Sábado, 23 de Noviembre 2024

Vivir junto al río más contaminado en México

El Santiago es un cauce enfermo que traslada esa condición a quienes radican en sus alrededores y provoca padecimientos como cáncer e insuficiencia renal, sin contar los males respiratorios y estomacales

Por: Yunuen Mora

Durante una década, Graciela González (derecha) ha padecido de todo por defender su lugar de origen; incluso ha sido exiliada de él. EL INFORMADOR / G. Gallo

Durante una década, Graciela González (derecha) ha padecido de todo por defender su lugar de origen; incluso ha sido exiliada de él. EL INFORMADOR / G. Gallo

Nostalgia, enfermedad y muerte inundan a El Salto y Juanacatlán: dos de los municipios por los que cruza el Río Santiago. La peste de sus aguas, cargada de níquel, cromo, formaldehído, piridina, cloroformo y otras tantas sustancias químicas, recibe a visitantes y envenena permanentemente a quienes ya viven allí. El lirio y la espuma del afluente reafirman lo que cada estudio sobre él concluye: es el más contaminado de México.

Nace del Río Lerma, cuyo origen es el Estado de México, y cruza los estados de Guanajuato, Michoacán y Jalisco. El deshonroso título, que desde 2015 le dio la Comisión Nacional del Agua (Conagua), no es motivo de orgullo, pues detrás del distintivo hay enfermedades como cáncer e insuficiencia renal, además de las respiratorias y estomacales.

Pero no siempre fue así. Hace 100 años, por ejemplo, Porfirio Díaz miraba la cascada desde un lujoso hotel ubicado junto al río; aunque de ese hotel sólo quedan ruinas ya. Hace cuatro décadas, cuentan los de mayor edad, la población nadaba y se divertía en él. Fue en los últimos 20 años cuando los químicos llegaron y desde entonces la contaminación ha crecido a niveles inimaginables.

El arroyo de El Ahogado, donde inicia la descarga de la presa que lleva el mismo nombre, almacena ocho millones de metros cúbicos de aguas negras producidas en todo el Sur de la Zona Metropolitana de Guadalajara.

Ese líquido de residuo, que equivale a la descarga de ocho millones de tinacos repletos de agua sucia, desemboca en el Río Santiago, que a su vez recibe desechos industriales, urbanos y agropecuarios que terminan infectando al ecosistema que hay a su alrededor.

Graciela González Torres es habitante de El Salto. Tiene 57 años y desde hace 10 forma parte de la asociación “Un salto de vida”. Sus papás son originarios de ese lugar; lo mismo sus abuelos, su esposo y sus hijos.

“Cuando mi primer nieto nació, lloré. Le preguntaba: ‘¿A qué mundo viniste? ¿Qué te voy a dejar?’ Fue entonces que decidí pelear para que este problema se resolviera”.

“Si no creyéramos que se puede sanear, nos hubiéramos ido hace mucho tiempo”. Graciela González Torres, habitante de El Salto

Su lucha no ha sido sencilla. Desde que la comenzó, Graciela ha sido encarcelada, amenazada e incluso exiliada de su lugar de origen. Y pese a esas trabas, regresó a él para continuarla y encontrar una solución al maltrato que su población recibe a diario.

“La peste y los zancudos a veces son insoportables. El olor nos despierta en la madrugada y en tiempo de calor no puedes ni abrir la ventana”, explica mientras uno de esos insectos circunda su cabeza. “La gente no duerme bien y cuando van a trabajar a las fábricas, sufren accidentes. Hay muchos a los que les falta una mano”.

La gente de El Salto y Juanacatlán padece a la ciudad; sufre su nuevo entorno. La contaminación aumenta con cada nuevo fraccionamiento erigido sobre lo que antes eran desechos y, además, consumen las de por sí escasas áreas verdes. En los últimos cinco años, sólo a El Salto llegaron a vivir 55 mil personas más, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

Los alumnos de las escuelas que hay en la zona conviven a diario con los residuos tóxicos que hay en el agua. Su hedor marea y pica en la garganta. Tanto, que una de las primarias de la localidad tuvo que cerrar. Pese a esto, los habitantes afirman que la autoridad no ha hecho mucho para disminuir la contaminación.

Quienes asistían, sostiene Graciela, lo hacían “por una foto. Entregaban promesas que nunca se concretaron y decían que no pasaba nada”.

