El 22 de diciembre de 1997, un grupo de indígenas tzotziles de Acteal, en San Pedro Chenalhó, Chiapas, se encontraban haciendo oración en una ermita de la comunidad. Era una mañana tranquila, sin presagios, con esa luz intensa y melancólica que sólo se encuentra en los últimos días del año.Acteal es una pequeña localidad inmersa en los Altos de Chiapas, rodeada de cerros y cubierta por oceános de nubes en lo más profundo del sureste de México. Los tzotziles oraban en el medio del silencio de la mañana, ajenos a la bruma de insidia que bajaba de las montañas. No había nada que temer. Alrededor de las 10 de la mañana, la nube de tormenta de un grupo de hombres armados apareció de pronto en la borrasca del amanecer. Eran cerca de sesenta desconocidos vestidos de negro hasta las cejas, llevaban armas cuyo uso era exclusivo del Ejército, y se dirigieron con precisión de tropel a la ermita donde los indígenas murmuraban sus oraciones matutinas.Los hombres de negro desenfundaron sus armas e irrumpieron a mansalva al recinto, pero fue tan rápido, tan eficaz, tan meticuloso, que los tzotziles no tuvieron tiempo siquiera de comprender qué estaba pasando. Había embarazadas, había menores de edad, había niños. En un instante de sangre y horror, la vida cambió para siempre en medio de los tiros de metralla.La masacre se extendió por casi siete horas. De acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos, cuarenta y cinco tzotziles fueron asesinados: 18 mujeres de las cuales cuatro estaban embarazadas, 16 niñas, cuatro niños y 17 hombres, así como 26 lesionados graves. De las víctimas, 12 murieron por golpes o heridas punzocortantes, y los que murieron por disparos de herida de bala los recibieron por la espalda. Eran proyectiles expansivos, propios del Ejército.Aquellos indígenas tzotziles pertenecían al grupo pacifista Las Abejas. Eran cristianos pero conservaban con orgullo sus raíces mayas, promovían la paz y la justicia, y abanderaban la lucha en contra del neoliberalismo. Eran uno de los numerosos grupos de disidencia que se conformaron a lo largo y ancho del territorio chiapaneco, que desde hacía algunos años se habían resistido a la política oficial, y tenían como propósito edificar para sí mismos un gobierno propio.Había sido un año difícil. Desde el 24 de mayo, su comunidad se había visto afectada por una oleada de homicidios, desapariciones y amenazas legítimas perpetradas por el gobierno mexicano, que pretendía desarticular la organización indígena con los recursos del miedo. A lo largo de 1997 cientos de personas decidieron desplazarse ante estos actos de violencia, pero la realidad para muchos otros tzotziles era que no tenían ningún lugar en el mundo a donde ir, y tampoco veían viable abandonar la tierra que los había visto nacer y donde habían vivido desde siempre. La razón por la cual el gobierno mexicano, encabezado por el presidente Ernesto Zedillo,estaba afanado en suprimir con fuego y sangre a las organizaciones independientes indígenas, respondía a razones mucho más amplias. Había sido una década convulsa, de tensiones interminables e incertidumbres políticas que amenazaban el orden hasta entonces inamovible del PRI. El primero de enero de 1994, tres años antes de la masacre, y el mismo día que diplomáticos solemnes celebraban el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, México inició el Año Nuevo con el levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).Eran un grupo numeroso de indígenas guerrilleros, y en cuestión de horas lograron ocupar las principales cabeceras municipales de Chiapas, tales como San Cistobal de Las Casas, Ocosingo y Chanal, entre otras. A lo largo de doce días entablaron una batalla encarnizada contra las fuerzas armadas de México, que en ningún momento se anticipó ni esperó siquiera aquella insurrección armada, la cual dejó numerosos muertos en ambos bandos.Los Zapatistas luchaban contra el gobierno mexicano por tres principios fundamentales: la defensa de los indígenas, la construcción de un nuevo modelo social y político que abogara por la libertad y la justicia, y la erradicación total del neoliberalismo. Sus disputas, no obstante, estaban enfocadas para y por los indígenas de Chiapas, que por siglos habían vivido en condiciones de injusticia y desigualdad, y cuyos problemas se habían agravado más que nunca por el nuevo orden del neoliberalismo y los tratados con los extranjeros. El movimiento de los zapatistas influenció a muchos otros grupos indígenas que estaban en desacuerdo con el gobierno mexicano, y que buscaban autonomía para dedicir por sí mismos: las Abejas fue uno de estos grupos. Las Abejas se encontraron atrapadas en el fuego cruzado entre el gobierno mexicano, y su lucha impenitente contra los zapatistas. Si bien Las Abejas no coincidían ni abogaban por la vía de la violencia, sí preferían para sí mismos un gobierno propio e independiente, autónomo, donde los únicos que decidieran fueran ellos mismos, y para sí mismos. La cuestión, no obstante, radicaba en que el gobierno mexicano estaba empleando todos sus recursos en erradicar hasta la raíz cada uno de los focos de insurrección en el territorio de Chiapas. Estaban decididos a no tocarse el corazón. Para ello, empleó toda una lógica guerrillera en la que entrenó a civiles y los convirtió en paramilitares. A cambio del asesinato y el caos, estos civiles instruidos en las artes de la muerte eran condecorados con terrenos, pensiones mensuales y demás gratitudes concedidas de la mano directa del gobierno. Una vez entrenados, mandó su tropel de la muerte a las cumbres montañosas de Acteal, donde los tzotziles oraban sin importunar a nadie, con el propósito de que no se unieran a los zapatistas, o como escarmiento para los primeros. Después de la matanza, el gobierno del entonces presidente Ernesto Zedillo optó por el discurso sencillo de que la masacre fue en realidad un enfrentamiento entre indígenas, y fue la versión que se mantuvo a lo largo de décadas de silencio e impunidad. De acuerdo con la CNDH, "un grupo de 11 víctimas puso una demanda en una corte de Estados Unidos contra el ex presidente Ernesto Zedillo. Se le acusa de responsabilidad de mando, por ordenar, participar y conspirar en asociación delictuosa para ejecutar la matanza de Acteal y por su posterior encubrimiento. Lamentablemente en el 2014, esa misma Corte de Estados Unidos lo eximió de responsabilidad legal por los hechos ocurridos aquel 22 de diciembre de 1997".Al día de hoy, 25 años después, no se ha hecho justicia todavía por los 45 tzotziles que fueron masacrados a mansalva por el gobierno mexicano, y quienes no deseaban otra cosa en la vida más que una mejor vida para ellos, para sus hijos, y para el futuro. Con información de CNDH, Gobierno de México y Gobierno de Chiapas. FS