Miércoles, 27 de Noviembre 2024

La máquina que terminó por desgastarse

Carlos Armenta comparte con los lectores de EL INFORMADOR un fragmento de este ensayo que invita a la reflexión

Por: El Informador

Frente a frente, este ensayo invita a reflexionar sobre el entorno político actual. El texto data de 1848, donde el filósofo y naturalista Henry Thoreau expresa su sentir cuando dejó de pagar impuestos como protesta a la esclavitud, entre otras cosas, lo que le valió estar en la cárcel. ESPECIAL

Frente a frente, este ensayo invita a reflexionar sobre el entorno político actual. El texto data de 1848, donde el filósofo y naturalista Henry Thoreau expresa su sentir cuando dejó de pagar impuestos como protesta a la esclavitud, entre otras cosas, lo que le valió estar en la cárcel. ESPECIAL

Si la injusticia es parte de las fricciones inevitables de la máquina del gobierno, dejemos que siga su marcha; tal vez la fricción termine por suavizarse -al fin y al cabo, la máquina terminará por desgastarse. Si la injusticia tiene sus propios resortes, poleas, cables o manivelas, quizá podamos considerar un poco más hasta qué punto el remedio sería peor que la enfermedad; pero si es de tal naturaleza que nos exige convertirnos en agentes de la injusticia para otros, entonces yo digo: incumplamos la ley. Transformemos nuestra vida en una fricción que detenga la maquinaria. En cualquier caso, cuidemos de no convertirnos en el instrumento de la misma injusticia que condenamos.

En cuanto a la posibilidad de utilizar los medios que el Estado ha creado para remediar el mal, no tengo conocimiento de tales medios. Toman mucho tiempo, y la vida de un hombre es demasiado corta. Tengo otras muchas cosas que hacer. No vine a este mundo con la misión fundamental de convertirlo en un buen sitio para vivir, sino para vivir en él, sea bueno o sea malo. Un hombre no está obligado a hacerlo todo, sino sólo algo; y puesto que no puede hacerlo todo, es innecesario que lo que haga sea algo injusto. No es asunto mío dirigir peticiones al gobierno o a los legisladores, del mismo modo que ellos no me dirigen peticiones a mí. ¿Y en todo caso, si ellos no me escuchan, qué haré entonces? Para esto el Estado no suministra ninguna vía: en su propia Constitución radica el mal. Esto puede sonar demasiado severo, terco y poco conciliador, pero es tratar con la mayor amabilidad y consideración al único espíritu que lo merece o puede apreciarlo. Como el nacimiento y la muerte, que convulsionan el cuerpo, se trata de un cambio para mejorar.

No vacilo en afirmar que aquellos que se llaman a sí mismos abolicionistas deberían retirar inmediatamente su apoyo personal y económico al gobierno de Massachussets, sin esperar a constituir una mayoría de unidad que les otorgue el derecho de prevalecer sobre los demás. Creo que basta tener a Dios de nuestro lado, sin esperar a aquello otro también. Más aún, cualquier hombre que esté más en lo justo que sus vecinos constituye ya, de por sí, una mayoría.

Me entrevisto cara a cara con este gobierno o su representante una sola vez al año -nada más-, en la persona del recaudador de impuestos. Es la única forma en que una persona de mi posición ha de encontrarse inevitablemente con él. Entonces dice bien claro: “Reconózcame.” Y el modo más simple y efectivo y hasta el único posible de tratarlo en el actual estado de cosas, de expresar mi poca satisfacción y mi poco amor por él, es rechazarlo. Mi vecino civil, el recaudador de impuestos, es el hombre de carne y hueso con el que tengo que tratar; después de todo, yo disputo con personas y no con papeles, y él ha elegido voluntariamente ser un agente del gobierno. ¿Cómo hará para saber cuál es exactamente su función y su cometido como funcionario del gobierno -o como hombre-, si no hasta que se ve obligado a decidir si ha de tratarme a mí, que soy su vecino a quien respeta, precisamente como a un vecino y hombre honrado, y no más bien como a un desequilibrado que está alterando la paz? ¿Cómo puede pasar por alto ese sentimiento de buena vecindad sin que lo asalten pensamientos o palabras más rudos e impetuosos, como correspondería a la acción que emprende? Estoy convencido de que si mil, o cien, o diez hombres a quienes pudiera ahora nombrar, si solamente diez hombres honestos, incluso si un solo hombre HONESTO en este estado de Massachussets dejara en libertad a sus esclavos y rompiera su vínculo con el gobierno nacional, y fuera por ello encerrado en la cárcel del condado, ese acto significaría la abolición de la esclavitud en América. Lo que importa no es qué tan pequeño sea el comienzo; lo que se hace bien una vez, se hace para siempre. Pero no; en su lugar, preferimos hablar de ello: insistimos en que esa es nuestra misión. La reforma cuenta con docenas de periódicos a su favor, pero no cuenta con un solo hombre.

Fragmento del ensayo “Desobediencia civil” de Henry David Thoreau.
Traductor: Sebastián Pilovsky


Coedición publicada en 2018 por Impronta Casa Editora y Territorio, dentro del proyecto “Grieta, papeles insurrectos”.

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