Enrique Alfaro, el gobernador, visitó el río en su segundo día de Gobierno. Allí, frente a sus habitantes, prometió sanearlo con un plan que incluye una inversión de tres mil 418 millones de pesos. Sin embargo, para Graciela y la asociación, su plan aún es superficial.

“No tienen la ruta crítica de transversalidad e integralidad. Hay más allá de lo que dice. Sanearlo implica un sinfín de cosas: parar el crecimiento de fraccionamientos no regulados, industrias y procesos agrícolas. Además de eliminar la corrupción estado-empresas”.

A pesar de los desaires de quienes, durante años, han manejado las políticas ambientales en los tres niveles de Gobierno, Graciela y sus vecinos no pierden la esperanza. Permanecen allí por amor y por una siempre presente sed de justicia.

“Tenemos una gran esperanza de que el río, aún como está, pueda autolimpiarse. Lo que necesitamos es que las descargas disminuyan”, dice. “Si no creyéramos que se puede sanear, nos hubiéramos ido hace mucho tiempo”.

El río, mientras tanto, fluye. Existe al mismo tiempo que la gente lo sufre. Y contrario a la esperanza que antes despertaba la llegada y la voz de cualquier autoridad, esta vez los habitantes toman las promesas de la nueva administración estatal con toda cautela. 

Planean inyectar más de tres mil MDP 

En su segundo día como gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro y su equipo de trabajo se desplazaron a la cascada de espuma que se encuentra en los límites de los municipios de Ixtlahuacán y Juanacatlán. Allí, el mandatario estatal anunció el arranque de su “Plan de Saneamiento Integral” del Río Santiago.

La cifra proyectada para la limpieza del río es de tres mil 418 millones de pesos, de los cuales mil 450 son un compromiso del Estado. “Jalisco tiene una deuda histórica con el Río. Las promesas han sobrado pero le hemos fallado todos y hoy lo conocemos como el más contaminado de México”, escribió en sus redes sociales el propio Alfaro.

En total, se habló de 54 acciones puntuales para intervenir el afluente que se emprenderán a lo largo de 170 kilómetros. El grueso de la estrategia está en la construcción de nuevas plantas de tratamiento y la rehabilitación de algunas que no funcionan adecuadamente o de plano están abandonadas.

Pero también se anunció que la Procuraduría Estatal de Protección al Ambiente (Proepa) será reforzada con más vigilantes y herramientas para impedir que haya más descargas de tipo industrial al cuerpo de agua, y que las zonas próximas al río serán intervenidas para mejorar no sólo la calidad del agua, sino la calidad de vida de quienes viven cerca.

Las plantas tratadoras que fueron rebasadas 

Aunque desde 2013 opera una planta de tratamiento en el Sur de la ciudad, los químicos y contaminantes siguen entrando al agua, afectando su calidad. INFORMADOR / G. Gallo

En marzo de 2012, el entonces Presidente de la República, Felipe Calderón, viajó a Jalisco con un evento central marcado en su agenda: inaugurar la macro planta de tratamiento de El Ahogado, una obra colosal que finalmente limpiaría el agua contaminada que se genera en el Sur de la ciudad, y que se vierte al Río Santiago.

Los habitantes de cada ciudad “nos esforzamos en hacer de nuestros ríos verdaderas cañerías; los hicimos drenajes”, reconoció durante el acto protocolario de inauguración.

José Luis Luege, entonces titular de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), garantizó que a partir de su puesta en marcha habría “cero por ciento de aguas residuales” en el Santiago. Su promesa no se sostuvo, pues la espuma, casi siete años después, sigue entrando en la garganta de quienes viven en esa zona.

La tratadora, que comenzó a construirse en noviembre de 2009, tenía una especificación clara: limpiar hasta dos mil 250 litros de aguas negras por segundo. Eso evitaría, de entrada, los malos olores y la fauna nociva. “El entorno del río va a cambiar de la noche a la mañana”, fue otra promesa que la Conagua, ahora en voz del titular del organismo de cuenca Lerma Santiago Pacífico, Antonio Iglesias Benítez.

“No estamos en contra de la planta, pero sí creemos que es insuficiente, porque no van a tratar toda el agua que le arrojan al río”, dijo en su momento el presidente del Comité ciudadano en defensa ambiental de El Salto, Raúl Muñoz Delgadillo. El tiempo le dio la razón.

La Cifra

858.9 millones de pesos, el monto total erogado para construir la planta de tratamiento de El Ahogado, que trataría cuatro de cada 10 litros de agua sucia generada en la ciudad.

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