PRIMERA LECTURAIs 61, 1-2. 10-11«El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, a curar a los de corazón quebrantado, a proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros, y a pregonar el año de gracia del Señor.Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios, porque me revistió con vestiduras de salvación y me cubrió con un manto de justicia, como el novio que se pone la corona, como la novia que se adorna con sus joyas.Así como la tierra echa sus brotes y el jardín hace germinar lo sembrado en él, así el Señor hará brotar la justicia y la alabanza ante todas las naciones».SEGUNDA LECTURA1 Ts 5, 16-24«Hermanos: Vivan siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús. No impidan la acción del Espíritu Santo, ni desprecien el don de profecía; pero sométanlo todo a prueba y quédense con lo bueno. Absténganse de toda clase de mal. Que el Dios de la paz los santifique a ustedes en todo y que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprochable hasta la llegada de nuestro Señor Jesucristo. El que los ha llamado es fiel y cumplirá su promesa».EVANGELIOJn 1, 6-8. 19-28«Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz.Éste es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?” Él reconoció y no negó quién era. Él afirmó: “Yo no soy el Mesías”. De nuevo le preguntaron: “¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?” Él les respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?” Respondió: “No”. Le dijeron: “Entonces dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?” Juan les contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”.Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: “Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?” Juan les respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”.Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba».El año litúrgico nos presenta dos tiempos fuertes de invitación a la conversión. Uno es el Adviento y el otro es la Cuaresma. Cuando pensamos en conversión normalmente nos imaginamos un cambio radical de conducta, que la persona convertida deje atrás actitudes y acciones destructivas. Sin embargo, en realidad, esas manifestaciones perceptibles son el producto de la conversión y no la conversión en sí misma.Conversión es la traducción del término griego metanoia, que significa literalmente “cambio de dirección”. Es en el fondo un cambio de dirección de nuestra atención. Dejar de prestar atención a los dictámenes de nuestro ego, que nos llevan a tomar malas decisiones (egoístas) y poner toda nuestra atención en Dios, quien nos capacita a ver el mundo con amor e incidir en él de manera constructiva.La oración es el camino para prestarle realmente atención a Dios. La oración es un diálogo a través del cual le comunicamos a Dios cómo estamos y qué anhelamos. La mayor parte de los creyentes saben y practican esta parte. El problema es que pocos saben hacer después silencio para escuchar la voz de Dios en sus corazones. Sin esta escucha atenta a la comunicación de Dios, la oración se convierte en un monólogo donde sólo nosotros hablamos y nos contestamos. Dios queda fuera. Su sabiduría no nos ilumina para poder discernir el bien mayor para nuestras vidas.¿Cómo hacer silencio para escuchar a Dios? Hay varios vehículos de comunicación con Dios. Uno muy importante es la naturaleza. En el Génesis, en el relato de la Creación, se dice que al final de cada día Dios contemplaba lo que había creado y veía “que era bueno”. Contemplar lo que ha salido de la mano de Dios nos transmite esa bondad, nos “abuena”. Este ejercicio es especialmente útil cuando nos sentimos confundidos o angustiados.Otra manera importante de escuchar a Dios es la contemplación de la Sagrada Escritura, en especial de los Evangelios. No sólo leerlos sino meternos en ellos. Imaginarnos la escena, como si fuéramos parte de ella. Contemplar al Señor, lo que dice y hace, su estilo, su sensibilidad, su amor por toda persona, especialmente quienes más lo necesitaban. Es impresionante ver cómo en un pasaje evangélico podemos descubrir pistas para iluminar nuestras decisiones de hoy. Si contemplamos el mismo texto una semana después, el mensaje será diferente y ajustado a nuestra situación. Por eso se ha dicho que la Sagrada Escritura es “palabra viva”.Aprovechemos este tiempo de Adviento para buscar nuestra conversión, no a través de propósitos de cambiar nuestra conducta de manera voluntarista (bien sabemos lo poco que nos dura esa energía) sino dirigiendo la atención a Dios y a su comunicación que da vida. Busca primero que Dios sea el centro de tu vida (vivir en su Reino), esa relación de amor te “ajustará” internamente para que llegues a ser justamente la imagen de Dios que es tu vocación (en eso consiste en realidad la justicia divina). Todo lo demás te vendrá por añadidura.Alexander Zatyrka, SJ - ITESO