Viernes, 22 de Noviembre 2024
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Evangelio de hoy: La muerte de Cristo es la clave para la conversión cristiana

Jesús hoy nos enseña que lo propio del cristiano no es quedarse quieto cómodamente, sino el movimiento, el cambio, que en nuestro lenguaje cristiano llamamos conversión

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido». WIKIPEDIA/«El campo maldito», de Fedor Andreevich Bronnikov

«Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido». WIKIPEDIA/«El campo maldito», de Fedor Andreevich Bronnikov

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Jeremías 31, 31-34.

«“Se acerca el tiempo, dice el Señor,
en que haré con la casa de Israel
y la casa de Judá una alianza nueva.
No será como la alianza que hice con los padres de ustedes,
cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto.
Ellos rompieron mi alianza
y yo tuve que hacer un escarmiento con ellos.

Ésta será la alianza nueva
que voy a hacer con la casa de Israel:
Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente
y voy a grabarla en sus corazones.

Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
Ya nadie tendrá que instruir a su prójimo ni a su hermano,
diciéndole: ‘Conoce al Señor’,
porque todos me van a conocer,
desde el más pequeño hasta el mayor de todos,
cuando yo les perdone sus culpas
y olvide para siempre sus pecados”»
.

SEGUNDA LECTURA

Hebreos 5, 7-9.

«Hermanos: Durante su vida mortal, Cristo ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen».

EVANGELIO

Juan 12, 20-33.

«Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”.

Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y él les respondió: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.

El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.

Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre”. Se oyó entonces una voz que decía: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.

De entre los que estaban ahí presentes y oyeron aquella voz, unos decían que había sido un trueno; otros, que le había hablado un ángel. Pero Jesús les dijo: “Esa voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir».

La nueva Creación

Esto dice Dios por boca de Jeremías: “Esta será la alianza nueva que voy a hacer con la casa de Israel: voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”. Y esta promesa ya se ha realizado. Hemos recibido el Santo Espíritu; éste es el sello de la alianza nueva. La voluntad del Padre está anidada en lo más hondo de nuestro corazón. Por eso canta el salmista en el salmo 50: “Crea en mí, señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tu voluntad. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mí tu santo espíritu”. La promesa se ha cumplido. Somos poseedores del Santo Espíritu por el que somos hijos en el Hijo.

Nuestro corazón ha sido santificado. En lo más hondo del ser humano, sea éste como sea, reposa el Santo Espíritu de Dios por el que podemos decir: “Abbá, Padre”. Y por ello, también, escribe san Juan en su evangelio: “Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la Tierra, atraeré a todos hacia mí”. El mundo ahora tiene abierta una nueva posibilidad: ser la nueva creación en donde el mal desaparece de raíz.

Sin embargo, esta nueva realidad no se manifiesta sin la muerte. La muerte permanece en el mundo viejo, pero también transformada radicalmente por la aceptación de Jesús de la manera como el Padre ha realizado su promesa. Recordemos las enigmáticas palabras de la Carta a los Hebreos: “Cristo, durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas, con poderoso clamor y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad”. Pero ¿cómo? Y en seguida la carta nos dice: el Hijo aprendió a obedecer muriendo.

La muerte está presente en nuestro mundo, pero, ahora, como portadora de la nueva creación, porque el Espíritu de Dios ha santificado toda la creación. “Yo les aseguro que, si el grano de trigo sembrado en la Tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”.

Héctor Garza Saldívar, SJ - ITESO

La muerte de Cristo: clave para la conversión cristiana

Nuestro Señor emplea frecuentemente elementos de la naturaleza, de la vida cotidiana, fenómenos que observa su público y puedan comprenderlo: utiliza lo natural y visible para revelar lo sobrenatural y oculto. En el evangelio de hoy nos habla, entonces, del grano de trigo que sembrado en la tierra muere para dar mucho fruto. Así como el grano tiene que morir y cambiar, así el hombre ha de morir a sí mismo y transformarse para vivir. Con esta imagen, Jesús hoy nos enseña que lo propio del cristiano no es quedarse quieto cómodamente, sino el movimiento, el cambio, que en nuestro lenguaje cristiano llamamos conversión.

En nuestra actualidad experimentamos muchos cambios como sociedad y en la mentalidad común. Sin embargo, no debemos pensar que todo cambio, por ser cambio, es querido por Dios. Hoy, por ejemplo, se dice que es válido cambiarse de género según el sentimiento del momento; o que la iglesia tiene que acomodarse a los tiempos actuales siguiendo las modas y normas que dicta lo políticamente correcto. El cambio es cristiano, porque tiene un carácter cristiano, que el Señor nos muestra con su muerte y se recoge en las lecturas de hoy.

La conversión es cristiana cuando no se encierra en uno mismo, cuando se abre a los demás, cuando el fruto alcanza al otro, sin importar los méritos de los demás. Es como lo anuncia el profeta Jeremías en la primera lectura, “alianza nueva y permanente,” es decir, un compromiso de donación que no me esclaviza, sino que me hace libre en la unión. Y yo, ¿Temo entregarme, y ser generoso con Dios y con mi prójimo por perder? ¿Pero perder qué?

La conversión es cristiana cuando se hace según la voluntad de Dios. Así lo manifiesta la carta a los Hebreos: “aprendió a obedecer y se convirtió en autor de salvación eterna”. Cristo con su muerte nos salva porque ha sido obediente con el Padre, hasta la muerte. La verdad es que la libertad auténtica se da mediante la obediencia, un mensaje contracultural, pero que es verdad; y el testimonio de los santos quienes sí se han entregado con corazón obediente a Dios, cómo el Hijo al Padre, nos demuestran que se alcanza la felicidad con esta muerte a uno mismo.

Por último, la conversión cristiana es decidida y está al alcance de todos porque Cristo es realmente ser humano. Un detalle del Evangelio lo manifiesta, cuando Jesús dice: “Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido”. No podemos evitar tener miedo a la entrega, pero en Cristo y en el cristiano, el amor al Padre y al prójimo es más grande y es el motor de la conversión, que vence incluso la muerte.

Sigamos muriendo a nosotros mismos en esta Cuaresma y dejemos que Nuestro Señor, cuya muerte nos trajo la salvación, nos transforme para vivir en esta Pascua una verdadera conversión cristiana.
 

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