PRIMERA LECTURAHch 4, 8-12.«En aquellos días, Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos, puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, para saber cómo fue curado, sépanlo ustedes y sépalo todo el pueblo de Israel: este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Este mismo Jesús es la piedra que ustedes, los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular. Ningún otro puede salvarnos, pues en la tierra no existe ninguna otra persona a quien Dios haya constituido como salvador nuestro"».SEGUNDA LECTURA1 Jn 3, 1-2.«Queridos hijos: Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos. Si el mundo no nos reconoce, es porque tampoco lo ha reconocido a él.Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado cómo seremos al fin. Y ya sabemos que, cuando él se manifieste, vamos a ser semejantes a él, porque lo veremos tal cual es».EVANGELIOJn 10, 11-18.«En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre’’».A propósito de la figura y características del Buen Pastor que Jesús encarna en el pasaje del evangelio de San Juan de este día, el papa Francisco comentaba en la Plaza de San Pedro, el cuarto domingo de Pascua de 2021, que es consolador caer en la cuenta de que Jesús “nos conoce a cada uno, que no somos anónimos para Él, que nuestro nombre le es conocido”.Lo dicho por el pontífice contrasta sobremanera con el poco o nulo interés que en no pocas ocasiones se puede tener entre unos y otros en situaciones cotidianas: desde estudiantes universitarios que después de varias semanas no saben el nombre de sus profesores, hasta compañeros de trabajo o jefes que desconocen a las personas con las que interactúan y ven todos los días en el mismo y reducido espacio laboral, o la total ignorancia de quienes son aquellos con los que se puede llegar a compartir la celebración litúrgica dominical. ¿Qué nombres, qué historias están detrás de tantos y tantos rostros con los que podemos toparnos cada día en la calle, en el transporte público, en una esquina pidiendo alguna ayuda? Ahora bien, el propio rostro también resulta desconocido para tantas miradas que se cruzan con la nuestra. Pero aquí hay que tener en cuenta que lo profundo y misterioso del mensaje evangélico es que nos llama a asumirnos y experimentarnos como miembros de una misma familia, como hermanos, hermanas, a veces fortalecidos, a veces débiles y necesitados; a veces consolados, otras veces angustiados, solos, preocupados.Reconocer de corazón que, como escuchamos en la carta del Apóstol san Juan, “no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos”, será un paso indispensable para buscar con cariño un poco más de vida y menos situaciones de muerte para tantos y tantos desconocidos de nuestro entorno, para aquellos que Dios sí conoce y siempre quiere rescatar, como lo desea con uno mismo. A final de cuentas, para Jesús, el Buen Pastor, formamos parte del mismo rebaño, de la misma familia, todos tan valiosos y dignos para ese Señor que sí conoce nuestros nombres.Arturo Reynoso, SJ - ITESOAl sacerdote, que es pastor del pueblo de Dios, se le pide ser: un cristiano de fe profunda y madura, el primer seguidor del único pastor, Cristo, para poder caminar con él delante de las ovejas, como ejemplo de virtudes evangélicas; dispensador desinteresado de los misterios de Dios en los sacramentos; sin protagonismos ni espíritu de dominio, sino repartiendo tareas y responsabilidades entre los miembros de la comunidad; animador de la asamblea que preside en la caridad, no como una masa acéfala y anónima sino cual comunidad de personas; profeta que anuncia y denuncia; servidor de la misión que la Iglesia recibió de Cristo; signo de unidad entre los hermanos, abierto a todos sin tomar partido, cercano al pueblo, conocedor de los suyos, solidario con los pobres y los que sufren.Ante todo, a nuestros sacerdotes se les pide ser fiel a la misión que se le confió: “predicar el evangelio, apacentar a los fieles y celebrar el culto divino”. Esta fidelidad contiene todo lo anterior que hemos mencionado. Fidelidad en tres dimensiones: a Cristo pastor y sacerdote, a su mensaje de salvación y a los hombres, sus hermanos. El pueblo cristiano reconoce muy pronto a un auténtico pastor que sirve lealmente a la comunidad.No obstante, es fácil exigir a los demás, y en particular al sacerdote, a quien con frecuencia se le pide demasiado y se le critica sin piedad, olvidando que todos somos limitados y con fallos humanos. Solamente con la fuerza del Espíritu de Cristo que se le confiere con la imposición de las manos por el obispo al recibir el sacramento de la orden, y con la colaboración responsable de sus propios fieles, podrá el sacerdote pastor de la comunidad cumplir con su vocación y cometido eclesial.Como ocurre en cualquier comunidad humana, familiar, amistosa, económica, sociopolítica e incluso religiosa, la responsabilidad y el “pastoreo” mantienen un difícil equilibrio entre la fidelidad a la gestión encomendada y un uso desorientado del propio poder. La experiencia cotidiana nos muestra que todos recibimos un cierto poder sobre otros y que corremos el riesgo de usarlo para nosotros mismos.El recuerdo del cuidado de Jesús hacia los suyos, y de muchos buenos pastores que a lo largo del tiempo se han dado entre nosotros nos ayudan a aprender a cuidar de los demás.Un cristiano maduro entiende que su fe, su seguimiento de Cristo y su opción por el reino de Dios no depende de que los sacerdotes sean mejores o peores, más o menos dotados, sino del Señor que también a él le llamó a su familia. Porque nuestro común Pastor, con mayúscula, es Jesucristo. Ya lo avisaba el apóstol Pablo: “El que planta no significa nada, ni el que riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios. Nosotros somos colaboradores”.