Jueves, 28 de Noviembre 2024
Suplementos | Quinto Domingo de Pascua

Llamados a lo nuevo

El relato del Apocalipsis no es sino el recomienzo: personas nuevas para consolar toda lágrima, una a una, que reafirman la alianza con el Dios de la vida

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«También vi que descendía del cielo, desde donde está Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén». WIKIMEDIA/Folio 55 del Apocalipsis de Bamberg

«También vi que descendía del cielo, desde donde está Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén». WIKIMEDIA/Folio 55 del Apocalipsis de Bamberg

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Hech 14, 21b-27.

«En aquellos días, volvieron Pablo y Bernabé a Listra, Iconio y Antioquía, y ahí animaban a los discípulos y los exhortaban a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios. En cada comunidad designaban presbíteros, y con oraciones y ayunos los encomendaban al Señor, en quien habían creído.

Atravesaron luego Pisidia y llegaron a Panfilia; predicaron en Perge y llegaron a Atalía. De ahí se embarcaron para Antioquía, de donde habían salido, con la gracia de Dios, para la misión que acababan de cumplir.

Al llegar, reunieron a la comunidad y les contaron lo que había hecho Dios por medio de ellos y cómo les había abierto a los paganos las puertas de la fe».

SEGUNDA LECTURA

Ap 21, 1-5.

«Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar ya no existía.

También vi que descendía del cielo, desde donde está Dios, la ciudad santa, la nueva Jerusalén, engalanada como una novia, que va a desposarse con su prometido. Oí una gran voz, que venía del cielo, que decía:

“Ésta es la morada de Dios con los hombres;
vivirá con ellos como su Dios
y ellos serán su pueblo.
Dios les enjugará todas sus lágrimas
y ya no habrá muerte ni duelo,
ni penas ni llantos,
porque ya todo lo antiguo terminó”.

Entonces el que estaba sentado en el trono, dijo: “Ahora yo voy a hacer nuevas todas las cosas”».

EVANGELIO

Jn 13, 31-33. 34-35.

Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.

Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos’’.

Llamados a lo nuevo

Si hay algún libro de la Biblia que pudiésemos considerar mal comprendido, éste sería sin duda el Apocalipsis de Juan. Sus imágenes y alegorías han alimentado miles de relatos y películas que nos lo interpretan como el anuncio de una catástrofe imparable, que amenaza con destruir a toda la humanidad. Por ello, la sola palabra, Apocalipsis, trae a muchas personas, que ni siquiera han leído nunca directamente el texto, una sensación de miedo y desazón, que piensan además muy contraria al Dios del amor anunciado por Jesús.

Pero este libro, colocado al final del Nuevo Testamento, es en realidad un anuncio de Pascua. Por eso la liturgia de este tiempo nos lo va presentando en cada eucaristía. El centro de su mensaje es la resurrección de Jesús y de quienes han confiado en él, y el libro trata de mostrar alegóricamente lo que este acontecimiento significa para el mundo. La resurrección se convierte en el criterio de juicio, donde algunos se alegrarán de su carácter de novedad y cambio radical del mundo, mientras que otros la ignorarán, dejándose arrastrar por las inercias del mundo viejo hacia su propia destrucción.

En el centro del libro, una imagen imposible: un cordero degollado y de pie, parado delante del trono de Dios. Ha sufrido las heridas de la violencia asesina, pero se mantiene en pie, para que se vea que esa violencia no tiene la última palabra. La fuerza del cordero levanta también a los mártires y levanta su voz para reclamar a Dios el cumplimiento de su promesa: que su vida y sus esfuerzos encuentren el fin deseado y con esto su consuelo.

Degollado y de pie, el cordero nos enseña a no entregar nuestras decisiones e intentos, por miedo, a la muerte y la violencia. No son ellas y su pecado quienes gobiernan el mundo, por más que pueda así parecernos. Por el contrario, el cordero nos muestra la verdadera fuerza, porque no es esto el final, sino el recomienzo: personas nuevas para consolar toda lágrima, una a una, que reafirman la alianza con el Dios de la vida, para que todas las criaturas conozcan y disfruten de su bendición. Esa es nuestra Pascua y nuestra resurrección.

Pedro Reyes, SJ - ITESO

“Un amor fraterno y creíble”

Este Domingo el Evangelio nos recuerda hoy que en el Misterio pascual los conceptos de «pasión» y «glorificación» están estrechamente vinculadas entre sí. Recordemos cómo Jesús es glorificado precisamente cuando Judas ha salido del Cenáculo para cumplir la traición, misma que llevará al Maestro a la muerte. Y es precisamente, y sólo entonces, cuando Él se despide de los suyos, concentrándose a lo esencial: el mandato de un amor fraterno y creíble. ¡He aquí su verdadero “testamento” y su más preciada “herencia”! Un amor nuevo y original, que ha de servir de señal de identificación de quienes lealmente se profesan como discípulos suyos. Es a partir de este amor como ellos podrán hacer vida y dar testimonio ante el mundo del Señor Resucitado, al tratar de mantenerse siempre abiertos a la acción transformadora de su Espíritu.

Queridos hermanos, hemos de ser conscientes de que este mandamiento no es la mera imposición de una ley exterior, sino la consecuencia del amor gratuito de Dios en Cristo. De esa benevolencia Divina que brota el inseparable amor a Dios y al prójimo: respuesta propia de quienes han nacido de Dios y lo conocen como el «Dios amor».

Complementando y en la misma sintonía, la primera lectura, que también hoy nos propone la liturgia de la palabra hoy, Pablo y Bernabé afirman que «hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios». El camino de la Iglesia y del cristiano siempre estará plagado de incontables obstáculos, lo mismo externos que internos. Estas dificultades forman parte, además, del tan conocido sendero «estrecho», el único que nos permitirá llegar a la «glorificación», en la valiente aceptación de las «cruces» de cada día. La segunda lectura nos describirá la hermosa visión de San Juan en la que se nos habla de «un cielo nuevo y de una tierra nueva» y, después, de la «Ciudad Santa» que desciende de Dios.

Esta espléndida visión nos recuerda que estamos todos en camino hacia la «Jerusalén del cielo», hacia la novedad definitiva en la que ya «no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos». Todos en camino hacia el día eterno y feliz en el que podremos ver el rostro maravilloso del Señor y podremos estar con Él para siempre. La novedad que el Dios «rico en misericordia» ofrece a nuestra vida es definitiva. De esta forma el Espíritu Santo, contando con nosotros, podrá transformar radicalmente el mundo en que vivimos.

Por tanto hermanos, pidamos a Dios la Gracia que sólo de Él podemos alcanzar, la de ser glorificados por llevar a cumplimiento su voluntad, no hay limitación cuando se tiene la Gracia de Dios. No hay miseria humana que nos pueda detener a dar Gloria a Dios cuando se tiene un corazón dispuesto que cuenta con la Gracia Divina de la que Jesús ya nos ha hecho partícipes. La glorificación de la que Jesús habla es de modo alguno para aquellos esforzados por cumplir la voluntad de Dios, «el reino de los cielos exige esfuerzo y los esforzados lo conquistarán» (Mt. 11, 11-15).

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