Miércoles, 27 de Noviembre 2024
Suplementos | XVIII Domingo Ordinario

“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”

Jesús no mide los méritos de las personas para concederles un bien, como nosotros quizá solemos hacerlo, Él ve su necesidad

Por: Dinámica pastoral UNIVA

Aquel leproso recibió mucho más de lo que esperaba y pedía: pedía un bien físico y alcanzó de Jesús la salvación de su alma. WIKIPEDIA/«Cristo curando a un leproso», de Jean-Marie Melchior Doze

Aquel leproso recibió mucho más de lo que esperaba y pedía: pedía un bien físico y alcanzó de Jesús la salvación de su alma. WIKIPEDIA/«Cristo curando a un leproso», de Jean-Marie Melchior Doze

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

2 Re 5, 14-17.

«En aquellos días, Naamán, el general del ejército de Siria, que estaba leproso, se bañó siete veces en el Jordán, como le había dicho Eliseo, el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño.

Volvió con su comitiva a donde estaba el hombre de Dios y se le presentó diciendo: “Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel. Te pido que aceptes estos regalos de parte de tu siervo”. Pero Eliseo contestó: “Juro por el Señor, en cuya presencia estoy, que no aceptaré nada”. Y por más que Naamán insistía, Eliseo no aceptó nada.

Entonces Naamán le dijo: “Ya que te niegas, concédeme al menos que me den unos sacos con tierra de este lugar, los que puedan llevar un par de mulas. La usaré para construir un altar al Señor, tu Dios, pues a ningún otro dios volveré a ofrecer más sacrificios”».

SEGUNDA LECTURA

2 Tm 2, 8-13.

«Querido hermano: Recuerda siempre que Jesucristo, descendiente de David, resucitó de entre los muertos, conforme al Evangelio que yo predico. Por este Evangelio sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo sobrellevo todo por amor a los elegidos, para que ellos también alcancen en Cristo Jesús la salvación, y con ella, la gloria eterna.

Es verdad lo que decimos:

“Si morimos con él, viviremos con él;
si nos mantenemos firmes, reinaremos con él;

si lo negamos, él también nos negará;
si le somos infieles, él permanece fiel,
porque no puede contradecirse a sí mismo”».

EVANGELIO

Lc 17, 11-19.

«En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.

Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.

Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”».

“Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”

Este domingo, una vez más, la palabra de Dios nos interpreta aquí y ahora. Compasión, humildad, oración, gratitud… son valores que para creyentes y no creyentes son fuente de vida y de virtud. Sin embargo, cada vez son menos practicados en nuestra sociedad. 

Cristo en el evangelio utiliza su encuentro con una de las realidades más vulnerables de su tiempo, los enfermos de lepra, para ponernos como ejemplo su atención generosa hacia los más necesitados, al mismo tiempo que hace evidente la debilidad humana frente a la generosidad de Dios. 

Hoy aparecen en la historia 10 leprosos que conociendo su condición “indigna”, según la visión social de ese momento, van al encuentro del Señor, pero se detienen lejos. Ese detalle: “se detuvieron lejos”, aún, cuando se acercaban a Jesús con toda la intención de ser escuchados, puede hablarnos de la conciencia que ellos tenían de “no merecer”. 

¿Cuántas veces yo pido en mi oración sin caer en cuenta de que no merezco? Jesús no mide los méritos de las personas para concederles un bien, como nosotros quizá solemos hacerlo, Él ve su necesidad. Dar no es un acto de justicia, sino de AMOR. “Al verlos, Jesús les dijo: vayan…” y aquella súplica que apelaba a la compasión de Jesús, arranca un acto de amor del corazón del Señor, que vio su necesidad. ¿Soy capaz de ver, de estar atento, a la necesidad de los que me rodean? ¿Suelo juzgar el merecimiento de la persona antes de darle lo que necesita?

La indiferencia y el egoísmo son las enfermedades de nuestro siglo, y el ejemplo de Jesús es su antítesis. Compasión es padecer con el otro, empatizar con la necesidad de mi hermano, para buscar su bien sin ninguna conveniencia personal. El amor es siempre exigente, porque pide despojar el corazón del propio interés. 

