Viernes, 29 de Noviembre 2024
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Las dificultades del profeta

La misión de los cristianos puede ser dificultada por la resistencia de la comunidad y la propia debilidad del testigo y del profeta

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa». WIKIPEDIA/

«Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa». WIKIPEDIA/"Jesús enseña en la sinagoga", de James Tissot.

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Ez 2, 2-5

«En aquellos días, el espíritu entró en mí, hizo que me pusiera en pie y oí una voz que me decía:

“Hijo de hombre, yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde, que se ha sublevado contra mí. Ellos y sus padres me han traicionado hasta el día de hoy. También sus hijos son testarudos y obstinados. A ellos te envío para que les comuniques mis palabras. Y ellos, te escuchen o no, porque son una raza rebelde, sabrán que hay un profeta en medio de ellos”».

SEGUNDA LECTURA

2Cor 12, 7-10.

«Hermanos: Para que yo no me llene de soberbia por la sublimidad de las revelaciones que he tenido, llevo una espina clavada en mi carne, un enviado de Satanás, que me abofetea para humillarme. Tres veces le he pedido al Señor que me libre de esto, pero él me ha respondido: “Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta en la debilidad”.

Así pues, de buena gana prefiero gloriarme de mis debilidades, para que se manifieste en mí el poder de Cristo. Por eso me alegro de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando soy más débil, soy más fuerte».

EVANGELIO

Mc 6, 1-6.

«En aquel tiempo, Jesús fue a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba se preguntaba con asombro: “¿Dónde aprendió este hombre tantas cosas? ¿De dónde le viene esa sabiduría y ese poder para hacer milagros? ¿Qué no es éste el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas?” Y estaban desconcertados.

Pero Jesús les dijo: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra, sus parientes y los de su casa”. Y no pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente. Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos».

El hijo del carpintero

Las personas sabían que Jesús era hijo del carpintero, de ahí su escepticismo al escucharlo. Pese a su sabiduría en la sinagoga y a la bondad en sus obras, lo veían como el vecino que habían conocido desde niño. No concebían que alguien como ellos pudiese proponer itinerarios hacia la plenitud.  

No fue profeta en su tierra. Esta advertencia sigue resultando cierta ante los acontecimientos que contienen novedad y abren posibilidades inéditas. Resulta difícil reconocer, entre iguales, los signos del tiempo en que vivimos. Pareciese que esperamos señales extraordinarias, noticias de tierras extrañas o despliegues de poder para pensar que nuestra vida y nuestras formas de convivencia pueden ser transformadas.

Con el tiempo, la novedad de Jesús puede resultarnos tan familiar, tan domesticada. Para quienes hemos escuchado el mensaje cristiano desde niños, sin reflexionarlo o sin interiorizarlo, puede suceder que ya no captemos la impronta revolucionaria que contiene. Puede resultarnos un discurso ordinario. Podría ser simplemente un humanismo laico que se acomoda a cualquier circunstancia sin transformarla. En estas circunstancias, es paradójico que el mensaje de Jesús resulte más atractivo para quienes no lo conocen, que para quienes lo hemos escuchado. Esta paradoja, como otras que forman parte de la experiencia cristiana, ha de llevarnos a buscar las señales de Dios, que pasa siempre por este mundo, donde sus huellas delatan su presencia.

Por lo anterior, me animo a buscar esa presencia en un hecho recordado hoy por el pueblo estadounidense, cuna de libertades civiles ante las pretensiones de dominio de la época, en su Independencia, declarada con palabras que suscitan la reflexión: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.”

En este hecho, como en otros que pueden concitar simpatías o antipatías, los cristianos estamos llamados a asumir este mundo como el lugar del encuentro con Dios. Vivimos cada día como de paso, porque no está aquí nuestra residencia permanente, pero trabajamos con dedicación para que la libertad, la igualdad, la vida y el amor sean los distintivos de nuestro actuar, con la convicción de que en cada persona y en cada acontecimiento atisbamos a Dios.

Luis Arriaga, SJ - Rector del ITESO

Las dificultades del profeta

Todo cristiano participa, por el sacramento del bautismo, de la función profética de Jesús, de quien, como de su fuente, brota todo profetismo en la Iglesia Católica. Es por eso que el anuncio del evangelio y el testimonio de Cristo es una misión del todo creyente. Este profetismo cristiano implica un esfuerzo, llegando incluso a ser muy duro en determinadas circunstancias, debido a dos causas: la resistencia que encuentra el evangelio en la comunidad y la propia debilidad del testigo y del profeta.

En estos días se repite la escena del evangelio de este domingo: Cristo y sus enviados no son aceptados fácilmente. Se rechaza a Jesús cuando no se acepta su doctrina expuesta en el evangelio y por su Iglesia, o cuando se intenta arrumbar a ambos al desván de los recuerdos históricos. La doctrina de Jesús puede resumirse con una sola palabra: AMOR, un acto del corazón que llena de vida al ser humano. El problema es la pobre interpretación que damos al acto de amar. Reducimos una entrega total a una experiencia egoísta de felicidad, abandonamos verdades trascendentales para confeccionar un camino de auto-engaño y beneficio propio.

Otro motivo por el que el profeta y testigo de Cristo encuentra rechazo es que no siempre es santo ni de personalidad irresistible e inmaculada. Se vuelve, en el mejor de los casos, una “dura prueba para nuestra fe”, especialmente en aquellos hombres y mujeres de buen corazón; para otros, el pretexto perfecto perfecta para abandonar las exigencias propias del amor. Creer en Dios es saber que confiere su fuerza y que obra en su Iglesia a pesar de la flaqueza del profeta. Jesucristo es más fuerte que nuestras debilidades, más grande que nuestras limitaciones, más audaz que nuestros miedos y más luminosos que nuestra oscuridad.

Hoy más que nunca hacen falta hombres y mujeres creyentes que, a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, sean profetas y manifiesten a Dios en la vida de los demás. Dios se nos revela en el desierto de la vida, en la monotonía de cada día a través de los acontecimientos más diversos, sobre todo, por medio de aquellas personas que saben sonreír y compartir, recibir a los demás y tenderles la mano, escuchar a los otros y aceptarlos como son, mostrando en todo el amor, la esperanza, el compromiso con los más desprotegidos, la pasión y el seguimiento incondicional de la justicia. Así es como se hará hoy realidad visible a nuestros hermanos el Espíritu profético del Señor.

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