PRIMERA LECTURAIs 60, 1-6“La gloria del Señor amanece sobre ti”.SEGUNDA LECTURAEf 3, 2-3ª. 5-6.“También los gentiles son coherederos”.EVANGELIOMt 2, 1-12“Venimos de Oriente para adorar al Rey”.En la Iglesia católica, la fiesta de la Epifanía es la celebración del amor universal de Dios, de su manifestación a todos los pueblos y a todas las culturas. Se trata de un episodio recogido en el Evangelio de Mateo, que ha formado parte de la tradición cristiana durante siglos.Sin embargo, podemos haber pasado por alto algunos de los significados de la lectura del Evangelio de Mateo. Este episodio no quiere mostrar únicamente la manifestación universal del amor de Dios en Cristo, sino que es una fuerte llamada de atención sobre el rechazo que este amor puede generar en las personas.Cuando los magos dicen a Herodes que buscan al rey de los judíos, el Evangelio dice que “se sobresaltó, y con él toda Jerusalén”. Dos cosas extrañan de esta narración. En primer lugar, ¿por qué habría de sobresaltarse un rey por el nacimiento de un niño? Un bebé no implica una amenaza directa para ningún monarca, por mucho que tenga el favor de Dios manifestado en el surgimiento de una estrella. Mucho menos un falso rey como Herodes, impuesto por una potencia extranjera. En segundo lugar, Mateo parece afirmar que Herodes y los judíos de Jerusalén tenían un mismo sentir. Todo lo contrario; en realidad eran adversarios.Tanto el sobresalto de Herodes como la ilusoria empatía entre él y la ciudad de Jerusalén muestran un episodio donde, increíblemente, el amor de Dios produce rechazo general, al punto de reconciliar a los rivales.Si el amor de Dios promete terminar con la rivalidad y la exclusión entre las personas, si se manifiesta como universal, borrando fronteras y divisiones humanas, nos sobresaltamos como Herodes. Enseguida nos ponemos a preguntar, “¿entonces, el amor de Dios también es para los criminales, para los borrachos, para los holgazanes, para…?” Y la lista comienza a adquirir la forma de nuestros temores. La fiesta de la Epifanía nos puede ayudar a preguntarnos: ¿cuánta aversión nos produce el amor universal de Dios? ¿Qué significa que el amor de Dios no provoque ni justifique la exclusión de las personas?Rubén Corona, SJ - ITESOEl día de hoy la Iglesia se engalana con la solemnidad de la Epifanía del Señor, fiesta que congrega a todos los creyentes en torno a la figura de los sabios de oriente de los que nos habla la Escritura, que por la tradición les hemos dado el nombre de “los tres reyes magos” cuya devoción se ha extendido a través de los años como signo de la ciencia, de donación, de docilidad y de apertura.Esta solemnidad que celebramos se encuentra dentro del marco de las llamadas “fiestas de la luz”, fiestas que nos remiten inmediatamente que Cristo es la luz que ilumina nuestras tinieblas, es la luz que nos guía en el camino de la santidad, es Cristo la luz que nos ayuda a vernos con una visión positiva, tal como Dios nos ve.En este domingo contemplamos a ese Dios que no solo se nos revela como si fuera algo ajeno, lejano, que desde su pedestal nos observa y nos atrae hacia sí, sino que se manifiesta, es decir, que se introduce a nuestra realidad y asume nuestra condición para no solo conducirla, sino que, al tomar nuestra condición nos eleva junto con él, se vuelve de verdad en un compañero de camino.Manifestarse es resplandecer, es irradiar, es iluminar a todos lo que entran en contacto con nosotros, es ser una estrella como la que guio a los sabios hacia la verdadera luz, hacia la fuente de la vida; ser una estrella implica desgastarse poco a poco, pero irradiar a su paso cada vez más luz, pues cuando estos astros poco a poco van muriendo porque han alcanzado su madurez, la luz que emiten es más hermosa y llena de matices.Lo mismo sucede en aquellos que estamos llamados a ser estrellas para los demás, nuestras manifestaciones de fe se convierten en esa pequeña luz que conforme madura se hace más hermosa y llena de matices que guían a los demás en medio de la navegación oscura de la vida. La estrella no está sola, sino que es parte de una constelación, así nosotros debemos unirnos a otras estrellas que, como nosotros iluminan, con el solo hecho de existir, a quienes navegan por el mar del desconsuelo y la pena.Al recordar a estos sabios, indudablemente vienen a nuestra mente los regalos presentados al Mesías niño: Oro como a verdadero Rey, que para nosotros hoy nos llama a ser hombres y mujeres desprendidos de nosotros mismos, una actitud de verdadera donación; Incienso como verdadero Dios, que nos invita a hacer de nuestra vida espiritual el centro de nuestro actuar, y de la oración, nuestro dialogo constante con el Señor; Mirra como adelanto de su preparación para la muerte; que en estos tiempos tan convulsionados nos invita a ser ese consuelo y bálsamo en el dolor de aquellos que sufren por la pérdida de seres queridos. Seamos luz, estrellas y regalos, para nuestros hermanos en este año que comienza y encomendemos a Dios todas nuestras acciones.