Martes, 26 de Noviembre 2024

Fracaso y tragedia

50 mil muertes por COVID y ni un esbozo de autocrítica por parte del Gobierno de México

Por: Enrique Toussaint

Seis meses después, la preparación no supuso evitar contagios, ni muertes. Esta semana superamos el umbral de las 50 mil muertes. ARCHIVO

Seis meses después, la preparación no supuso evitar contagios, ni muertes. Esta semana superamos el umbral de las 50 mil muertes. ARCHIVO

La pandemia golpeó México dos meses después de su inicio en China y luego de pasar como un huracán, sanitario y económico, por los países del Sur de Europa. Mientras veíamos las imágenes de comunidades enteras confinadas, policías deteniendo a gente en la calle y la angustia de los sistemas de salud rebasados, en México, Hugo López-Gatell nos decía: estamos preparados.

Llevamos semanas preparándonos, respondía ante cualquier cuestionamiento. Seis meses después, la preparación no supuso evitar contagios, ni muertes. Esta semana superamos el umbral de las 50 mil muertes y, de continuar con la tendencia, en tres semanas llegaríamos al escenario catastrófico que el Gobierno Federal situó en 60 mil fallecimientos. ¿Hay forma de matizar el fracaso?

El Gobierno de México defiende su estrategia aludiendo a un único indicador: no hubo saturación hospitalaria. No vimos las imágenes de desesperación que presenciamos en países como Ecuador o Italia. Es cierto, sin embargo, el sistema sanitario no colapsó porque la estrategia se diseñó para no detectar casos. De acuerdo con los datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), México hace menos pruebas PCR que Bangladesh, Brasil, Colombia o cualquier país europeo. ¿Cuántos contagios y cuántas muertes se podrían haber evitado con una política de pruebas masivas? ¿Por qué se optó por una política deliberada de no detección del virus? ¿No aprendimos de los casos de Italia y España en donde los casos asintomáticos provocaron la expansión del virus?

Decir que tener camas vacías en los hospitales es sinónimos de éxito, cuando somos el tercer país del mundo con más fallecimientos —sólo detrás de Brasil y Estados Unidos— es cinismo. Es casi como decir: murieron en sus casas, qué alivio. Y es también la incapacidad de un Gobierno para recalibrar la estrategia cuando los datos apuntan al fracaso. El modelo Centinela fue vendido por las autoridades sanitarias como el non plus ultra de las estrategias para contener el Coronavirus. El modelo es intocable para las autoridades federales, quien lo crítica es denostado como “politiquero”. Es como si un entrenador de futbol plantea un parado táctico y al medio tiempo va perdiendo 4 a 0, y a pesar de ello, opta por salir al segundo tiempo con la misma estrategia.

Diríamos, claro: ya tiró la toalla. O un empresario que durante cuatro trimestres consecutivos tiene a su empresa en números rojos y decide seguir haciendo lo mismo. Es tiempo de corregir. Y es tiempo de autocrítica.

La realidad es que se han cometido graves errores en este proceso y nadie asume responsabilidades públicas por las pifias. Ya señalamos una: no hacer pruebas. Sin pruebas es imposible detectar los casos a tiempo y tampoco es posible rastrear la trazabilidad de los infectados. Una segunda, la banalización del virus en el discurso de Andrés Manuel López Obrador.

Vivimos en una sociedad incrédula, sospechosista, ávida de abrazar teorías de la conspiración, y a eso hay que sumarle un discurso presidencial que no estuvo a la altura de las circunstancias.

Abracémonos, decía el Presidente en marzo. Digámoslo con todas sus letras: al ver el huracán económico que se veía encima del país, el mandatario optó por salvar a su proyecto y no a la ciudadanía que estaría en riesgo frente al virus. Cuatro meses después, la pandemia se llevó más víctimas que el narcotráfico y la economía caerá, casi con entera seguridad, doble dígito en 2020.

Una tercera: esa actitud de macho que se resiste a usar el cubrebocas o la mascarilla. Como bien escribió Carlos Bravo Regidor, la renuencia a utilizar tapabocas tiene una relación directa con la necesidad de un hombre de mostrar virilidad. Vea quien se resiste: Donald Trump y Jahir Bolsonaro.

Por el contrario, Angela Merkel fue de sus principales impulsoras. Esa actitud infantil frente al cubrebocas ha provocado que se relativice su uso o que se vea casi como una imposición. Un discurso anticientífico de la Presidencia de México que embona perfectamente con los ánimos conspiranoides de una parte de la población.

Cuarto error: no hubo una política económica orientada a proteger el empleo y permitir que, las personas que viven al día, se pudieran confinar en los momentos más críticos de la pandemia. La ausencia de ello nos lleva a un quinto error, muy ligado al anterior, las medidas fueron voluntarias. Y es que no quedaba de otra, en un país con 60 millones de gente en pobreza, el confinamiento obligatorio era una quimera. Nunca se concibió una política económica y fiscal globales que dieran oxígeno a empresas y familias para evitar que se jugaran la vida yendo a buscar el pan. La voluntariedad hizo que incluso aquellos que se podían encerrar sin temer a las consecuencias económicas, no lo hicieran al nivel que estaban obligados para evitar la propagación del virus.

Sexto error: no se hizo política. Hay algo que tiene que quedarle muy claro a López Obrador: México es un país federal. Las decisiones se deben tomar en conjunto. Y más cuando hablamos de competencias compartidas entre estados y la Federación. La salud es atribución de ambos y las estrategias no se pueden construir desde un escritorio en la Ciudad de México. Qué diferente hubiera sido si López Obrador hubiera convocado en febrero, cuando sabíamos que tarde o temprano pegaría con fuerza la pandemia, a un gran acuerdo nacional entre gobernadores, autoridades sanitarias y el Gobierno Federal. En ningún país se quiso imponer la visión de un hombre para lidiar con la pandemia. No entiendo la resistencia del Gobierno Federal a hacer política como se debe: con visión de estado.

Último error: la extraña obsesión de López-Gatell con los pronósticos. El subsecretario pronosticó el pico de la epidemia decenas de veces. Sólo generó expectativa y, luego, decepción. Entiendo que los vaticinios sirven para apaciguar la ansiedad social, pero nunca se calculó el golpe en la credibilidad del subsecretario y de la estrategia.

El hartazgo social y las pifias provocaron que, hoy por hoy, ya nadie ponga atención a la definición de la estrategia federal para enfrentar el COVID. El semáforo y el conteo de cifras sólo provocan horror, no prevención. La credibilidad del Gobierno se derrumbó. En los próximos días llegaremos al escenario que López-Gatell definió como devastador y altamente improbable. Lo peor es que la arrogancia ciega al Presidente y a su grupo de colaboradores. Creen que admitir errores es síntoma de debilidad y un empuje a la oposición. Mientras tanto, la gente sigue muriendo. Y el Gobierno de México festejando que todavía hay camas libres en los hospitales. Una tragedia.

JL

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