aquellos días, Saúl se puso en camino con tres mil soldados israelitas, bajó al desierto de Zif en persecución de David y acampo en Jakilá.

David y Abisay fueron de noche al campamento enemigo y encontraron a Saúl durmiendo entre los carros; su lanza estaba clavada en tierra, junto a su cabecera, y en torno a él dormían Abner y su ejército. Abisay dijo entonces a David: “Dios te está poniendo al enemigo al alcance de tu mano. Deja que lo clave ahora en tierra con un solo golpe de su misma lanza. No hará falta repetirlo”. Pero David replicó: “No lo mates. ¿Quién puede atentar contra el ungido del Señor y quedar sin pecado?”

Entonces cogió David la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl y se marchó con Abisay. Nadie los vio, nadie se enteró y nadie despertó; todos siguieron durmiendo, porque el Señor les había enviado un sueño profundo.

David cruzó de nuevo el valle y se detuvo en lo alto del monte, a gran distancia del campamento de Saúl. Desde ahí gritó: “Rey Saúl, aquí está tu lanza, manda a alguno de tus criados a recogerla. El Señor le dará a cada uno según su justicia y su lealtad, pues él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor”».

SEGUNDA LECTURA

1Cor 15, 45-49.

«Hermanos: La Escritura dice que el primer hombre, Adán, fue un ser que tuvo vida; el último Adán es espíritu que da la vida. Sin embargo, no existe primero lo vivificado por el Espíritu, sino lo puramente humano; lo vivificado por el Espíritu viene después.

El primer hombre, hecho de tierra, es terreno; el segundo viene del cielo. Como fue el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como es el hombre celestial, así serán los celestiales. Y del mismo modo que fuimos semejantes al hombre terreno, seremos también semejantes al hombre celestial».

EVANGELIO

Lc 6, 27-38.

«En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.

Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores. Si prestan solamente cuando esperan cobrar, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después.

Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.

No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos’’».

“Misericordiosos como el Padre”

Misericordiosos como el Padre, es la motivación que hoy nos propone el Evangelio dominical. Es también una enunciación que podría causar cierto “temor”, esto por descubrir nuestra incapacidad de alcanzar tal parámetro. Es hablar de un amor fraterno y radical, que no se contenta sólo con lo mínimo. Este se puede apreciar como un reto gigantesco de por sí y mas aún si se trata de llevar este propósito al plano de nuestros adversarios o como reza cierta plegaria eucarística a «aquellos a los que deberíamos querer más», porque hemos de descubrirnos todos como hijos muy amados del Padre.

Jesús, cuando de proponer o sumar cualidades para sus discípulos se trata, sabemos será por medio de acciones y gestos radicales en sí mismos. Pareciera que, ante el mandato que hace a quienes creemos en Él y desde nuestra propia realidad, historia personal, oficio, profesión y estado de vida nos pide algo que escapa a nuestras capacidades naturales.

La reflexión que en su momento hacia Benedicto XVI en su exhortación después del ángelus en febrero del 2017 a este respecto nos recuerda: ¿cuál es, al final de cuentas, el sentido de esas palabras? ¿Por qué Jesús pide amar a los propios enemigos, o sea, qué nos pide un amor que excede prácticamente la capacidad humana? En realidad, la propuesta de Cristo es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor y de bondad. Este “plus” viene de Dios: es su misericordia, que se ha hecho carne en Jesús y es la única que puede “desequilibrar” el mundo del mal hacia el bien, a partir del pequeño y decisivo “mundo” que es el corazón del hombre. 

Con razón, este pasaje evangélico se considera la Carta Magna de la no violencia cristiana, que no consiste en rendirse ante el mal -según una falsa interpretación del «presentar la otra mejilla» (Cfr. Lc 6, 29)- sino en responder al mal con el bien (Cfr. Rm 12, 17-21), rompiendo de este modo la cadena de la injusticia y del odio con las armas del amor y de la verdad.

El amor a los enemigos ha de constituir el núcleo de la “revolución cristiana”, un amor que, en definitiva, no se apoya en los recursos humanos, sino que es don de Dios que se obtiene confiando únicamente y sin reservas en su bondad misericordiosa. Esta es la novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido. Este es el heroísmo de los «pequeños», que creen incansable y decididamente en el amor de Dios y lo difunden incluso a costa de su vida, esos que también podemos ser tú y yo.

Pidamos a la Virgen María que nos ayude a dejarnos conquistar sin reservas por ese amor, y a aprender a amar como Él nos ha amado, para ser misericordiosos como es misericordioso nuestro Padre que está en los cielos (Lc 6,36).

Enemigos y reconciliación

El mandato de “amar a los enemigos” es, para Hannah Arendt y otros pensadores, la única originalidad de la enseñanza de Jesús de Nazaret. Otros mandatos morales que podríamos recuperar de sus palabras podemos también encontrarlos en diferentes culturas y proposiciones. Sin embargo, llevar el amor al ámbito del enemigo nos pone delante de las personas que, precisamente, se nos hace imposible amar: no se trata sólo de perdonar una ofensa. El enemigo es quien ha repetido las ofensas, tal vez con daños profundos a personas que amamos, como familia o amigos, al grado de convertir esa memoria suya en su identidad respecto de mí, y lastimar la confianza más básica: el poder encontrarnos sin miedo con otra persona y dispuestos a amar. El enemigo aparece como aquél que nos es imposible amar.

Por eso, la referencia de Jesús al Padre es absolutamente imprescindible. El amor a los enemigos no es una empresa bajo nuestro poder. Aun anhelando ese amor, repugna en nuestra memoria cada vez que intentamos abrirnos a esa posibilidad. Algo se ha roto interiormente y no sólo hay que reparar la grieta, sino recrearnos para poder perdonar, es decir, volver a dar. En esa creación se nos pide confiar, porque Dios ya la hizo posible alguna vez. Nuestra vida no se determina definitivamente por la memoria, sino que consiste en la capacidad de ponerla en suspenso para abrir oportunidad a lo nuevo, a lo que puede llegar a ser. Ese es el carácter que Arendt llamó natalidad: capacidad de hacer nacer. Solamente en esa confianza se hace posible el amor a los enemigos y su perdón: ante lo irremediable, el mundo puede reiniciarse; no para dejarlo en el mismo mal que nos enemista, sino para buscar el bien que nos aparece imposible. “Ama a tu enemigo” es una invitación a confiar en nuestra identidad como imágenes del Creador; capaces, como el Padre, de iniciar con mi enemigo la tarea de hacer un mundo donde ambos podamos decir “todo es bueno”, como el día de la creación. Esta es la tarea, que siempre reinicia, de la reconciliación.

Pedro Reyes, SJ - ITESO

Temas

Lee También

Recibe las últimas noticias en tu e-mail

Todo lo que necesitas saber para comenzar tu día

Registrarse implica aceptar los Términos y Condiciones