Viernes, 22 de Noviembre 2024
Suplementos | XXIII Domingo ordinario

Evangelio de hoy: “A ti te hablo, levántate”

Las lecturas de hoy nos presentan dos milagros, a la hemorroisa y a la hija de Jairo; en ambos Cristo se presenta como el Dios de la vida

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida». WIKIPEDIA/«Jesús resucitando a la hija de Jairo», de Pierre Claude François Delorme

«¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida». WIKIPEDIA/«Jesús resucitando a la hija de Jairo», de Pierre Claude François Delorme

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24.

«Dios no hizo la muerte,
ni se recrea en la destrucción de los vivientes.
Todo lo creó para que subsistiera.
Las creaturas del mundo son saludables;
no hay en ellas veneno mortal.

Dios creó al hombre para que nunca muriera,
porque lo hizo a imagen y semejanza de sí mismo;
mas por envidia del diablo
entró la muerte en el mundo
y la experimentan quienes le pertenecen».

SEGUNDA LECTURA

Corintios 8, 7. 9. 13-15.

«Hermanos: Ya que ustedes se distinguen en todo: en fe, en palabra, en sabiduría, en diligencia para todo y en amor hacia nosotros, distínganse también ahora por su generosidad.

Bien saben lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hicieran ricos con su pobreza.

No se trata de que los demás vivan tranquilos, mientras ustedes están sufriendo. Se trata, más bien, de aplicar durante nuestra vida una medida justa; porque entonces la abundancia de ustedes remediará las carencias de ellos, y ellos, por su parte, los socorrerán a ustedes en sus necesidades. En esa forma habrá un justo medio, como dice la Escritura: Al que recogía mucho, nada le sobraba; al que recogía poco, nada le faltaba».

EVANGELIO

Marcos 5, 21-43.

«En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: "Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva". Jesús se fue con él, y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.

Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.

Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de él, se volvió hacia la gente y les preguntó: "¿Quién ha tocado mi manto?" Sus discípulos le contestaron: "Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: '¿Quién me ha tocado?' " Pero él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido. Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad".

Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: "Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?" Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe". No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.

Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: "¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida". Y se reían de él.

Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: "¡Talitá, kum!", que significa: "¡Óyeme, niña, levántate!" La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña».

“¡Óyeme, niña, levántate!”.

“A ti te hablo, levántate”

La muerte es tal vez el acontecimiento más difícil de comprender y asumir de la condición humana. En ocasiones la estimamos lejana, incluso ajena. No obstante, al acumular años caemos en la cuenta de que ese misterio se hace presente de manera cercana (amistades, familiares, conocidos) y forma parte de la realidad de todos los días. 

Y si bien toda muerte de quienes apreciamos nos cuestiona, las que suceden de manera súbita o violenta (desgraciadamente en nuestro país estas últimas se cuentan últimamente por miles y miles) nos cimbran interiormente, nos confunden y provocan -como sucede con todo lo incomprensible para la mente y el corazón- “dolor y confusión” (tomando una expresión de Ignacio de Loyola).

Sobre la muerte, el texto del Libro de la Sabiduría de la primera lectura de este domingo afirma de manera contundente que “Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes”, pues creó al ser humano “para que nunca muriera”, ya que lo hizo a imagen y semejanza suya. 

Es posible que en los momentos de pesadumbre por la pérdida de un ser querido, tales sentencias pudieran ofrecer, desde la fe y sin evadir ni negar el duelo por la ausencia, una pequeña luz que sea el indicio del amor y la ternura de Dios hacia quienes sufren la pérdida de alguien. 

No son sino ese amor y ternura que mueven a Jesús a acudir a la casa de uno de los jefes de la sinagoga, Jairo, para salve a su hija, dada por muerta. El “talitá kum” (“a ti te hablo, levántate”) pronunciado por Jesús da de nuevo el aliento de la vida a la niña, quien entonces se incorporó y “se puso a andar”.

Así, ante el misterio de la muerte, lejana o próxima, esa expresión de Jesús no sólo garantiza la vida plena y para siempre a quienes se nos han adelantado, sino que también resuena en nuestros oídos y corazón para “andar”, para seguir apostando siempre por la vida, por el consuelo, por la fraternidad, por la reconciliación y la justicia. Eso es, a final de cuentas, el proceder y la voluntad total de Dios.

Arturo Reynoso, SJ - ITESO

Cristo nos invita a entrar a la dinámica de la redención

Hoy celebramos el domingo XIII del tiempo ordinario, en el que Jesucristo nos adentra en el misterio del ser humano. Ya decía San Juan Pablo segundo que el misterio de Jesucristo revela el Hombre al propio hombre. Las lecturas de hoy nos iluminan acerca de esto.

Siempre hay que partir de Cristo, por eso, el Evangelio hoy nos presenta dos milagros, a la hemorroisa y a la hija de Jairo. En ambos milagros Cristo se presenta como el Dios de la vida. Frente a Jesucristo la enfermedad y la muerte no tienen la última palabra. Y Cristo ha venido a servir al hombre, por lo tanto se entrega por él y le muestra su verdadera naturaleza. Ilumina el libro de la sabiduría cuando revela que Dios creó al hombre para que nunca muriera, porque lo hizo a imagen y semejanza de Él. La salvación de Cristo consiste en revelar y restaurar lo que estaba herido, la naturaleza del hombre. Entonces, el hombre está hecho para la vida, y para vivirla felizmente; desde Cristo la muerte ha sido vencida y por lo tanto se nos ha dado la vida plena por él.

Ahora, ¿Cómo entrar en esta dinámica de la vida de Cristo en nuestra existencia? Hay un detalle que nos revela también el libro de la sabiduría, dice que por envidia del diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan quienes le pertenecen. El diablo es una persona, pero hay que entender también lo que hace esta persona, su acción. “Diabolos” significa “el que divide”, el que pone enemistad. Se entiende eso desde el relato de la creación, pero también es algo que experimentamos. En nuestra vida cotidiana, la división, los conflictos, las enemistades se hacen presentes, manifestando de esta manera nuestra naturaleza herida.

La solución es la que presenta Jesús al ser generoso, acercarse y entregar su vida a los demás. Más allá del milagro extraordinario, Cristo nos muestra que hay un milagro ordinario que sana, restaura y sostiene. Ser generoso nos hace imitar a Cristo en su acción salvadora, ser generosos nos hace ser más humanos y, a la vez, nos diviniza. Queda más claro el ejemplo en la segunda lectura que nos presenta el apóstol San Pablo. Él exhorta a la comunidad de Corinto a distinguirse por su generosidad, para que la abundancia de unos remedie las carencias de otros. Siguiendo su ejemplo, no necesitamos de muchos bienes materiales, sino de calidez humana, para remediar a la humanidad herida.

Hermanos hoy es día del señor, históricamente es el día para la caridad. Los invito a que nos metamos en la dinámica de la generosidad de Cristo, porque ser generosos, dar vida, como lo hizo Él, nos mete en la dinámica de Cristo que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.

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