El país está atravesado por una enigmática obsesión por la evaluación. Andrés Manuel López Obrador cumple este domingo 270 días al frente del Poder Ejecutivo y se han hecho más evaluaciones que en cualquier otro sexenio. Al mes, medios de comunicación organizaban mesas para definir si el país tenía rumbo o incluso cortes en materia de seguridad. A los cien días. A los seis meses. Existe, de parte de los unos y los otros, una prisa inexplicable por decretar el futuro. Los opositores a López Obrador se frotan la mano ante su inapelable fracaso. Sus simpatizantes más férreos no pierden oportunidad para recordarnos que cada paso que da el Presidente es historia viva. Qué estamos ante un momento político comparable con la Reforma, la Independencia o la Revolución Mexicana. La verdad casi siempre se mueve en los matices, en los grises y no en los absolutos.Tal vez, valdría la pena comenzar a analizar el Gobierno de López Obrador desde una mirada menos apasionada. Menos histriónica. Menos histórica. Es cierto, el Gobierno de López Obrador es distinto a los anteriores. Como en su momento Vicente Fox supuso un avis rara para el sistema político mexicano. Los nueve meses de López Obrador al frente del Ejecutivo Federal suponen aciertos y errores, virtudes y defectos. Sin embargo, lo que nadie puede negar es que es un Gobierno distinto: comunica distinto, hace política distinto, tiene prioridades distintas, negocia distinto.En estos nueves meses podemos enumerar aciertos innegables. La inflación es baja, el tipo de cambio estable, el salario mínimo creció como nunca antes, las familias recuperaron un poco de poder adquisitivo, se duplicaron las pensiones a los adultos mayores, el programa jóvenes construyendo el futuro ha vinculado a muchos y muchas al mercado laboral, hay una transferencia importante de recursos a las familias. El fiscal Alejandro Gertz está actuando contra la corrupción y existen tramas vinculadas a Enrique Peña Nieto -Altos Hornos, Odebrecht, Estafa Maestra- que no están archivadas, sino que están siendo investigadas. La corrupción es ya un delito grave en el Código Penal. Se combatieron los privilegios de la clase política, se moderaron los salarios en el sector público y se acabaron prerrogativas de los funcionarios que indignaban a una mayoría de mexicanos. Es decir, sólo un fanático podría negar que estos son avances con respecto al sexenio anterior.¿Qué ha ido mal? Muchas cosas también. La austeridad devino en un recorte brutal a derechos sociales, estancias infantiles, hospitales con retraso en la llegada de medicamento y materiales por el obsesivo control de la Secretaría de Hacienda; riesgo de clientelismo con la estructura de los servidores de la nación; programas sociales operados con mínimas o sin reglas de operación claras; pasamos de un crecimiento económico mediocre (2%) a un estancamiento (0%); un Presidente que desalienta las inversiones con sus discursos y con las ocurrencias de su partido o de la coalición que lo llevó a la Presidencia de la República. La corrupción está siendo combatida más por voluntad del fiscal que por un compromiso de la Presidencia con el Sistema Nacional Anticorrupción y las instituciones que lo componen; escándalos que no han sido atajados por el Presidente como la Ley Bonilla. Y, en seguridad, es en donde hay muy poco que presumir, utilizando el eslogan del mandatario. La violencia toca sus niveles más altos, las mascares son moneda corriente, la Guardia Nacional juega a la improvisación, no hay una estrategia clara y los militares no saben cómo reaccionar ante los mensajes contradictorios de la Presidencia.Cómo ve usted, han sido nueve meses vertiginosos. Desde diciembre, han pasado muchas cosas. Sin embargo, un análisis serio debe distanciarse de esa narrativa obsesiva que busca decretar el fracaso o que nos dice que estamos al filo del abismo cotidianamente. Los datos no sostienen tan pesimismo crónico. Me parece que detrás de este relato que nos recetan todos los días algunos columnistas, opinadores, comentócratas, existe una terrible animadversión a lo que significa López Obrador y su proyecto político. Y, por ende, un terrible desprecio a quienes consideran que puede simbolizar un cambio de régimen para México. Nos guste o no, una mayoría de mexicanos le dieron un aval democrático a López Obrador y es su obligación gobernar distinto a sus antecesores.El relato del desastre no se agota en el profundo rencor al Presidente. También existe un componente ideológico. Colocar esa idea de que la alternativa es imposible. Es decir, que hay un status quo que no debe ser sacudido. Que los mercados tienen que llevar la voz cantante y no hay que ponerlo en cuestión. Que el Estado es ineficiente por naturaleza y, por ello, hay que privatizar y concesionar todo. Que no hay otra fórmula de atraer inversiones que malbaratar lo público, rebajar derechos laborales y sacrificar los salarios de los trabajadores. Para algunos agoreros del fracaso, López Obrador es una amenaza que trasciende lo coyuntural.En un escenario así, en donde los soldados fieles al régimen y los más cínicos agoreros del fracaso se disputan el relato del momento político nacional, la realidad nos obliga más a atender a los hechos que a las opiniones. Nos obliga a entender que la verdad se encuentra en los matices, en los grises, en los puntos intermedios que muchas veces son arrasados por las intempestivas posiciones.López Obrador comienza su segundo año. No terminó el primero (lleva nueve meses), pero el Informe marca el cambio de ciclo. El Presidente y su proyecto han sido capaces de visibilizar problemas, exclusiones y desigualdades que antes decidíamos ignorar. Sin embargo, 2020 es el año en donde sólo los resultados hablarán de la gestión del Presidente. El peñanietismo o el neoliberalismo que, en este momento son los grandes culpables de los problemas que agobian al país, lentamente dejarán de ser adversarios rentables. El Presidente y su Gobierno tendrán que medirse consigo mismos y con las expectativas que crearon: un México menos violento, menos inseguro, menos desigual, menos pobre, menos corrupto. La primera etapa política del obradorismo, que se abrió el primero de julio con su victoria en las urnas, se cierra este domingo con el Informe de Gobierno. No sabemos qué vendrá en el futuro, ni tampoco el calado del cambio que propone López Obrador, lo que sí sabemos es que nueve meses después la realidad no sostiene ni el relato épico de la Cuarta Transformación ni la alusión permanente al desastre nacional.