La isla que vio triunfar la revolución de los hermanos Castro, que entronizó a Fidel y convirtió en mito al Che Guevara, detuvo su reloj hace más de 50 años. En ella persiste el olor salobre y las tradiciones del campo: es una ciudad cosmopolita sin atisbos de falsa modernidad. Sus autos resisten como lo hace su sociedad: con inventos propios y la resiliencia como forma de vida; resisten también sus hábitos y maneras, la zalamería y la alegría propia de un pueblo que se sabe diferente.El pasado jueves Cuba amaneció igual pero diferente: la gobierna un hombre que no lleva el apellido Castro. Pero el día a día sigue igual, como hace años, con los colores pintando sus cielos y calles, sus aromas inundando los rincones y su gente sonriendo, con la certeza de que no hay mayor acto revolucionario que sonreír.DR