Martes, 26 de Noviembre 2024

Anaya y la ruleta rusa

El candidato del Frente se jugó todo a un disparo y su campaña no terminó de despegar

Por: Enrique Toussaint

Nadie duda del talento de Ricardo Anaya. Sin embargo, llevó su ambición demasiado lejos. ESPECIAL

Nadie duda del talento de Ricardo Anaya. Sin embargo, llevó su ambición demasiado lejos. ESPECIAL

Hace tres años, nadie pensaba que Ricardo Anaya pudiera hacerse de la candidatura presidencial. No podrá con Margarita Zavala, aseguraba más de uno. No lo quieren los ex presidentes del PAN, decían. El Frente es absurdo y el fracaso para cohesionarlo será su Waterloo. Sobraron las plumas que redactaron alegremente el epitafio del “joven maravilla”. Sin embargo, lo logró: se hizo con la candidatura presidencial y lo ungieron como candidato, también, del PRD y Movimiento Ciudadano. Anaya demostró astucia y ambición. Y ante la crisis del PRI, se convirtió en el retador de López Obrador.

Su ascenso meteórico lo colocaba frente a una realidad innegable: como en la ruleta rusa, se jugaba todo a una sola bala. No hay más. Ricardo Anaya, llevado por su ambición -un valor en política, me parece; aunque no a cualquier precio- hizo todo lo que estaba a su alcance para llegar a la boleta presidencial. Rompió a su partido. El PAN, como lo conocimos hasta 2016, dejó de existir. No sabemos si la propia configuración del sistema de partidos hubiera obligado su transformación, pero lo que sí sabemos es que Anaya aceleró su entierro. Para unir al Frente, firmó un proyecto que no responde, en prácticamente nada, a los principios históricos de Acción Nacional. La traición explica los grandes cambios políticos de la historia, como sostienen Jeambar y Roucate, pero la traición no deviene en nada, las venganzas son implacables. Hoy, Anaya tiene que enfrentarse a un rival que no pierde fuelle electoral, y a la vez cerrar los flancos de aquellos que lo quieren ver derrotado vergonzosamente.

Ricardo Anaya no ha crecido desde que comenzó la campaña. Por el contrario, en marzo de este año, los estudios demoscópicos lo colocaban rozando los 30 puntos de intención electoral, cinco puntos por encima de lo que tiene hoy. No ha podido capitalizar el miedo y la incertidumbre frente a una eventual presidencia de López Obrador y ni siquiera ha podido maximizar la intención de voto en los otrora bastiones panistas -Jalisco, Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes-. El ejemplo más evidente del fracaso de Anaya es Jalisco. El candidato presidencial tiene tres candidatos a la gubernatura, que suman 58% de arrastre electoral, de acuerdo con la encuesta de Mural. Empero, Anaya tiene una intención de voto de 34% en Jalisco y está 13 puntos por detrás de López Obrador, en un Estado donde el tabasqueño perdió por 900 mil votos en 2006 y por 600 mil en 2012. Jalisco es el reflejo claro de la incapacidad de Anaya para tripular un proyecto distinto al que López Obrador está poniendo sobre la mesa.

Anaya ha cometido, a mi juicio, cuatro errores en su campaña. El primero, la heterogeneidad de su equipo, lo diverso de aquellos que integran su “cuarto de guerra”, lo ha llevado a no aprovechar los momentos clave de la campaña. Luego de su victoria en el primer debate, una pésima decisión de él y su equipo provocaron que deslizara la idea de buscar un pacto con Peña Nieto para bajar a Meade y debilitar a López Obrador. La jugada le salió tremendamente mal a Anaya y a Jorge Castañeda. Una decisión errada tiró por la borda el momento positivo que tuvo tras el primer debate. Decisiones como ésa se explican por lo ingobernable de su equipo cercano que se compone de ex foxistas, panistas, sociedad civil, militantes de la izquierda, consultores.

Segundo, Anaya nunca tuvo un proyecto como tal. Tiene propuestas. Incluso diría que si uno revisa su programa, hay áreas con propuestas arriesgadas y sólidas, como las anticorrupción. Pero no hay un eje rector y nunca consolidó una idea fuerza. Empezó con el futuro frente al pasado. Hablando de tecnología, hackers y celulares inteligentes. Una táctica atravesada por los clichés para seducir al voto millennial. No lo cuajó y la brecha en este segmento poblacional se amplió en las últimas semanas. Luego, más por desesperación, buscó agitar el ánimo justiciero del pueblo mexicano diciendo que él sí va a meter a la cárcel a Peña Nieto. Anaya nunca ha tenido un relato, una historia que contar, y eso se explica por el pragmatismo que permea su ascenso al poder. Un ascenso que nunca tuvo una explicación ideológica o programática. Hoy, no sabemos cómo piensa Anaya: puede suscribir principios con el Frente Nacional por la Familia, y el día siguiente defender todo lo contrario. El Frente ha sido incapaz de dotar de sentido al proyecto de Anaya.

Tercero, en un país cargado hacia el voto antisistema, Anaya se movió tarde hacia ese nicho de votos. Algunos de los analistas y consultores que lo han acompañado confundieron escenarios. No estamos en el México del 2006. Las mismas campañas de miedo contra López Obrador no surten el efecto de aquellos ayeres. La indignación con la corrupción y un modelo de país que se ha devorado a las clases medias, dejaron un contexto muy favorable para el discurso lopezobradorista. Cuando Anaya quiso distanciarse de Peña Nieto y su proyecto, los fantasmas del Pacto por México dificultaron su apuesta. Incluso, las innumerables grabaciones de Anaya defendiendo los proyectos de Calderón y Fox que nunca dudaron en expresar sus simpatías por Meade, el candidato del PRI. El movimiento llegó tarde.

Cuarto, el victimismo de su campaña no ha desatado empatía ni ha sacudido las encuestas. Es cierto que la operación facciosa de las instituciones es una característica del Gobierno de Peña Nieto. Y el mexiquense no dudó en activar a la PGR para golpear al candidato del Frente. Una maniobra sucia que debe ser condenada sin ambigüedades. Empero, Anaya nunca supo explicar su relación con el empresario Barreiro. La dificultad para comunicar con claridad el escándalo de las bodegas marcó su campaña y lo hizo un blanco fácil de ataques a diestra y siniestra. De la misma forma, su victimismo contrasta con la forma en la que se hizo de la candidatura presidencial: utilizando su posición como presidente del partido para marcar las cartas a su favor. El victimismo difícilmente es creíble en un contexto así.

Nadie duda del talento de Ricardo Anaya. Sin embargo, llevó su ambición demasiado lejos. Tuvo que dejar muchos heridos en el camino que hoy le impiden competir seriamente con López Obrador. Anaya quiso construir una candidatura como espejo del rompecabezas de acuerdos e intereses que lo catapultaron y hasta hoy ha sido un fracaso que las encuestas registran con frialdad. Como en la ruleta rusa, Ricardo Anaya se jugó su futuro político, el futuro de su partido y su trayectoria, todo a un solo disparo. Y hasta el momento, la apuesta arriesgada no le está saliendo.

Tapatío

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