Jueves, 28 de Noviembre 2024
Suplementos | Cuarto Domingo de Cuaresma

Encuentro con la verdad

La fe cristiana no existe en abstracto sino en los creyentes que caminamos en el tiempo y cada día tenemos que renovar nuestra vocación bautismal

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna». WIKIPEDIA/

«Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna». WIKIPEDIA/"Cristo enseña a Nicodemo»", de Crijn Hendricksz Volmarijn

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

2Cro. 36, 14-16. 19-23.

[La ira del Señor desterró a su pueblo; su misericordia lo liberó]

«En aquellos días, todos los sumos sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, practicando todas las abominables costumbres de los paganos, y mancharon la casa del Señor, que él se había consagrado en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, los exhortó continuamente por medio de sus mensajeros, porque sentía compasión de su pueblo y quería preservar su santuario. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus advertencias y se mofaron de sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo llegó a tal grado, que ya no hubo remedio.

Envió entonces contra ellos al rey de los caldeos. Incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén, pegaron fuego a todos los palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. A los que escaparon de la espada, los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos, hasta que el reino pasó al dominio de los persas, para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: Hasta que el país haya pagado sus sábados perdidos, descansará de la desolación, hasta que se cumplan setenta años.

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de las palabras que habló el Señor por boca de Jeremías, el Señor inspiró a Ciro, rey de los persas, el cual mandó proclamar de palabra y por escrito en todo su reino, lo siguiente: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha mandado que le edifique una casa en Jerusalén de Judá. En consecuencia, todo aquel que pertenezca a este pueblo, que parta hacia allá, y que su Dios lo acompañe”».

SEGUNDA LECTURA

Ef. 2, 4-10.

[Muertos por los pecados, ustedes han sido salvados por la gracia]

«Hermanos: La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya, hemos sido salvados. Con Cristo y en Cristo nos ha resucitado y con él nos ha reservado un sitio en el cielo. Así, en todos los tiempos, Dios muestra, por medio de Jesús, la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros.

En efecto, ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe; y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es un don de Dios. Tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir, porque somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos».

EVANGELIO

Jn. 3, 14-21.

[Dios envío a su hijo al mundo para que el mundo se salve por Él]

«En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.

La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios’’».

Jesús dijo a Nicodemo

En este cuarto domingo de Cuaresma, en siete versículos del capítulo tercero del Evangelio de San Juan, el Señor Jesús manifiesta, una vez más, el misterio sublime de la Redención en el acercamiento gradual hacia la cumbre, la Pascua. Todo acontece en intimidad. No hay multitudes ansiosas de escuchar esa sabiduría, esa Buena Nueva. No hay enfermos suplicantes. Ni siquiera están los más cercanos, los 12.

Sólo el Maestro y Nicodemo. Es de noche. De noche ha llegado Nicodemo, maestro de Israel, porque les tiene miedo a los judíos. Puntual a la entrevista pedida y concedida. Una inquietud, más que mera curiosidad, lo ha llevado a ese encuentro. Ésta es la composición del lugar y, siguiendo el estilo de San Ignacio de Loyola, ha de ser: “ver a las personas, oír lo que dicen, ver lo que hacen y luego reflexionar para sacar provecho”.

Frente a frente los dos, sentados, una pequeña mesa y una diminuta lámpara de aceite.

El visitante inicia el diálogo: “Rabí, sabemos que has venido como Maestro de parte de Dios, pues nadie puede hacer los milagros que tú haces, si Dios no está con él”. Nicodemo ya es un creyente. Una gracia recibida en su alma lo ha hecho reconocer en Jesús a un enviado de Dios; por eso le llama Rabí, y ya es un interlocutor abierto, dispuesto. Es ya tierra preparada para que caiga la semilla. Muy afortunado, feliz por haber logrado tomar esa parte de su vida para un diálogo con el Señor. 

Nicodeino es un hombre pensador; es un intelectual, entregado al estudio, familiarizado con los libros, con las corrientes del pensamiento de su época. Como intelectual, tiene las dificultades características del hombre en la ciencia, en la filosofía, en el mundo de las ideas. Una mente colmada de conocimiento está en situación peligrosa, si no se llega a la verdad. A veces la ciencia mala hincha y lleva a la soberbia.

Por mandato de Dios, Moisés ordenó fundir una serpiente de bronce y la levantó en alto. Sólo con mirarla quedaban curados los que habían sido atacados. De esa imagen, la serpiente de bronce levantada en alto, se valió el Señor para explicarle a Nicodemo el misterio de la Redención. Jesús iba a ser levantado en alto. San Juan vio en la fuerza de “ser levantado en alto”, la voluntad salvífica de Dios. Aquí manifiesta el misterio de la libertad del hombre.

José Rosario Ramírez M.

Encuentro con la verdad

El encuentro de Jesús con Nicodemo, es la confrontación de la verdad de Dios y la verdad del ser humano, con la verdad o realidad del mundo aquí representada por el rabinismo infectado de hipocresías o apariencias.

