PRIMERA LECTURAIs 35, 1-6.«Esto dice el Señor: "Regocíjate, yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo, porque le será dada la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón.Ellos verán la gloria del Señor, el esplendor de nuestro Dios. Fortalezcan las manos cansadas, afiancen las rodillas vacilantes. Digan a los de corazón apocado: '¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos'.Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del mudo cantará. Volverán a casa los rescatados por el Señor, vendrán a Sión con cánticos de júbilo, coronados de perpetua alegría; serán su escolta el gozo y la dicha, porque la pena y la aflicción habrán terminado"».SEGUNDA LECTURASt 5, 7-10.«Hermanos: Sean pacientes hasta la venida del Señor. Vean cómo el labrador, con la esperanza de los frutos preciosos de la tierra, aguarda pacientemente las lluvias tempraneras y las tardías. Aguarden también ustedes con paciencia y mantengan firme el ánimo, porque la venida del Señor está cerca.No murmuren, hermanos, los unos de los otros, para que el día del juicio no sean condenados. Miren que el juez ya está a la puerta. Tomen como ejemplo de paciencia en el sufrimiento a los profetas, los cuales hablaron en nombre del Señor».EVANGELIOMt 11, 2-11.«En aquel tiempo, Juan se encontraba en la cárcel, y habiendo oído hablar de las obras de Cristo, le mandó preguntar por medio de dos discípulos: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?"Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mí".Cuando se fueron los discípulos, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: "¿Qué fueron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? No. Pues entonces, ¿qué fueron a ver? ¿A un hombre lujosamente vestido? No, ya que los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿A qué fueron, pues? ¿A ver a un profeta? Sí, yo se lo aseguro; y a uno que es todavía más que profeta. Porque de él está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero para que vaya delante de ti y te prepare el camino. Yo les aseguro que no ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista. Sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos, es todavía más grande que él"».Estamos en el tercer domingo de Adviento, en la espera de celebrar el Nacimiento de Jesús, el Mesías, el Rey esperado y anunciado desde principio del mundo. La liturgia, a través de la Palabra de Dios, nos dice: “Estén siempre alegres en el Señor, estén siempre alegres. El Señor está cerca”.Pareciera que la gente de todo el mundo oyera esas palabras y responde con regocijo que se manifiesta en todas partes con una efusión de luces, colores, movimiento de unos y otros por todas partes. Preparativos para fiestas, compras, arreglos de casas y edificios. Se vive un ambiente de alegría, de expectación. ¿Pero realmente saben todos qué o quién genera esa alegría, esas expectativas de todos? Desgraciadamente no.¿Saben qué significa la Navidad? Los que creemos en Cristo sabemos el sentido de esta fiesta, a pesar de las diversas tergiversaciones que ha sufrido por las costumbres de la gente. Alégrense en el Señor, nos recuerda la liturgia, porque celebramos la venida de Dios hecho Niño para ser la alegría y la felicidad del mundo. Recibámoslo sabiendo quién viene, quién es el que llega, para que nazca la esperanza de que se cumplirán las promesas de paz, de justicia, de amor para todos; que habrá un mundo nuevo. No ocultemos debajo de falsas alegrías actitudes negativas, egoístas, injustas, de adulaciones y servilismo.Pidamos a ese Niño que va nacer que sea Rey esperado que transforme nuestro mundo en uno nuevo, en una tierra nueva. Ya así podremos realmente alegrarnos como nos pide la liturgia de este domingo.Javier Martínez, SJ - ITESOLa invitación de San Pablo es: “Estén siempre alegres en el Señor, les repito, estén alegres”. No es una alegría superficial o puramente emotiva a la que nos exhorta el Apóstol, y ni siquiera una alegría meramente mundana o la vana alegría del consumismo… Es una alegría que toca lo íntimo de nuestro ser, mientras esperamos a Jesús, que ya ha venido a traer la salvación al mundo. La alegría de un alma que vive en la presencia de Dios no puede compararse con nada de este mundo, pues quien ama vive su cielo ya desde este mundo. Amar es el principio de toda virtud, sin amor las cosas que hacemos no tienen el sentido que deberían porque amar es el fundamento de nuestra vida como cristianos. Necesitamos amor para abrazar a la humanidad y santificarla; amor para abrazar la cruz sin miedo ni distracciones; amor para servir al hermano necesitado; amor para perdonar a los enemigos; amor para hacer el deber cotidiano de la manera más perfecta; amor para soportar con paciencia los desgastes y exigencias de la vida ordinaria; amor para construir nuestra vida según el corazón de Dios; amor para renunciar al pecado que nos aparta del amor de Dios. Este tiempo de gracia que Dios nos concede, debemos aprovecharlo, pues podemos caer en riesgo de perdernos en el consumismo y en la vanidad de las cosas materiales. El único regalo que el ser humano necesita para llenar el vacío interior y darle paz es el amor, el perdón y la compasión. El ser humano no puede ser feliz en aquello en lo que no salva, sino tan solo en aquello para lo que fue creado: ¡el amor! El amor divino es la mejor medicina y la ganancia más preciada para el ser humano. No podemos vivir sin amor. Quien no ama es la persona más infeliz de este mundo. Quien ama es capaz de las más grandes hazañas y vive inmensamente feliz. El pecado es la enemistad con Dios, y ha hecho de nuestro mundo un lugar de tinieblas donde el consumismo, la infidelidad, la deshonra, la mentira y el abuso son la norma de vida para la mayoría de nuestra gente.La honestidad, la fidelidad, el amor a la vida, el respeto hacia el otro, la caridad, la guarda de la castidad y el amor a la virginidad han sido despreciados por esta generación. Solo el amor de Dios es capaz de "Fortalecer las manos cansadas, afianzar las rodillas vacilantes. Y decir a los de corazón apocado: '¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos". Porque las palabras de los cristianos de este tiempo son como hojas barridas por el viento, no tienen consistencia ni firmeza, pero la palabra de Dios es Roca Firme, en donde el corazón del hombre debe afianzarse para no perderse en la inconsistencia del mundo.