Hace 161 años, el 5 de mayo de 1862, el ejército mexicano, en las cercanías de Puebla, se diputó a la muerte con todas sus armas para impedir que los franceses ocuparan la capital. Fue una batalla larga y difícil, con innumerables bajas humanas y materiales para ambos bandos, y cuyo desenlace fue inesperado no sólo para México, sino para el mundo.El ejército mexicano, compuesto por combatientes de una nación que apenas había alcanzado su independencia hacia 41 años, logró derrotar a las huestes francesas del emperador Napoleón III, y que entonces era considerado un ejército mitológico por sus victorias incontables a lo largo y ancho del mundo. La derrota de Francia tuvo un impacto enorme en la nación mexicana del siglo XIX. México, que había vivido sus años independientes en constantes guerras civiles y rencillas internas innumerables, logró derrotar un imperio consolidado y temido. Representó una victoria histórica y necesaria para un país que no había tenido un instante de paz en casi medio siglo de guerra civil.Varias circunstancias geopolíticas fueron decisivas para que el ejército francés decidiera ocupar el territorio mexicano. De acuerdo con el Gobierno de México, a Europa le preocupaba el acelerado expansionismo de Estado Unidos, que en pocas décadas había ampliado sus fronteras de océano a océano a causa de las intransigencias de su destino manifiesto, y cuyo propósito era no detenerse sino hasta llegar a los mares gélidos del hemisferio sur.Europa, preocupada por perder el poderío de América, el cual se le había escapado de las manos en las sucesivas independencias de sus colonias, tenía contemplado erigir un imperio europeo en el otro lado del mundo para frenar, en medida de lo posible, el subrepticio expansionismo yankee. La campaña alucinante del imperio europeo en América fue puesta en marcha por el emperador francés, Napoleón III, con la colaboración decisiva de los conservadores mexicanos, que desde los tiempos de la colonia se quedaron estancados en la idealización de una monarquía. De acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología e Historia, (INAH), en México se gestaban otros factores internos que sirvieron de justificación para las tentativas invasoras de los franceses. Benito Juárez, presidente de la república, recién había salido victorioso del conflicto civil de la guerra de Reforma, que duró entre 1858 y 1861, pero su triunfo no implicó que el país estuviese de acuerdo con su política ni con su gobierno.México estaba dividido en todo sentido entre dos bandos irreconciliables: Juárez abogaba por un sistema económico, político y social inclinado al liberalismo, mientras que los conservadores se inclinaban a la monarquía. El 17 de julio de 1861, tras la guerra de Reforma, Juárez decidió suspender la deuda externa que entonces había con España, Inglaterra y Francia para poder enfocarse en el rescate de la inestable economía mexicana. Las naciones europeas no recibieron con entusiasmo su decisión, y meses después mandaron sus tropas armadas a las costas ardientes de Veracruz en señal de guerra en caso de que México no pagara sus deudas.Los barcos extranjeros arribaron entre diciembre y enero de 1862, de acuerdo con el Gobierno de México. Benito Juárez logró pactar acuerdos con los españoles e ingleses, quienes retiraron sus ejércitos de las costas veracruzanas, pero los franceses se quedaron, llevando a cabo los planes que ya tenían de antemano. Dejando Veracruz atrás, el 19 de abril de 1862 los franceses se dirigieron al centro de México para ocupar la capital. Estaban seguros de su victoria anticipada, convencidos que superaban a los mexicanos no sólo en armamento, sino también en raza e inteligencia. Benito Juárez, en una orden urgente, dispuso que fuera Ignacio Zaragoza quien contuviera el avance del ejército invasor. El ejército mexicano, conformado en parte por soldados improvisados, tomó ventaja en la batalla, al grado en que los franceses se vieron obligados a retirarse ante la ventaja defensiva del ejército contrario. Las estrategias militares de Porfirio Díaz, que entonces era un combatiente de renombre, también fueron determinantes en la batalla. Contra todo pronóstico, los mexicanos resultaron victoriosos. Fue un triunfo necesario para Juárez, que en cierto modo le dio credibilidad a su gobierno, y que llevó a que México, un país en guerra perpetua, comenzara a sonar de modo favorable en el mundo. De acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), el general Ignacio Zaragoza falleció cuatro meses después, en la misma ciudad que defendió a muerte, víctima de la fiebre tifoidea. La batalla de Puebla fue una victoria pírrica para Benito Juárez. Un año después, con su organización mejor estructurada, el ejército francés regresó a tierras mexicanas, y esta vez nuestro ejército no logró detenerlos. El 17 de mayo de 1863, los franceses izaron las banderas de la victoria. Juárez se fue al exilio, lo que le valdría el apodo del "presidente errante". Los invasores, en alianza con los conservadores mexicanos -entre ellos el hijo de José María Morelos-, decretaron que México "adoptaría la forma de Gobierno la Monarquía Moderada, hereditaria, con un príncipe católico", y que "el soberano tomaría el título de emperador de México". Un año después, llegaron al país, entusiasmados, los que serían los efímeros emperadores de México, Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota de Bélgica, quienes habrían de enfrentar más desavenencias que dichas en la primavera triste de su imperio desafortunado. Con información de INAH y del Gobierno de México. FS