Las elecciones intermedias suelen tener una dimensión plebiscitaria. Guste o no. La ciudadanía sale a votar pensando en si premia o castiga al Presidente de la República, sin dejar de lado que las variables locales siempre pesan. Repasemos la historia electoral. Carlos Salinas de Gortari ganó el plebiscito y se llevó el país entero en 1991 —luego del fraude de 1988—. Ernesto Zedillo aún a pesar de levantar al país luego del saqueo salinista, entregó a la oposición la mayoría en la Cámara de Diputados. En 2003, el cambio sí tuvo freno y Vicente Fox quedó sepultado en las intermedias. En 2009, Felipe Calderón recibió un durísimo castigo en las urnas y en 2015 un criticado Enrique Peña Nieto mantuvo su mayoría con la fragmentación de sus rivales. El oficialismo, Morena y sus satélites, llegan a las elecciones intermedias con un desgaste nunca antes visto. Aunque, la debilidad de la oposición, le permite a Morena optar por llevarse la mayoría de las gubernaturas en juego. Eso no quita que el partido del Presidente marca 20% en las encuestas. Menos de la mitad de los votos que logró captar en 2018. Andrés Manuel López Obrador sigue siendo un político bien valorado entre la opinión pública mexicana, pero su partido no logra capitalizarlo. La única fórmula que se le viene a la cabeza a López Obrador es buscar un plebiscito: o yo o los de antes; o yo o el PRIANRD. La consulta para decidir si se juzga o no a los expresidentes es un intento desesperado del Presidente por llevar dicho plebiscito a las intermedias. López Obrador sabe que es imposible abrir la puerta a un juicio a través de una consulta. La Corte invalidaría el ejercicio. No obstante, tiene el discurso perfecto: esos conservadores de la Corte que defienden a los corruptos del pasado. En esa farsa de consulta que vulnera el estado de derecho y lastima la credibilidad de la democracia participativa, quiere fortalecer el discurso plebiscitario que ya desliza con la revocación de mandato.El jefe del Ejecutivo quiere estar en la boleta.En este escenario, Movimiento Ciudadano acierta al no caer en la trampa plebiscitaria, como llamé en un artículo hace algunas semanas. La polarización entre el Presidente y una oposición, lastimada por los casos de corrupción, sería una llave de acceso a una mayoría absoluta innegable para el Presidente. Si MC quiere construir una identidad diferenciada, debe presentarse a las elecciones en solitario. Una alianza PAN-PRI-PRD-MC no suma, ni siquiera en un escenario de polarización como el actual. Las encuestas demuestran que una buena parte de los mexicanos, muchos de ellos electores de López Obrador, estarían a favor de una tercera vía que no fuera ni el oficialismo morenista ni los partidos de la transición. Casi la mitad de los posibles electores no saben por quién votar.Sin embargo, no todo es tan fácil. MC puede comprometerse a no pactar a nivel federal ninguna candidatura de coalición, sin embargo para nadie es una sorpresa que a nivel local sí necesita acuerdos. El caso más claro es Nuevo León. El bipartidismo neoleonés quedó sepultado en 2015 con la victoria de Jaime Rodríguez “El Bronco”. Y las encuestas dibujan un horizonte de cuatro fuerzas competitivas: PAN, PRI, Morena y MC. Una alianza con el PAN podría hacer que los naranjas gobernaran dos de los estados más potentes del país: Jalisco y Nuevo León. Un 15% del Producto Interno Bruto del país. Un camino gradual para pasar de ser una fuerza local a una cuasi-nacional. Y en Jalisco, más o menos lo mismo. MC parte con ventaja en Guadalajara, Zapopan y Tlajomulco, pero difícilmente podría retener Tlaquepaque y Tonalá sin alianza. Lo mismo podríamos decir en Puerto Vallarta y en decenas de municipios en Jalisco. La renuencia de MC a pactar con el PAN a nivel federal tiene su lógica, pero es imposible de entender, pragmáticamente, en las entidades federativas. Otra vez, MC se verá atrapado en dobles discursos. Como sucedió en 2018. Enrique Alfaro, Ismael del Toro y Pablo Lemus se alejaban del PAN; Clemente Castañeda, María Elena Limón y los candidatos a diputados en alianza ensalzaban la coalición y de telón de fondo una realidad innegable: las alianzas es puro oportunismo electoral. No hay nada de principios, sólo cálculos.Hablemos del Presidente y sus satélites, o los pactos extraños de la oposición. MC no tiene en peligro su registro nacional. Los datos son claros: MC necesita entre 1.3 y 1.5 millones de votos para mantener el registro. Sólo con Jalisco, hablando en términos conservadores, tendría el 80% de esa votación. A eso hay que sumarle Nuevo León y lo que logre pellizcar en otras entidades federativas. Sin embargo, hay algo más de fondo: ¿qué quiere ser MC? ¿Un partido regional que negocia cosas específicas en la Cámara de Diputados? ¿Un partido realmente nacional? ¿Qué tipo de partido es? Clemente Castañeda como coordinador nacional y senador ha logrado imprimirle al partido un sello. Es un partido socio-liberal, centrista y regeneracionista. Un partido capaz de defender lo no militarización del país, votar a favor de las medidas de austeridad y proponer un ingreso mínimo vital. El problema es que MC sigue siendo un partido demasiado dependiente de los liderazgos —Alfaro, Delgado, Castañeda, Colosio, Del Toro, García— y que no significa nada fuera de algunos espacios urbanos. Construir una narrativa nacional que tenga sentido en Jalisco, Nuevo León, Tabasco o Sonora es un pendiente que MC no ha logrado resolver desde 2015 cuando el partido ganó Guadalajara e irrumpió en la escena nacional. Parece arriesgada la apuesta, pero MC juega a la segura. Una alianza a nivel nacional no le daría al partido un número de escaños mucho mayor que aquél que podría obtener concurriendo en solitario a las elecciones. En una alianza a cuatro, MC y PRD serían los hermanos menores. Y a eso hay que sumarle el desprestigio de abordar el avión con el PRI y el PAN, los partidos en el ojo del huracán por casos de corrupción.JL