PRIMERA LECTURAJob 38, 1. 8-11. «El Señor habló a Job desde la tormenta y le dijo:“Yo le puse límites al mar, cuando salía impetuoso del seno materno; yo hice de la niebla sus mantillas y de las nubes sus pañales; yo le impuse límites con puertas y cerrojos y le dije: ‘Hasta aquí llegarás, no más allá. Aquí se romperá la arrogancia de tus olas’”».SEGUNDA LECTURA2Cor 5, 14-17.«Hermanos: El amor de Cristo nos apremia, al pensar que si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió por todos para que los que viven ya no vivan para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.Por eso nosotros ya no juzgamos a nadie con criterios humanos. Si alguna vez hemos juzgado a Cristo con tales criterios, ahora ya no lo hacemos. El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo».EVANGELIOMc 4, 35-41.«Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla del lago”. Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas.De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!” Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”».El 27 de marzo del año pasado, el papa Francisco hizo una profunda oración sobre el evangelio de este domingo en el marco de la situación de pandemia que comenzaba a afectar al mundo entero. Al atardecer, como narra el relato evangélico, y en medio de una plaza de San Pedro lluviosa y desierta, el Papa hablaba del silencio y del vacío que sentía la humanidad. Aquel fue uno de los momentos más evidentes de la historia en donde la voz del pontífice fue eco fiel de lo que muchos seres humanos sentían en el corazón: temor e incertidumbre. En su oración, Francisco retomó varias veces la frase que Jesús lanza a sus discípulos, angustiados en la barca en medio de la tempestad: ¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?Ha pasado más de un año de aquella oración que llamaba a la humanidad a sentirse en una misma barca, a reconocer que solamente en la unidad y en poner la confianza en Jesús se cultiva la fraternidad, la esperanza, la caridad y el ánimo para salir adelante.Actualmente hay muchas más luces en medio de los nubarrones de la pandemia, pero eso no quita que olvidemos que la incertidumbre y la propia finitud son partes de la vida, de nuestra condición, y que solamente la solidaridad humana y la confianza en Jesucristo siguen siendo fundamentales para caminar con paz y esperanza en nuestra historia.Aun si en muchos momentos podemos sentir que en la tribulación el Señor parece, como lo pensaron los discípulos en la barca, no estar atento a nuestra suerte, el evangelio de la tempestad deja claro que a Jesús le importa muchísimo que no nos hundamos, que no nos perdamos, pues Él no deja, rescata y jamás abandona. El desafío será que también a cada uno de nosotros siempre le importe que los demás tampoco se hundan, que no se pierdan, sobre todo aquellos que muchas veces olvidamos y no queremos ver en la misma barca en la que todos estamos y en la que todos necesitamos del cariño y cuidado de los demás.Arturo Reynoso, SJ - ITESOEn nuestra vida hay momentos de prueba para nuestra fe, similares a los de la tormenta en el lago para los discípulos. Cuando la tempestad nos azota de manera despiadada, cuando la Iglesia de Cristo es perseguida, cuando nos visita insistentemente el dolor, cuando el mal triunfa y se oscurecen los valores del bien y de la virtud, cuando sufrimos injustamente, cuando la pobreza, la desgracia o la muerte hacen acto de presencia en nuestra vida, cuando, en una palabra, nos duele el silencio de Dios que parece estar “echando la siesta” como Jesús en la barca, entonces surge espontáneamente la queja en nuestros labios: Señor, ¿no te importa que nos hundamos?Si nuestro grito es oración, es buena señal; pero si proviene de la desconfianza en la Providencia, duda y falta de fe, en definitiva, debemos estar listos para escuchar la corrección de Jesús: ¿por qué tienen tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?La fe es lo único que dará respuesta a nuestras interrogantes derivadas de nuestras angustias, muy semejantes a las que se hacía Job: ¿Por qué han de sufrir los inocentes, por qué muere un joven padre, por qué progresan y se enriquecen individuos sin conciencia mientras que gente honrada pasa necesidad y pobreza, por qué la guerra y el hambre en el mundo, por qué tanto sufrimiento en la tierra de los hombres?Tenemos que abrir bien los ojos y darnos cuenta qué es lo que realmente estamos buscando nosotros en nuestra vida, a saber, estamos cayendo en las tentaciones del mundo o estamos realizando la voluntad de Dios donde se encuentran los consuelos de Dios. Cuando uno está en combate es necesario determinar con mucha precisión dónde está la debilidad del enemigo y también dónde está su fortaleza para poder actuar con sabiduría y eficacia. Además, en la batalla o vences o eres vencido; no caben los términos medios. Con respecto al mal, no caben componendas, pues sabemos que es la fe en Cristo la que vence al mundoEl único problema verdadero de la Iglesia, que está en el mundo sin ser del mundo, es nuestra poca fe. Poner nuestra mirada en Jesucristo y ponernos a contemplar a Cristo crucificado y resucitado. Hay que ver qué es lo que debilita nuestra fe y qué es lo que fortalece nuestra fe. ¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen? Es decir, nuestra esperanza es el encuentro personal con Cristo, que nos da la capacidad de comunicar la fe a los demás. Estamos hablando de la fe en Jesucristo: Jesucristo va con nosotros en la misma barca y hay que encontrarlo, pues a veces parece que se esconde. Y para encontrarlo hay que necesitarlo, pues no es un adorno. Y para necesitarlo hay que entrar en el combate espiritual y darnos cuenta que sin mí no podéis hacer nada; pero también: todo lo puedo en aquel que me conforta.