PRIMERA LECTURA: Jer. 31, 31-34. “Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados”.SEGUNDA LECTURA: Heb. 5, 7-9. “Aprendió a obedecer y se convirtió en autor de salvación eterna”.EVANGELIO: Jn. 12, 20-33. “Si el grano de trigo, sembrado en la tierra, muere, producirá mucho fruto”.Seguramente que para Felipe y Andrés fue motivo de orgullo llevar ante la presencia de Cristo a aquellos griegos que querían verlos. También hoy día muchos hombres siguen buscando a Dios con sinceridad en su corazón, se cuestionan dónde encontrarlo porque intuyen que Cristo es el camino para ir a Dios. La figura de Jesús está viva y no pierde interés para el hombre de cualquier tiempo. Pero, ¿cómo hacer visible el rostro de Jesús para los hombres de hoy? El mundo está gritándonos: “muéstrennos a Cristo”.Desde lo alto de la cruz, aparentemente un rotundo fracaso, Jesús se convirtió en el centro de la historia, Señor del cosmos, y Salvador de la humanidad. ¿A qué se debe tan descomunal cosecha que brotó de un solo grano caído en el surco? Es que la muerte y la resurrección de Cristo, son la victoria definitiva del amor sobre el egoísmo, del bien sobre el mal, de la gracia sobre el pecado.Los que confesamos nuestra fe en Jesús como Dios y Salvador nuestro no tenemos otro medio para mostrarlo que el testimonio individual y comunitario. Cristo vive en la comunidad de sus discípulos, está vivo en su palabra y en los sacramentos, particularmente en la Eucaristía, anima a la comunión fraterna de cuantos le seguimos, está presente en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados, y se encarna en todos los que aman al prójimo, viven los problemas de los demás y son solidarios con el pobre y el marginado. Ahí es donde puede verse hoy un reflejo de Cristo y de su evangelio.En este domingo de cuaresma hemos de preguntarnos cómo es nuestra alianza con Dios, es decir, la actitud religiosa y la consecuente conducta moral de cada uno. ¿Son auténticamente evangélicas porque se basa en el amor, son liberadoras y gratificantes porque generan alegría y apertura a los demás? O bien, ¿vivimos una religión triste y egoísta, una moral externa y basada en el temor, disconforme por tanto con la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús y acorde más bien con una “ética de esclavos” que se mueven por el látigo y no por el amor y la amistad generosa? Si estuviéramos en la segunda alternativa, necesitaríamos urgentemente un trasplante de corazón, un corazón nuevo para una alianza nueva sellada con el don del Espíritu.No debemos olvidar que, desde el bautismo de Jesús, tal y como las tentaciones del Primer Domingo de Cuaresma recuerdan, el Hijo de Dios y el Mesías va a vivir su identidad, lo que es, ajustándose a la senda del Siervo de Yahveh. ¿Es posible hallar a Dios y su salvación en el camino del servicio, del desprendimiento más radical? En este domingo, una vez más, la cuaresma nos recuerda que el secreto del itinerario que conduce a la vida es la entrega, la donación generosa de uno mismo. Jesús así lo ha vivido y enseñado.El cristianismo no es un sistema de verdades ni un conjunto de preceptos. El cristianismo es Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, dentro de la historia de la salvación sobrenatural de los hombres. Es la intervención salvífica de Dios que culmina en Cristo. El cristianismo histórico -la Iglesia- es, al mismo tiempo, comunidad de salvación y presencia viva entre los hombres del misterio de Cristo, su muerte, su resurrección.Es la presencia permanente y activa de Cristo en medio de su pueblo; es Dios vivo, Dios que habla a los hombres y les manifiesta sus planes de amor para que todos se salven.Cristo es el Verbo de Dios hecho hombre, y la plenitud de la revelación Toda la Biblia habla de Cristo. El Antiguo Testamento es la prehistoria de Cristo. Cristo profetizado, anunciado, prometido, simbolizado, prefigurado, esperado y el Nuevo Testamento es Cristo mismo, realización y cumplimiento de las promesas, de las profecías.La fe es un encuentro personal con Cristo. En el Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma, narra San Juan: “Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de la Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús” Él es el camino; verlo primero, seguirlo luego, es la salvación, ha sido la salvación de muchos. La disposición interior de aceptar a Jesús es la conversión.La respuesta por parte del hombre -el de ahora, el del siglo XXI-, ha de ser afirmativa para recibir el Reino en la conversión.Es el tema central de la Cuaresma. La conversión, llamada “metanoia” -palabra que va pasando ya al vocabulario religioso-, significa cambio; significa una actitud interior nueva, un nuevo estilo de vida. “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre sea glorificado”. Esta página del Evangelio marca ya los últimos días de Jesús.“Si el grano de trigo sembrado no muere, queda infecundo” Pero su glorificación también es morir: de su muerte nació la vida para todos los hombres.“El que se ama a sí mismo, se pierde” Cristo -que vino a perder para ganar, a sufrir, a padecer, a morir para dar la vida a todos- muestra el paradójico estilo de lo negativo para llegar a lo positivo: perder para ganar.José Rosario Ramírez M.Ha sido un tiempo difícil, y esta segunda oleada del coronavirus ha multiplicado las defunciones, pues la enfermedad nos golpeó, sumándose a la violencia que golpea desde hace años. Hace poco se publicaba que Jalisco tenía el tercer lugar de muertes en el país por COVID-19 y el dolor de muchas familias, por la ausencia de sus seres queridos, atestigua por el dato. ¿Qué podemos decir ante esta muerte que nos visita tan frecuentemente? ¿Cómo podemos sostener la esperanza en el hueco que nos dejan tantas vidas?Las palabras de Jesús en el Evangelio de este domingo podrían iluminar algún camino de respuesta. Jesús compara su vida con un grano de trigo que, sumergiéndose en la tierra y perdiéndose en ella, libera una potencia vital que trae fruto y nuevas semillas, que a su tiempo se convertirán en alimento y en capacidad de dar otras semillas que, a su vez, también serán alimento y nuevas semillas.Tal vez sea ésta una enseñanza para sostener nuestra esperanza: nosotros somos testigos de la potencia que, como semilla, tiene también la vida de quienes ahora ya no están. Grabada está su capacidad de dar fruto en nuestra vida: su alegría, su valentía, sus esfuerzos, sus búsquedas, según su propia forma personal de ser. Descubrimos sus huellas, y hasta sus heridas, marcando nuestra existencia, mostrándonos que su vida tiene todavía vida por dar, si nosotros le hacemos lugar en nuestra vida. El dolor es algo de ese lugar, pero también se puede acoger memoria, gratitud y los gestos y signos que reconocemos que han nacido en nosotros de aquella vida. Su vida, recordando a Kierkegaard, de alguna manera se repite en la nuestra, no como fue, sino como es, ahora, unida a mi propia vida. Su vida sigue dando vida, ahora, en la mía, en la nuestra. Algo así escucharemos cuando leamos los relatos del Resucitado en esta Pascua: esta comunión de vidas, que experimentamos ya con quienes se han ido, será, también, invitación a confiar en la resurrección del Cristo que se sumergió en la tierra, para darnos vida.Pedro Antonio Reyes, SJ - ITESO