Sólo uno regresó para darle las gracias. ¿No es eso desproporcionado? Sí lo es, ahí está la realidad de la miseria humana, de nuestra debilidad. Sabemos pedir, ¿pero dar? Es un acto de virtud, de amor, y la gratitud es siempre el primer paso. ¿Hace cuánto que no le doy gracias a las personas que viven o trabajan conmigo? ¿Le suelo dar gracias a Dios antes de pedirle, o después de recibir un favor? 

Entre las prisas de la rutina diaria podemos olvidarnos de agradecer, incluso, podemos no darnos cuenta de lo que estamos recibiendo: la vida, la fe, la familia, el trabajo, la comida… etcétera. 

Aquel buen hombre supo reconocer, que había recibido aquello que, en un principio, sabía que no merecía, es por ello que siente la necesidad de postrarse a los pies de Jesús y darle gracias. ¿hace cuánto no me pongo a los pies de Jesús en el Sagrario? 

La oración es un acto de humildad que abre la puerta del amor, para recibir un amor total, sin medida y sin juicios. Cristo nos lo da, para poder nosotros compartirlo. Aquel leproso recibió mucho más de lo que esperaba y pedía, pedía un bien físico, y alcanzó de Jesús la salvación de su alma… “tu fe te ha salvado”. Hoy San Pablo nos dice: “si somos infieles, Él permanece fiel” ¿no es esto para postrarse a los pies del maestro y dar gracias? Que María nos enseñe a ser fieles cristianos y a vivir atentos a las necesidades de otros y a los dones recibidos, para poder escuchar de Jesús “tu fe te ha salvado”.

El sentido humano de la hospitalidad

La inquietud del ser humano es su propia vida. Nada le satisface completamente: nació inquieto y durante toda su vida la inquietud no cesará. Parece que la inquietud perpetua coloca al ser humano en el límite del caos. Es por esta razón que, a lo largo de la historia, esta inquietud ha tenido una connotación negativa. Por ejemplo, uno de los ideales éticos de los antiguos griegos era la ataraxia, la ausencia de perturbaciones, la tranquilidad, la armonía, la serenidad consigo mismo, con los demás y con el cosmos para lograr el equilibrio y la felicidad. 

Con Agustín de Hipona la ataraxia entra en el pensamiento cristiano: “Señor, nos has hecho para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”. Desde entonces, en el mundo cristianizado occidental, la preservación de la tranquilidad ha sido perseguida como un ideal de vida espiritual. La misma tranquilidad que buscaba el peregrino en la antigüedad, el turista en la modernidad o el migrante en la actualidad. Los extranjeros que llegan a nuestras vidas producen un estado de inquietud que debemos resolver.

Nuestra historia es una historia que ha evolucionado entre la hospitalidad y la hostilidad hacia los forasteros. El ejercicio de la hospitalidad nos presenta el nacimiento y desarrollo de la relación con lo distinto que oscila entre la amenaza y la fascinación. La hospitalidad es, en un sentido amplio, el acto de adaptar mi espacio para dejar lugar para los demás, que son diferentes y perturbadores de dondequiera que vengan. Sin embargo, dejan de perturbar tan pronto como los incorporo y los hago sentir como en casa. La acogida del forastero es, pues, inquietante.

Actualmente la hospitalidad se ha convertido en una actividad individual. Lo que antes era una obligación colectiva se deja ahora a la iniciativa privada, generalmente con fines de lucro. Hoy hablamos de la industria hospitalaria, una industria que está adquiriendo cada vez más importancia económica y que, en muchos países, es una de las principales fuentes de riqueza. ¿Se ha perdido ya el sentido humano de la hospitalidad? En lugar de hablar de la pérdida del sentido humano de la hospitalidad, es evidente que la esencia de la acción hospitalaria ha pasado de lo ético a lo económico. Sin embargo, si olvidamos su gratuidad, no podremos hablar sino de hostilidad.

Salvador Ramírez Peña, SJ - ITESO

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