PRIMERA LECTURA: Hch. 3, 13-15. 17-19. “Ustedes dieron muerte al autor de la vida, pero Dios los resucitó de entre los muertos”.SEGUNDA LECTURA: 1Jn. 2, 1-5. “Cristo es la víctima de propiciación por nuestros pecados y por los del mundo entero”.EVANGELIO: Lc. 24, 35-48. “Está escrito que Cristo tenía que padecer y tenía que resucitar de entre los muertos al tercer día”.El evangelio de hoy sigue al episodio de los discípulos de Emaús que, regresando a Jerusalén, cuentan al grupo de los discípulos su encuentro con Jesús resucitado. Sorprende un poco que mientras el grupo está escuchando a los de Emaús, precisamente al aparecer Cristo en persona en medio de ellos, los discípulos tienen miedo y se resisten a creer lo que están viendo sus ojos.En la perplejidad de los discípulos ante la aparición de Jesús resucitado vemos que la fe tiene una franja de claroscuro que se sitúa entre la duda y la entrega confiada y que está compuesta de riesgo y seguridad al mismo tiempo. Para nosotros hoy día creer en Cristo y en Dios pertenece al mundo de lo invisible, no irreal, y, por tanto, no entra de forma inmediata en lo sensible.Con su aparición de hoy Jesús aporta una base “racional” para la fe de sus discípulos, pero ésta no es fruto lógico de la razón, sino de la experiencia pascual y del encuentro en profundidad con Cristo; lo cual les da una seguridad absoluta que condicionará toda su vida.A la fe no se llega por deducciones lógicas o argumentos contundentes, sino por la entrega, la confianza, el encuentro personal y la aceptación de Dios a través de su palabra. Sin embargo, creer es razonable. Aunque la fe no es fruto del raciocinio ni conclusión evidente de una demostración, no obstante, es una actitud razonable, libre y, en definitiva, don personal de Dios. Aunque no se basa en seguridades palpables, la fe tampoco es absurda, ni ciega. El que cree en Dios sabe de quién se fía al renunciar a los propios proyectos para asumir como suyos los planes de Dios.Creer hoy es comprometerse gozosamente con Dios, con nuestra conciencia y actitudes personales, con los demás, con el mundo, y con la vida. Creer es vivir toda nuestra vida con espíritu pascual, es decir, como resurrección perenne y nacimiento constante a la vida nueva de Dios; y atreverse, como los apóstoles y primeros creyentes, a convertirnos radicalmente cambiando el rumbo de nuestra vida y dando razón de nuestra esperanza a pesar de la duda y del egoísmo, de la injusticia y el desamor, de la vulgaridad y de la muerte. Porque la conversión, como el creer, es tarea de todo tiempo, incluido el pascual.Hoy, tercer domingo de Pascua, la Iglesia continúa en su gozo, en su victoria, y sigue repasando los días felices en los que los apóstoles vieron, oyeron y tocaron con sus manos a su Señor y su Dios resucitado. Ahora la pluma de San Lucas presenta a Cristo en la tercera aparición a sus discípulos.Sin duda todavía no estaban preparados suficientemente para la misión de ser testigos del portento de la resurrección, y por eso, para eso, por tercera vez se manifiesta entre ellos, allí donde siguen con miedo, encerrados. Ya después, ellos solos irán por distintos caminos, proclamando el prodigio y con la seguridad de quienes· no les quedó ni la más pequeña sombra de duda. De tal manera se mostró a ellos, que por el camino de los sentidos llegó a su mente la certeza de que, allí ante su mirada, estaba el mismo Jesús de Nazaret a quien durante tres años siguieron por los campos de Judea, de Samaria, de Galilea. Contaron, lo que les había pasado en el camino. Esta tercera aparición a los apóstoles fue un preámbulo: dos discípulos iban tristes, cabizbajos, rumbo a su pueblo Emaús, agobiados porque Jesús de Nazaret “profeta en obras y palabras” había sido entregado por los sumos sacerdotes y los ancianos en manos de Herodes y Pilato, y le habían dado cruel muerte el viernes que acababa de pasar. “Y nosotros esperábamos”, le habían dicho a un tercer caminante que de improviso se les agregó con el mismo rumbo. Desahogaron en él su tristeza, su frustración.El incógnito caminante que era el mismo Señor resucitado les abrió los ojos: les explicó las Escrituras, les aclaró que así convenía que sucediera, que el Mesías padeciera y muriera.Habiendo llegado al término de su camino, el desconocido quiso continuar y sus acompañantes lo invitaron a permanecer con él en su hogar. porque ya caía la tarde. Se sentaron a la mesa y al partir el pan reconocieron al Maestro, quien luego desapareció. A toda carrera los discípulos de Emaús se volvieron a Jerusalén a dar la noticia a los apóstoles.Cada día, a toda hora, en todos los idiomas y dialectos, se ofrece Cristo en sacrificio incruento en la Sagrada Eucaristía.Es la oblación pura sin mancha anunciada por el profeta Malaquías. La Santa Misa, acto cumbre de la fe y del culto cristiano, reúne en fe y caridad a los bautizados. Pan partido para saciar el hambre espiritual.José Rosario Ramírez M.En la Biblia abundan imágenes, metáforas y alegorías alrededor de la comida. La comida es central en nuestra relación con Dios. El anhelo y el deseo de nuestra comunicación con Dios pueden encontrar respuesta a través del simbolismo bíblico. Desde el Génesis, donde todo empezó por un fruto que fue comido en el Jardín del Edén, hasta la sublime sensualidad del Cantar de los Cantares, se habla del mutuo anhelo entre el amor de Dios por nosotros y el de nosotros por Él expresado como lenguaje del deseo que, a su vez, se convierte en lenguaje de la comida.Los Evangelios muestran a un Jesús que enseña a vivir de acuerdo con la ley del amor. Una de las principales formas de amar mostradas por Jesús es compartirnos a nosotros mismos, partiendo el pan del corazón. Compartirnos requiere desprendimiento, compasión y constante cuidado por los demás. Estos atributos y prácticas espirituales son intrínsecos a la hospitalidad, máxima expresión de la espiritualidad cristiana. ¡Jesús fue radical! Jesús se deleitaba en la amistad particularmente con los excluidos, los pecadores y la gente común y corriente. Él dedicaba tiempo especialmente con aquellos que necesitaban sentir protección, perdón y una palabra de aliento. Hay muchas narraciones en los evangelios que reflejan este compañerismo de Jesús, sanador y transformador, a través del compartir la comida. Entre otros ejemplos encontramos la historia de Zaqueo o la de la multiplicación de los panes. En esta última, el simbolismo espiritual de la comida es ricamente expresado. Los doce discípulos con doce canastas representan a Israel reunido por Jesús y siendo alimentado por Dios padre/madre que sostiene, nutre y provee a buen tiempo.Finalmente, en la Última Cena Jesús come con sus amigos y amigas. Esta última comida conllleva la referencia simbólica clave para las sucesivas generaciones, por medio de la institución de la eucaristía: la vida, muerte y resurrección de Jesús es conmemorada en la fracción del pan. La misión de Jesús es incluyente hasta el final, al punto de compartirse él mismo. Todos estamos invitados a sentarnos alrededor de la misma mesa y a hacer otro tanto.Juan Enrique Casas, SJ - ITESO