
Jesús, el Hijo de Dios, manifiesta su divinidad

La vida del cristiano es una continua ascensión hasta llegar al encuentro con Dios. ESPECIAL /
LA PALABRA DE DIOS
PRIMERA LECTURA
Daniel 7, 9-10. 13-14:
“Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin”.
SEGUNDA LECTURA
Segunda Carta de San Pedro 1, 16-19:
“Cuando les dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza”.
EVANGELIO
San Mateo 17, 1-9:
“Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el Sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”.
GUADALAJARA, JALISCO (06/AGO/2017).- Más importante en el año litúrgico es la solemnidad de la Transfiguración del Señor, hoy 6 de agosto, que el domingo décimo octavo ordinario del año. El acontecimiento invita a la contemplación. San Ignacio de Loyola indica el camino: “Ver a las personas, oír lo que dicen, reflexionar sobre lo que hacen, para sacar provecho espiritual”.
La Transfiguración aconteció en un monte elevado. Existen tradiciones muy antiguas, que se remontan a San Cirilo de Jerusalén (315-387) y a San Jerónimo (331-419), que señalan al Monte Tabor como el lugar de la Transfiguración. Es una montaña de 562 metros de altura, en forma de cono, que se levanta aislada en el extremo oriental de la llanura de Esdrelón.
En otras cumbres ocurrieron la proclamación de la Nueva Alianza, el Sermón de la Montaña, las Ocho Bienaventuranzas, y en la cumbre del Monte Calvario Jesús ofrendó su vida para redimir a todo el género humano.
La vida del cristiano es una continua ascensión hasta llegar al encuentro con Dios, su principio, su Creador. El cristiano no va en descanso hacia la tumba, va cada día más arriba, y la santidad es la aventura de subir.
Para escalar y llegar a la cumbre del Monte Carmelo, San Juan de la Cruz pone tres etapas, a las que él llama vías: la vía purgativa, que es despojarse de todo lo que impida subir.
Los caminos anchos y cómodos: dinero, poder, gozos, gustos, llevan hacia abajo. Para subir, San Juan de la Cruz pone una condición: desnudez y pobreza de espíritu.
Luego sigue la vía iluminativa, para que el caminante no se deje engañar por otras luces, falsas, fugaces, y sólo sea guiado por Cristo. Y en la cumbre del Tabor, la vía unitiva, la unión del alma con Cristo, gloria y alegría. Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan San Jerónimo comenta: “Jesús no invitó a ninguno de los escribas y fariseos, que siempre le exigían una señal del cielo, sino que llamó a los apóstoles, y para confirmarlos en la fe, hizo que apareciesen Moisés y Elías”.
Pedro había sido cabeza de la Iglesia, piedra fundamental para gobernar y formar en la fe; Santiago, llamado a ser el primero en dar con su sangre, su martirio, el testimonio de su fe en Cristo crucificado; y Juan, quien gozaba de la estima del Maestro, dejaría en sus escritos los más profundos mensajes del pensamiento de Jesús.
Aquí en la cumbre, es la presencia del Espíritu de Dios. El Maestro había hablado muy claro y en distintas ocasiones, sobre su próxima pasión; había anunciado a sus discípulos que vendrían sobre Él y sus seguidores, días oscuros, horas de lucha. Para confirmar a estos tres en la fe, les muestra su gloria. Al transfigurarse en su presencia, con la nube y con la voz del Padre, se ha de disipar de sus mentes toda duda: el que han seguido desde que los sacó de su oficio de pescadores, es verdaderamente el Mesías, el Hijo de Dios.
“Jesús les mandó que no dijeran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos”.
Este mandato es a la vez un anuncio: “Resucitará de entre los muertos”; y si va a resucitar, primero deberá morir.
En las cabezas de aquellos tres humildes pescadores bullen ahora imágenes luminosas, pensamientos sublimes, porque han visto y oído aquello de lo que sólo fueron testigos. Y luego el anuncio claro de que el que es Dios y hombre a la vez, va a morir y resucitar. ¡Y tener que guardar silencio hasta que todo acontezca!
Ésta es la profunda lección del seguimiento a Cristo: creer, esperar, amar y pasar por el tiempo para ir a la eternidad. Mas el paso por la vida terrena ha de ser oír la palabra y luego cumplirla. Cumplieron, guardaron silencio. Ya llegarían el tiempo y los días de hablar.
José Rosario Ramírez M.
Testigos de Dios
La escena de la Transfiguración que celebramos en la liturgia de hoy, en los evangelios está situada en un momento decisivo, el momento en que Jesús, reconocido por sus discípulos como Mesías, les revela cómo va a realizar su obra, su glorificación será una resurrección, lo cual implica el paso por el sufrimiento y por la muerte.
Este contexto da a la escena su significado en la vida de Cristo y su fecundidad en la vida del cristiano. Jesús aparece aquí realizando las Escrituras y sus oráculos sobre el Mesías, el siervo de Dios y el Hijo del hombre.
Jesús escoge como testigos del acontecimiento a los que serán testigos de su agonía: Pedro, Santiago y Juan. La escena evoca las teofanías de que Moisés y Elías fueron testigos en la montaña de Dios.
Dios no manifiesta solamente su presencia hablando en medio de la nube y del fuego; sino que Jesús, en presencia de Moisés y de Elías, aparece a sus discípulos transfigurado por la gloria de Dios. Esta gloria les infunde terror, temor religioso delante de lo divino; pero provoca también una reflexión sugestiva de Pedro, que expresa su gozo delante de la gloria de aquel cuya mesianidad había confesado; Dios va a habitar con los suyos, como lo anunciaron los profetas de los tiempos mesiánicos. Sin embargo, la gloria no es la del último día; no se reduce a iluminar los vestidos y el rostro de Jesús, como en otros tiempos ponía radiante el rostro de Moisés. Es la gloria misma de Cristo que es el Hijo muy amado, como lo proclama la voz que sale de la nube. Al mismo tiempo esta voz ratifica la revelación que ha hecho Jesús a sus discípulos y que es el objeto de su conversación con Moisés y con Elías: ese éxodo cuyo punto de partida va a ser Jerusalén, ese paso por la muerte necesario para la entrada en la gloria, en efecto, la voz divina prescribe escuchar al que es el Hijo, el elegido de Dios.
La palabra que resuena en el nuevo Sinaí revela que una ley nueva va a ocupar el lugar de la ley dada en otro tiempo; esta palabra evoca tres oráculos del Antiguo Testamento: uno que concierne al Mesías y a su filiación divina, otro que se refiere al siervo de Dios, si elegido, el tercero en que se anuncia un nuevo Moisés.
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