Viernes, 29 de Noviembre 2024

Las decisiones de AMLO

Los 10 dilemas que marcarán el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador
 

Por: Enrique Toussaint

Las decisiones de AMLO

Las decisiones de AMLO

Andrés Manuel López Obrador es ya Presidente de México. Ningún mandatario ha acumulado tanto poder en los últimos 30 años, publicaba The Economist hace un par de días. Controla el Congreso de la Unión, no tiene grillas internas en su partido y construyó un gabinete a imagen y semejanza de su proyecto. El poder que tiene es enorme y las expectativas son del mismo tamaño. López Obrador no tiene excusas, el electorado le dio un mandato inequívoco. Empero, existen definiciones que marcarán, no sólo sus primeros días al frente del Gobierno Federal, sino todo el sexenio.

El primero: ¿gradualismo o terapia de shock? López Obrador está obligado a la ruptura con lo establecido. En la elección de 2018, el voto antisistema lo catapultó a la Presidencia. Sin embargo, los ritmos de transformación serán vitales para saber qué tipo de oposición recibirá su Gobierno y qué tan capaz es López Obrador de tejer consensos que supongan una ampliación de su base de apoyo. México necesita cambios sólidos y valientes en distintas áreas, pero no una terapia de shock que solo provocaría inestabilidad, desconfianza y pesimismo. López Obrador fue electo para luchar contra ese país desigual, corrupto, de privilegios, excluyente y violento. Sacudir todo de un solo golpe podría dejar al Presidente electo sin margen de maniobra. Texcoco, las comisiones o las pensiones son reflejo de lo pernicioso que puede ser la inestabilidad.

El segundo: ¿Serán los moderados o los duros los que definan la agenda del Presidente? Es innegable que al interior del proyecto de López Obrador perviven pulsiones que chocan permanentemente. Los moderados, que comparten los cambios propuestos por López Obrador pero empujan por diálogo y consensos, y los duros que no quieren hablar ni tantito de estrategia, pragmatismo o realismo. El Presupuesto será un mensaje contundente de quién se sitúa en mejor posición para determinar la agenda presidencial. López Obrador buscará el equilibrio entre ambas posturas, pero es innegable que alguna de ellas tendrá más mano que la otra en la construcción de la agenda presidencial.

El tercero: ¿Quién gobernará? ¿El AMLO amoroso o el que polariza? Qué Andrés Manuel veremos en 2019, el que apela a la república amorosa o el que descalifica a las organizaciones sociales o llama a sus críticos fifís y conservadores. La polarización le puede hacer mucho daño a su proyecto de Gobierno. El debate es: ¿López Obrador prefiere perder tiempo en andar respondiendo sobre arrebatos que sólo desatan el aplauso de sus bases o le baja a la polarización y apuesta por gobernar para todos? Lo que nos deja la historia política, las distintas transiciones, es que los partidos de izquierda que se enfocaron en los derechos laborales, el combate a la desigualdad, la inclusión de la mujer, la extensión de libertades, la protección social y la seguridad democrática, y no en descalificaciones permanentes a sus opositores -sean medios de comunicación o empresariado- son las administraciones mejor recordadas. Lo accesorio muchas veces sustituye a lo sustancial en la narrativa del Presidente de México.

Cuarto dilema: ¿Estado de bienestar o clientelismo? Una diferencia entre la izquierda latinoamericana y la europea, es que la primera prefirió optar por el camino de la prebenda y los apoyos condicionados a lealtad partidista, mientras que la segunda se empeñó en construir amplios estados de bienestar en donde la educación pública, la salud universal, los seguros de desempleo, los programas de combate a la pobreza son derechos de la ciudadanía y no prebendas del gobernante en turno. Lo primero supone mucho trabajo, reformas de todo tipo -gasto, fiscal- y no asegura el control político, y lo segundo es siempre una tentación pensando en la siguiente elección.

Quinto dilema: ¿Disciplina u ocurrencias? Morena, y sus aliados, es un movimiento profundamente heterogéneo. Que va desde aquellos que defienden proyectos de izquierda hasta la ultraderecha. El vaso comunicante entre ellos es López Obrador y el nacionalismo. La vena no tradicional de Morena no debe impedir que López Obrador meta orden. Si cualquiera de sus diputados se mueve entre ocurrencias, las consecuencias a corto plazo serán muy negativas. La credibilidad de su proyecto se desinflará. Un Gobierno tan escudriñado y vigilado, no puede darse el lujo de cometer tropiezos que le generan desgaste.

Sexto dilema: ¿Quién es el adversario de López Obrador? ¿Contra quién estarán dirigidos los primeros mensajes de cambio? López Obrador hizo campaña, por años, culpando a la mafia del poder de todos los males que aquejan al país: la pobreza, la desigualdad, la corrupción. El Presidente se comprometió en campaña a no subir impuestos hasta no demostrar que es posible un Gobierno austero y sin corrupción. Tampoco apoya cambios de fondo en el modelo económico. Todo indica que la agenda presidencial estará más marcada por obras y proyectos, que por reformas y cambios legislativos.

Otro debate en torno al proyecto de López Obrador es: ¿El Presidente optará por acuerdos y consensos, o por utilizar su mayoría permanentemente? La primera supone más tiempo para negociar y reduce la eficiencia a corto plazo de su Gobierno. La segunda puede parecer eficaz, pero no cimienta las transformaciones a largo plazo. Pasó con Peña Nieto: excluyó a López Obrador y a su movimiento de los acuerdos, y seis años después, dos reformas fundamentales, la educativa y la energética, se tambalean. Los consensos son más prolongados, pero garantizan la pervivencia de las reformas en el tiempo.

Último dilema a resolver: ¿Qué relación quiere tener López Obrador con sus críticos, sean medios de comunicación o empresarios? La democracia busca canalizar el conflicto a través de vías institucionales. El Presidente enfrentará mayor oposición social y empresarial, que partidista. Hablaremos mucho de bolsa y tiempo de cambio, y poco de encuestas partidistas. En estos momentos, no hay un partido político capaz de hacerle sombra al proyecto del Presidente, pero los mercados y los empresarios sí pueden suponer un contrapeso a ciertas decisiones de López Obrador. El Estado no puede hacer lo que quiera y el tabasqueño tiene que elegir correctamente sus batallas.

La llamada “Cuarta Transformación” está en marcha. México tiene un Gobierno que se califica de izquierda por primera vez desde Lázaro Cárdenas. Es un proyecto ambicioso que se compromete a acabar con la corrupción en el país y construir una nación más justa. Muchos gobiernos de izquierda llegaron con la legitimidad de las urnas, y el respaldo social, y sin embargo naufragaron. América Latina es una muestra de ello: los gobiernos progresistas de la región impulsaron cambios importantes en los primeros años de sus mandatos -Chávez, Correa, Kirchner- pero luego el enamoramiento con el poder dilapidó su capital político. El reto de López Obrador es ser fiel a su proyecto, y al mandato de las urnas, pero siempre con talante democrático: escuchando, dialogando, consensando. Comienza una nueva página de la historia política de México.

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