Jueves, 28 de Noviembre 2024
Suplementos | IV DOMINGO ORDINARIO

Llevar la gracia de Dios a los más necesitados

Cristo, a fin de restaurar el mundo y reconducir a Dios Padre todos los habitantes de la tierra, asumió la condición de siervo -no obstante ser el Señor del universo- y trajo la buena noticia preferencial a los pobres

Por: DInámica pastoral UNIVA

«Ahora tenemos estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor; pero el amor es la mayor de las tres». WIKIMEDIA

«Ahora tenemos estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor; pero el amor es la mayor de las tres». WIKIMEDIA

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Jer 1, 4-5. 17-19.

«En tiempo de Josías, el Señor me dirigió estas palabras:
“Desde antes de formarte en el seno materno, te conozco;
desde antes de que nacieras,
te consagré como profeta para las naciones.

Cíñete y prepárate;
ponte en pie y diles lo que yo te mando.
No temas, no titubees delante de ellos,
para que yo no te quebrante.

Mira: hoy te hago ciudad fortificada,
columna de hierro y muralla de bronce,
frente a toda esta tierra,
así se trate de los reyes de Judá, como de sus jefes,
de sus sacerdotes o de la gente del campo.
Te harán la guerra, pero no podrán contigo,
porque yo estoy a tu lado para salvarte”».

SEGUNDA LECTURA

1Cor 12, 31-13, 13.

«Hermanos: Aspiren a los dones de Dios más excelentes. Voy a mostrarles el camino mejor de todos. Aunque yo hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que una campana que resuena o unos platillos que aturden. Aunque yo tuviera el don de profecía y penetrara todos los misterios, aunque yo poseyera en grado sublime el don de ciencia y mi fe fuera tan grande como para cambiar de sitio las montañas, si no tengo amor, nada soy. Aunque yo repartiera en limosnas todos mis bienes y aunque me dejara quemar vivo, si no tengo amor, de nada me sirve.

El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es grosero ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin límites.

El amor dura por siempre; en cambio, el don de profecía se acabará; el don de lenguas desaparecerá y el don de ciencia dejará de existir, porque nuestros dones de ciencia y de profecía son imperfectos. Pero cuando llegue la consumación, todo lo imperfecto desaparecerá.

Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño y pensaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, hice a un lado las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo y oscuramente, pero después será cara a cara. Ahora sólo conozco de una manera imperfecta, pero entonces conoceré a Dios como él me conoce a mí. Ahora tenemos estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor; pero el amor es la mayor de las tres».

EVANGELIO

Lc 4, 21-30.

«En aquel tiempo, después de que Jesús leyó en la sinagoga un pasaje del libro de Isaías, dijo: “Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios, y se preguntaban: “¿No es éste el hijo de José?”

Jesús les dijo: “Seguramente me dirán aquel refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’ y haz aquí, en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”. Y añadió: “Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria”.

Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta una saliente del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí».

“Llevar la gracia de Dios a los más necesitados”

El Evangelio de este Domingo nos muestra el triste desenlace de la escena iniciada en la sinagoga de Nazaret. Los paisanos de Jesús después de una pasajera aceptación, son incapaces de recibirlo como el «Mesías», como el Hijo de Dios. Cristo, a fin de restaurar el mundo y reconducir a Dios Padre todos los habitantes de la tierra, mejorándolo todo y renovando la faz de la tierra, asumió la condición de siervo -no obstante ser el Señor del universo- y trajo la buena noticia preferencial a los pobres, afirmando que precisamente para eso había sido enviado.

Esta postura de Jesús, es la que llevó a sus paisanos a desconocerlo como Hijo de Dios. Pertenecen a este grupo preferencial de Jesús, los más pobres, los que son venidos del paganismo, los que han sido enriquecidos por la fe en él, los que han conseguido un tesoro celestial y divino, refieriendo esto a quienes han recibido la predicación del evangelio de salvación, mediante la cual han sido hechos partícipes del reino celestial y de la compañía de los santos, y herederos de unos bienes que ni la imaginación ni el humano lenguaje son capaces de abarcar. Pues, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman».

