Viernes, 22 de Noviembre 2024

El epitafio del PRI

¿Por qué el tricolor, tal cual lo conocimos, ya ha desaparecido?

Por: Enrique Toussaint

El PRI gobernó México desde 2012 con un cinismo inimaginable. AP / ARCHIVO

El PRI gobernó México desde 2012 con un cinismo inimaginable. AP / ARCHIVO

El PRI vive en agonía desde 1997. La democratización del país suponía un riesgo existencial para un partido que nació conectado al autoritarismo. Cual feto alimentado a través de un cordón umbilical, el partidazo debía su existencia a las piezas que engranaban la dictadura perfecta. El “feuderalismo”, el presidencialismo exacerbado, el control de los tres poderes, la corrupción controlada, la sociedad inmovilizada, el partido régimen. Es natural que la posible desaparición de estos elementos constituyentes del autoritarismo mexicano esbozara el desvanecimiento del PRI. Empero, el PRI no murió.

El tricolor se recompuso desde los Estados. Los dirigentes partidistas entendieron mejor que nadie nuestra transición asimétrica. Supieron identificar los enclaves autoritarios que servían de escaleras para conquistar, de nuevo, Los Pinos. Y en paralelo, el PRI resucitó de las cenizas del fracaso. La alternancia fracasó. Fox decepcionó; Calderón comenzó el “combate frontal al narco” que sólo ha dejado muerte. La corrupción burló la hoguera de la transición y el viejo régimen supo transformarse con el PAN en Los Pinos. Las viejas reglas se acomodaron al nuevo tiempo político. La amargura democrática pavimentó el camino de vuelta del PRI. La democracia no era tan bonita como la pintaban.

Cosas han cambiado desde aquél momento. El PRI gobernó México desde 2012 con un cinismo inimaginable. La corrupción manchó la Presidencia misma. La Casa Blanca, Odebrecht, las estafas maestras, los gobernadores sátrapas. Una corrupción sistémica que hacía imposible pensar en la inocencia del Presidente. Ayotzinapa, Tlatlaya y un Gobierno que le dio la espalda a los derechos humanos. Y un sexenio aún más sangriento que el pasado. Mentiras que se apilaban y que dotaron de legitimidad a las famosas reformas estructurales: ni hubo más crecimiento económico ni tampoco bajó la gasolina. La radiografía de un proyecto político ineficaz y corrupto.

Y alguien se preguntará, a pesar de los pesares, ¿por qué no pensar en que el PRI se puede recuperar? Ya lo hizo, ¿por qué ahora sería diferente? Doy cuatro razones para pensar que el actual contexto es totalmente distinto.

El PRI se ha vuelto en el símbolo de la corrupción y perdió el discurso de “eficacia” que le reconocían muchos ciudadanos. El PRI siempre ha sido corrupto, pero repartía, decían. El PRI no es ejemplar, pero sabe gobernar, afirmaban otros. La simbiosis entre el PRI y la cultura política en México provocaba que los mexicanos pensáramos que el PRI siempre se merecía una segunda oportunidad. Sin embargo, el actual sexenio sepultó dicha narrativa.

De la misma forma, el PRI desapareció entre los nuevos electores. Las encuestas de salida son dramáticas: el PRI conquistó el 9% de los votos entre los electores menores a 34 años. Ya veíamos esa tendencia desde 2012, pero ahora está claro que el PRI es un instituto político circunscrito al apoyo de ciudadanos mayores de 60 años, con bajo nivel educativo -6 años en promedio- y que viven en zonas rurales. El PRI desapareció aceleradamente de las ciudades. El votante urbano es marcadamente antipriista; por lo que el horizonte supone mayor pérdida de votos en estos espacios geográficos. El PRI, como lo conocemos hasta hoy, quedó sepultado en las urbes.

Otro elemento es la disputa que supone Morena en términos ideológicos. A diferencia del PAN, Morena es una alternativa nacionalista. Con una ideología difusa, más parecida a la mentalidad de la que habló O’Donnell, el partido de López Obrador le robó al PRI la bandera nacional. Los símbolos políticos de la nación y sus encarnaciones en Juárez, Hidalgo o Cárdenas, ya le pertenecen discursiva y políticamente a Morena. El PAN nunca entró en esa confrontación. Buscó un cierto revisionismo histórico y ensalzar el carácter liberal de Madero o Juárez, pero sucumbió en el intento. La bandera y el nacionalismo siguieron estrechamente vinculados al PRI. Si vemos que cada día más, la disputa política se mueve entre variables nacionales/globales, el estandarte de la patria es una idea política sumamente poderosa.

De la misma forma, el PRI ya no tendrá la misma estructura. Es cierto que gobernará 12 estados. Empero, en sólo seis años, perdió 10 y sólo se quedó con una entidad poblada: el Estado de México. Y en el propio Estado de México, perdió 42 de 45 distritos en esta elección, la mayoría de ayuntamientos y el control del Congreso. El PRI se despidió del otrora inexpugnable Veracruz; también perdió Jalisco, y no se ve para cuando pueda regresar a Nuevo León. En términos de manejo presupuestal, el PRI perdió el 62% de sus presupuestos estatales. No gobierna ninguna capital de relevancia en el país.

Y, por último, el PRI no tiene recambio generacional. Los resultados de los comicios dejan a históricos del partido en las posiciones clave, pero sin ningún mensaje de renovación. Nombres propios como Miguel Ángel Osorio Chong, Claudia Ruiz Massieu o René Hernández Juárez serán los encargados de la “refundación”. Nadie puede decir que son jóvenes promesas del partido. Una transformación sin cambios en los nombres de quien toma las decisiones es una velada simulación.

El PRI ya dejó de existir como lo conocíamos. La apuesta por José Antonio Meade fue una aceptación tácita de la metamorfosis del tricolor. Todo apunta a que el partido navega hacia otra conversión. El PRI buscará un espacio en la derecha, con una apuesta que reivindique la tecnocracia y los valores conservadores. Rivalizará con la hegemonía del PAN en este nicho ideológico, ya lo marcó Mikel Arriola en su campaña y muchos gobernadores en los últimos años. Aniquilará el último rastro de nacionalismo revolucionario que queda en sus entrañas. Con ello, el PRI estará matando lo último que queda de lo que fue. Está claro: el destino del PRI es renunciar a sí mismo para poder sobrevivir. Por lo que ahora sí, todo indica que podemos ir redactando el epitafio del PRI.

JA

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