Nicodemo está viviendo esta verdad del mundo. Por una parte, vive de miedos al qué dirán, de apariencias. De ahí que busque a Jesús “de noche”, para que no le vean. Por otra parte, siente atracción por las palabras de Jesús en quien vislumbraba la presencia de Dios ¿Cómo hacer la verdad de Dios misericordia entrañable y la verdad del ser humano inseparable de Dios, en la ambigüedad de este mundo?

Jesús habla de un nuevo nacimiento en el Espíritu. El verbo griego empleado significa “nace de nuevo” y “nacer de arriba”. Un nuevo nacimiento para entrar “en el reino de los cielos”. Nicodemo representa al rabinismo cerrado en sí mismo, integrado por ciegos que aparentar ser los únicos que ven. 

Jesús acentúa la dimensión positiva del mundo: “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tenga vida eterna”. Según esta revelación debe cambiar nuestra forma de mirar al mundo. Está sostenido y arropado por el amor de Dios ¿por qué vamos a condenarlo sin más? 

Pero la Palabra que es luz y a todos los seres humano ilumina, no es recibida por todos los seres sino frecuentemente rechazada. Fue la conducta de aquel rabinismo cerrado que rechazó la luz del evangelio: “vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron”. Y aquí tenemos también la verdad del mundo, su lado sombrío, generado por la concupiscencia de los ojos y la arrogancia del prepotente que cada uno llevamos dentro. 

La fe no es sólo admitir verdades formuladas con autoridad por otros. Es ante todo y sobre todo apertura incondicional de la persona a esa presencia del “Abba” revelado en Jesucristo. Un acto complejo que implica sintonía espiritual profunda, confianza gozosa. 

El cristianismo es una práctica, un estilo nuevo de vivir, recrear y actualizar en nuestra propia historia la conducta histórica de Jesús, “el que hace la verdad”. Es decir, el que cada día se empeña en escuchar y poner en práctica lo que el Espíritu le sugiere en su conciencia mirando a la conducta de Jesús.

Necesitamos renovar cada día nuestro bautismo, nacimiento del Espíritu, memoria de Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por las fuerzas malignas. La fe cristiana no existe en abstracto sino en los creyentes que caminamos en el tiempo y cada día tenemos que renovar nuestra vocación bautismal. 

Cuando los cristianos con todas las personas de buena voluntad que actúan según su recta conciencia, tratamos de hacer la verdad, se está fraguando ya en nuestro mundo “la vida eterna”. Una vida inspirada y tejida en el amor que es más fuerte que la muerte: “Yo soy la resurrección; el que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”.

Dios que habita en nosotros

El confinamiento, entre otras manifestaciones, nos ha mostrado que somos seres necesitados en un mundo común que constantemente se está fragmentando. Desde el momento en que somos concebidos necesitamos de nutrientes, de cuidados y de socorro que se nos da. Son los demás quienes desde la gestación nos van sosteniendo según sus posibilidades, y también nos van capacitando para enfrentarnos a esta aventura que llamamos vida. Además, son nuestros prójimos los que nos preparan para encargarnos responsablemente de nuestra generación y de aquellas que vendrán. A fin de cuentas, lo que hombres y mujeres comunicamos en cada respuesta que damos a las necesidades de los demás es el modo humano o inhumano de vivir en un mundo que nos es común, pero que no es de nuestra propiedad.  

El confinamiento, al mantenernos aislados unos de otros, está limitando nuestras respuestas que podríamos dar a las necesidades de los demás. El confinamiento está complicando la esencial implicación para construirnos como “nosotros”, distorsionando el mundo común en un mundo fragmentado. “Nosotros” no somos simple pluralidad de “yoes” que coinciden en un tiempo y en un espacio. “Nosotros” es el ámbito común que nos implica. En el mundo fragmentado, incomunicado, es muy perceptible observar cómo proliferan “yoes” aislados, indiferentes unos con otros. Sin posibilidad a la diferencia que representa la presencia de “tú”, de “él” o de “ella”, muchas veces para el “yo” aislado los demás están de más. Quizás le signifiquen algo cuando ese “yo” pretenda apropiárselos, utilizarlos o desecharlos según sus intereses.  

Esta distorsión nos impide vivir la presencia del Misterio como el Dios Trinitario que habita en “nosotros” y no en “lo mío”. Si nos dejamos engañar por la distorsión del mundo fragmentado, le quitaremos a Dios su verdadero nombre: comunidad amorosa sin medida. Y el ídolo que fabricaremos en su lugar será un reflejo de nuestro ego distorsionado. Es cierto que en tiempo de confinamiento se complica que hombres y mujeres nos impliquemos humanamente. Sin embargo, para Dios Trinidad que nos ama inmensamente en plural, este frágil mundo común se vuelve su hábitat.

Salvador Ramírez Peña, SJ - ITESO

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