Alejandro vive bajo la sombra del miedo. Ni su equipo de bioseguridad ni los estrictos rituales de desinfección alejan el temor a contagiarse en el hospital donde atiende a pacientes de COVID-19 en Tijuana, Baja California."Siempre hemos tenido pacientes con enfermedades infectocontagiosas, pero ahora todos tenemos miedo", confiesa Alejandro Camacho, de 27 años, médico del Hospital General de Tijuana.Fue contratado por el gobierno para cubrir el déficit de doctores que desnudó la pandemia, que deja tres mil 465 muertos y 35 mil 022 casos confirmados en México.Duramente golpeada por el crimen organizado, esta ciudad fronteriza con Estados Unidos, de casi dos millones de habitantes, es también una de las más afectadas por el nuevo coronavirus.El estado al que pertenece, Baja California, contabiliza 415 fallecidos.Aunque "afortunado" de que cada día le renueven el equipo de protección, Camacho no quiere dejar nada a la suerte y se compró una máscara protectora adicional. Algunos colegas -dice- la están pasando mal por falta de material de seguridad."Tratamos de tener mucho cuidado en cómo nos colocamos el equipo y eso implica (...) un poco de presión psicológica", afirma el médico, quien vive en un apartamento de interés social con su madre y un hermano.Tras su turno de seis horas comienza un ritual desgastante. En un pasillo del edificio, antes de entrar a casa, lava la careta en tres tinas: una con jabón, otra con una solución de agua y cloro, y la de enjuagar.Recién entonces puede bañarse, cambiarse de ropa y cenar. En estos protocolos se le van dos horas diarias.Echa de menos los tiempos cuando simplemente se quitaba la bata para ir a un restaurante o reunirse con amigos. El desenfado dio paso a la paranoia. "Ahora salgo e inmediatamente me cambio la ropa y siento que estoy contaminado de todas formas".Listo por fin para descansar, a la espera de otra dura jornada. "Ahorita estamos llenos, a reventar" de pacientes.Cuando anochece, Estrella de Luz González, especialista en urgencias de 37 años, despierta para su guardia en el Hospital General Fray Junípero Serra, en Tijuana.Antes de salir de casa prepara la cena de su madre de 75 años y empaca el equipo de seguridad que ella misma compró.Pese a no trabajar en un hospital destinado a la epidemia, a veces tiene que atender a contagiados mientras son remitidos a otras instituciones.La sospecha está a la orden del día. "Tenemos que tratar a todos, aun cuando sea una emergencia de trauma, como pacientes COVID".Y aunque menos expuesta que otros colegas, la pandemia le ha puesto una dura carga, pues debe atender cada vez a más enfermos de otras dolencias que no son recibidos en los hospitales designados para la crisis."El flujo de pacientes es exponencial (...), se fue para arriba en un 300 (a) 400%".Nunca faltan los baleados, en una ciudad que registró unos dos mil 100 homicidios en 2019, la mayoría atribuidos al crimen organizado."Aun cuando todos deberíamos estar en casa, la violencia no para", lamenta la doctora, quien lleva un mes y medio sin tocar a su mamá por temor a "terminar matándola de una neumonía".Alejandro Camacho, quien completa sus ingresos con una consulta privada, tampoco tiene contacto físico con su novia desde hace un mes por temor a contagiarla.Aplazaron los planes de vivir juntos, no solo por el virus, sino también por el oscuro panorama económico. Su contrato es por seis meses."Ahorita hay más plazas de trabajo (para personal de salud), a un costo muy alto. Pero cuando esto pase, ¿qué otros trabajos disponibles va a haber? Hay mucha incertidumbre (...), ahorita no creo que sea buen momento", dice.IM