Con este contexto, nosotros en nuestra cotidianeidad como cristianos estamos invitados a ser cada día del grupo de los esforzados por alcanzar un grado de virtud no perfecto quizá, pues perfecto es solamente Dios, pero sí suficiente. Es más, aun con dispensa de un “atrevimiento” para algunos, valdría la pena imitar a Jesús. Pero ¿en qué aspectos? Pudieramos comenzar en un primer momento, por ser también nosotros partiendo de nuestro compromiso como bautizados, a tener esa preferencialidad por lo más pobres, por los más pobres en atención, por lo más pobres en salud en estos momentos que como sociedad estamos padeciendo, los más pobres del conocimiento de Dios, los que carecen de un buen consejo, de un gesto de amabilidad, lo más pobres de una atención más humana, y también de aquellos que necesitan de nuestra solidaridad en el aspecto económico y material.

Y como consecuencia, pero no menos importante, reconocer la verdadera intención que Jesús tiene al explicar cómo ni Elías, ni Eliseo como profetas y enviados por Dios, fueron sino a atender también ellos en su tiempo y espacio a los verdaderamente necesitados con mayor urgencia de la Gracia de Dios, no a sus paisanos inmediatos, sino a quienes radicaban en Sarepta, y Siria respectivamente, esto es a los no conciudadanos, y por ende considerados últimos en no pocos aspectos.

Jesús por tanto viene a iluminar nuestra vida con este gesto de ir a los que por muchos son considerados por poco útiles y despreciados; nosotros como hermanos todos en una misma fe, no estamos relegados por Jesús en este proyecto; estamos siempre llamados a colaborar con Él a llevar a los pobres la buena nueva de manera mas real y concreta con nuestro testimonio y buenas obras.

El contacto con Dios

Nuestra existencia está basada en la relación del contacto con nosotros mismos, con los demás y con la madre naturaleza. Si no tuviéramos esa experiencia cotidiana de contacto con los demás, podríamos llegar a morir. Nuestra vida está alimentada por ese calor humano, de experiencias de abrazos, besos, risas, miradas. El contacto físico no es solo una sensación agradable, sino que es un bienestar emocional importante que nutre nuestra vida.

El tacto es uno de los sentidos más afectados por la pandemia, pero tocar y ser tocados es lo primero y lo último que hacemos a lo largo del día. De hecho, el cuerpo se llega a concebir como propio, gracias al sentimiento del tacto. Los seres humanos, y más en tiempos de crisis, necesitamos la cercanía, el cariño, las risas, la complicidad para salir adelante, a pesar de los mentados 1.5 metros de distancia. El mundo sería diferente si fuéramos más capaces de abrazarnos y tocarnos, hasta llegar a tocar el corazón.

La experiencia cristiana viene a encarnarse en esta estructura de cuerpo, de ternura, tan necesaria para sentir el abrazo del Dios que nos salva. El Dios de Jesús es un Dios que es pura ternura, calor de piel, abrazo, que no tiene miedo de tocar y dejarse tocar inclusive por los enfermos contagiados de lepra, enfermos que la sociedad excluía tajantemente; en lugar de eso, Jesús los abrazaba, los sanaba y los restituía a la comunidad. La actitud de Jesús era una invitación a acercarse a Él: “Vengan a mi todos los que estén cansados y agobiados que yo los aliviaré”. Esta invitación es la que siguió la mujer que estaba convencida de sanar al tocar al Señor. Algo inusitado, en la cultura de Jesús, es que Él toca a sus discípulos lavándoles los pies; ese papel sólo lo desempeñaban las mujeres, pero Él no tiene ninguna dificultad en hacerlo para darnos ejemplo. Así, san Juan dice: nosotros somos testigos de lo que hemos visto con nuestros ojos y que contemplamos y palpamos con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida (1ª de Juan 1, 19).

José Martín del Campo, SJ - ITESO
 

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