Es natural que en México sintamos temor cada que un gobernante nos propone endeudarnos. La burra no era arisca, la hicieron. La historia económica del país está atravesada por múltiples crisis de endeudamiento que supusieron traumas que aun no olvidamos. Recordemos a José López Portillo o a Carlos Salinas de Gortari. Cada sexenio concluía con crisis y algunas marcaron a generaciones enteras. Ciclos de endeudamiento que concluían en el rescate de los de siempre: empresas de poderosos magnates o banqueros. El Presidente Andrés Manuel López Obrador mamó de dicha cultura económica y es alérgico siquiera a pronunciar la palabra “deuda”. The Economist lo definió como un “populista fiscalmente responsable”. Mejor retrato, imposible. López Obrador prometió no endeudar a México luego de algunos años en donde el déficit presupuestal fue disimulado con más y más deuda. De 2008 a 2016, la deuda pública pasó de 26% al 50% del PIB. La Gran Recesión fue uno de los factores, pero no el único. La fe en el crecimiento perpetuo del precio del petróleo provocó que el Gobierno Federal operara en déficit durante muchísimos años, pensando que todo ese gasto podría ser financiado con los ingresos del crudo. Si había un problema presupuestal, todo se resolvía subiéndole un par de dólares a la estimación de la venta del barril mexicano. Todos contentos: gobernadores, sindicalistas, empresarios. Y a eso le tenemos que añadir todos esos gobernadores que decidieron endeudar a sus entidades federativas sin ningún tipo de contrapeso. El problema no es tanto el nivel de deuda, sino que hasta el día de hoy no sabemos en qué se fueron esos miles de millones de pesos. Sin embargo, las condiciones han cambiado. López Obrador prometió cero deuda y austeridad, pero el negro horizonte que tenemos enfrente le reclama sensatez. La realidad le exige dejar de lado su terquedad y abrazar el pragmatismo. México tiene una doble crisis enfrente. Primero, la brutal caída de la economía que se avecina. Seremos, en América Latina, el segundo país con peor desempeño económico. Los pronósticos suponen un decrecimiento de entre 5 y 8%. Para que nos demos una idea, en 1995, aquella crisis del salinismo, México decreció 6%. Por lo tanto, la caída económica del país podría ser peor que en aquellos años, con la salvedad -que no es menor- que la inflación está controlada. El shock cambiario de 1995 fue una tremenda depresión económica combinada con inflación (un escenario así no lo veremos). Una segunda crisis es la petrolera. El precio de la mezcla mexicana sigue en niveles inferiores a los 20 dólares por barril. Los pronósticos auguraban que el recorte acordado por la OPEP supondría una reapreciación, no obstante el precio no se elevó mucho en estos días. Y, por supuesto, la crisis más importante: la social y laboral. A diferencia de otros países, México no tiene una red de protección social consolidada. Más de la mitad de la economía se mueve en la informalidad, no existe seguro de desempleo y la seguridad social cubre sólo a pocos mexicanos. Veamos la tragedia en el sector formal. De acuerdo con los datos de la Secretaría del Trabajo, sólo en marzo se destruyeron 346 mil empleos. Si la actividad económica comienza a normalizarse en junio, la destrucción de empleo podría acercarse al millón. Sólo hablando de los empleos formales.Una cantidad superior podría presentarse en la informalidad y una amplísima cantidad de mexicanos serán obligados a tomar descansos o a cobrar un salario mínimo para mantener su puesto de trabajo.Como lo señala Gerardo Esquivel en Nexos, la otra tragedia son las Micro y Pequeñas Empresas (PYIMES). La pandemia podría supone el aniquilamiento de miles y miles de empresas en México.De esas empresas que emplean a 4, 5, 6 personas. No estamos hablando de Ricardo Salinas Pliego o de Carlos Slim, sino de la ferretería de la esquina, el bar de la cuadra o la tienda de ropa del barrio.El problema, como también señala el vicegobernador del Banco de México, es que si el enfriamiento de las empresas se convierte en muerte, la recuperación económica será lentísima. Imaginemos una gráfica: si las empresas sobreviven, la recuperación podría ser una “V”, es decir una caída económica dura en 2020, pero una recuperación acelerada en 2021. Sin embargo, si las empresas mueren, en particular el tejido de PYMES, el futuro se parecería a una “L”, una caída abrupta y una muy lenta recuperación que nos lleve años. Y es aquí en donde la terquedad de López Obrador es incomprensible. La pandemia está apunto de aniquilar más que a su sexenio. Hasta el momento, el Presidente ha optado por un discurso que confronta a las empresas. Y dice que no va a caer en los errores del pasado y no piensa rescatar a los multimillonarios de siempre. Estoy de acuerdo. Nadie pide un FOBAPROA, pero: ¿no se puede hacer más por las empresas? ¿no se puede invertir más en salud y hospitales? ¿no es posible habilitar una partida para esas miles y miles de familias que quedarán en el desamparo? ¿no es posible evitar que los trabajadores vulnerables caigan en pobreza? ¿no es esto más importante que la terquedad en mantener la ortodoxia macroeconómica? ¿no le está haciendo daño López Obrador a esos olvidados que prometió siempre tener en cuenta?Hasta hoy, el Presidente ha anunciado créditos por 50 mil millones de pesos. Una apuesta económica que no llega ni al 0.1% del Producto Interno Bruto. Son menos que aspirinas. Y no es cierto que no haya margen de maniobra. Pensemos que México tiene margen para un endeudamiento de un 6-7% del PIB. Estos son más o menos 1.7-2 billones de pesos. Con esa cantidad de recursos sería posible implementar un seguro de desempleo por cuatro meses, inyectar recursos a las micro, pequeñas y medianas empresas; posponer el pago de las responsabilidad de la seguridad social por un trimestre, y hasta dar oxígeno de un par de meses a empresas con problemas de liquidez. En el mismo sentido, el Gobierno podría transferir recursos a estados y municipios que están sufriendo severamente para atender a los miles de enfermos por Coronavirus que aparecen cada semana.López Obrador prometió proteger a los que menos tienen. Prometió estar al lado de los que más sufren. No obstante, su terquedad con privilegiar la ortodoxia fiscal supone traicionar a los que más necesitan que el Estado se haga presente en este momento. Endeudarse no tiene que ser para rescatar a empresarios parásitos del Gobierno, sino para proteger a trabajadores y pequeñas empresas. La austeridad en momentos difícil es un suicidio nacional. México necesita un Gobierno menos fiel a sus dogmas y más comprometido con la gente que sufre.