Nuestras calles están repletas de gestas históricas que adornan el nacionalismo mexicano. La Revolución, la Independencia, la Reforma, Los Niños Héroes, la Batalla de Puebla o la Constitución. Los nombres de las principales avenidas son esculturas conceptuales que le esculpimos a nuestro pasado común. Somos mexicanos por eso. Y porque somos un pueblo mestizo, fusionado entre la América indígena y la Europa latina. Nos sentimos orgullosos de lo que fuimos y lo que somos.Cuando reviso la historia mexicana, existen ciertos acontecimientos que me llenan de orgullo. Por ejemplo, saber que pertenezco a un país que durante siglos ha sido tierra de migraciones. Un país abierto y hospitalario. Una sociedad que acoge. No importa si son los republicanos españoles que vinieron a México luego del triunfo de los franquistas en la Guerra Civil, o los sudamericanos que huyeron de cruentas dictaduras o los centroamericanos que llegaron a nuestro país dejando atrás el dolor del enfrentamiento guerrillero. México acoge y da oportunidades. Somos un país con muchísimos problemas, pero en donde uno podía empezar una nueva historia.Personalmente, siempre pensé que Andrés Manuel López Obrador recogería ese capital cultural que está arraigado en nuestra historia. López Obrador se acompañaba de un hombre que ha dejado todo por dignificar los Derechos Humanos de los migrantes: Alejandro Solalinde. Y no sólo eso, el actual Presidente habló de impulsar el desarrollo en América Central y defender el derecho a no migrar. Colocó a Tonatiuh Guillén en el Instituto Nacional de Migración y a Olga Sánchez en Gobernación. Se aferró al derecho de asilo de Evo Morales, aún en contra de la opinión de los Estados Unidos. ¿Qué podía salir mal? ¿Quién podría pensar que un año después estaríamos peor que con Enrique Peña Nieto?Nos adentramos en el Boulevard de los Sueños Rotos, citando al maestro Joaquín Sabina. Esa nueva “vía mexicana” fue un espejismo o una esperanza efímera. Tampoco vimos a México encabezar en organismos multilaterales un debate sobre la migración segura y ordenada. Donald Trump jugó estupendamente -y perversamente- sus cartas y nos amenazó con aranceles. López Obrador y la Cancillería reaccionaron con pánico. El pacto con el diablo fue entregar la soberanía nacional para evitar repercusiones comerciales. Un Gobierno de izquierda que privilegia los derechos de tránsito de los productos, sacrificando el derecho de las personas. El Presidente López Obrador permitió la intensificación de un fenómeno que comenzó durante el sexenio de Enrique Peña Nieto: la ampliación del escudo de seguridad de Estados Unidos del Río Bravo al Río Suchiate. La Guardia Nacional como muro y nuestro país como barrera de contención de los flujos migratorios.A esta visión represiva de la migración debemos añadir otros elementos que reflejan la regresión que vivimos. El Gobierno de México ordenó, el 29 de enero pasado, la interrupción -temporal, dicen- del acceso de Organizaciones de la Sociedad Civil a los centros migratorios de detención. Si ya de por sí estos centros son un atentado contra los Derechos Humanos de los migrantes, ahora se quedan sin el acompañamiento de las organizaciones que luchan por dignificar y evitar la criminalización de las migraciones. Un Gobierno que dice estar al lado de los más desfavorecidos, pero que trata a los más vulnerables con una saña inexplicable. Los datos oficiales, que sistematiza la Secretaría de Gobernación a través de la Unidad de Política Migratoria, señalan que anualmente pasan por estos centros de detención más de 150 mil personas. En 2019, hasta agosto, ya se había llegado a esa fecha por lo que lo razonable es que la cifra haya sido mayor. La propia Comisión Nacional de Derechos Humanos ha denunciado las pésimas condiciones de estos centros de retención migratoria en donde miles de personas esperan una respuesta a su solicitud de refugio en los Estados Unidos. Una vergüenza que el Gobierno de López Obrador no sólo no cierre estos centros inhumanos, sino que agrave la situación que afecta a los migrantes al impedir el acompañamiento de las organizaciones sociales.El Gobierno de López Obrador ha aprovechado una cierta deriva xenófoba en la sociedad mexicana (de rechazo al migrante pobre que viene de Centroamérica) para endurecer los controles y cumplir con los designios de Trump. Y es que estas actitudes contradicen la esencia del discurso obradorista. El Presidente ha enfatizado, en múltiples ocasiones, la importancia de retomar la soberanía nacional en asuntos como el petróleo o la electricidad. Sin embargo, permitimos que la política de fronteras se dicte en Washington. Ni siquiera respetamos lo que la Cancillería Mexicana firmó en Marrakech: entender la migración como un fenómeno humano y no de seguridad nacional. Enviar a la Guardia Nacional al sur es inequívoco de una visión de seguridad nacional y no de seguridad humana.En el mismo sentido, López Obrador traiciona su ideal de que la política tiene que estar por encima de la economía. Recuerdo esa entrevista que concedió el Presidente en Bloomberg: “la política debe domar a la economía”. Más allá de los debates que implica esta frase, lo que nos deja la actuación de México en el problema migratorio es exactamente lo contrario: la economía subordina a la política. Los intereses comerciales por encima de los Derechos Humanos. Más que la vía mexicana, la actuación de la Guardia Nacional se convirtió en la materialización de la doctrina Trump.Conozco la asimetría de poder que hay en la esfera internacional. Es iluso pensar que México puede plantarle cara a la potencia mundial e imponer sus condiciones. No obstante, la ausencia de una política migratoria -de esa Vía Mexicana, de la que habló a inicios de su Gobierno- supuso que no entendiéramos a cabalidad que estábamos cediendo en la negociación con Trump. En noviembre hay elecciones en Estados Unidos y las imágenes de la frontera sur de México son la carta de presentación electoral de Trump en el contexto de una batalla electoral reñida con Bernie Sanders, Joe Biden o Elizabeth Warren (las tres cartas más probables del Partido Demócrata para retar a Trump). El Presidente niega que la Guardia Nacional esté violando derechos humanos, pero las imágenes no suponen duda alguna. México traiciona su compromiso con el asilo y la idea de que ningún ser humano es ilegal. La realpolítik domó a AMLO y Trump impuso sus condiciones.