Martes, 26 de Noviembre 2024

Un tapatío al diván

La sexta encuesta de Jalisco Cómo Vamos simboliza una radiografía de lo que somos, nuestros miedos, esperanzas e incertidumbres

Por: Enrique Toussaint

El ciudadano no tiene rumbo, perdió su sentido de vida y se siente en soledad. ESPECIAL

El ciudadano no tiene rumbo, perdió su sentido de vida y se siente en soledad. ESPECIAL

Si Guadalajara se viera en el espejo como una persona de carne y hueso, seguramente tendría con el psicoanalista. O al psiquiatra. No tiene rumbo, perdió su sentido de vida y se siente en soledad. El futuro le genera más ansiedad que certidumbres, y aunque es optimista no deja de temer. Es escéptico de todo lo que lo rodea y sólo se refugia en su familia. No tiene ganas de participar en asuntos públicos, se acostumbró a la violencia y la nostalgia lo invade. Busca su identidad y no la encuentra. La Sexta Encuesta de Percepción sobre Calidad de Vida de Jalisco Cómo Vamos retrata a la Guadalajara de hoy. Muy distinta a la ciudad de ayer y no necesariamente esboza la urbe del mañana.

Destaco algunas características. Lamentablemente, hemos construido una ciudad mayoritariamente individualista. El gen cultural del neoliberalismo es: estás sólo, todo lo que te pasa es tu culpa. Ninguna idea ha arraigado tanto en Guadalajara en frases como: el pobre es pobre porque quiere o que no sentimos la necesidad de unirnos para colectivamente resolver problemas personales. Sólo nos interesa nuestra familia y desconfiamos de casi todo lo que nos rodea. En una ciudad de más de cinco millones de habitantes, sólo una cuarta parte participa en temas públicos, a muy pocos les interesa la política y el mayor asociacionismo depende de fuentes religiosas. Es imposible construir una ciudad con un imaginario común con este individualismo exacerbado.

Creemos más en las soluciones autoritarias que en salidas democráticas o respetables con los derechos humanos y la libertad. La desesperación por los índices de violencia (una cuarta parte ha sido asaltado en el último año y 8% tiene un familiar desaparecido) ha provocado que creamos más en la justicia con propia mano en lugar de los ministerios públicos, o incluso en la portación de armas. No sabemos cuánto tiempo durará la crisis de violencia en Jalisco, pero si valdría la pena preguntarnos: ¿cómo queremos salir? ¿En estado de sitio o en libertad? ¿Con muros altos de nuestros cotos o con barrios que conviven de forma armónica? La desconfianza en las instituciones nos ha llevado a refugiarnos entre cuatro paredes y entre muros. De acuerdo a los datos del investigador, Bernd Pfannenstein, actualmente en la ciudad existen 3 mil 600 cotos, un 20% más que en 2016. Cada 30 horas nace un coto nuevo. O citando al académico alemán, en Guadalajara reinan las cuatro “c”: coches, cotos y centros comerciales.

Nuestro modelo de ciudad y sociedad nos produce ansiedad. Recordemos la crisis por el desabasto de gasolina. Las imágenes valían más que mil palabras. Filas enormes, de conductores ansiosos y enojados. Veíamos el tanque llegar a la mitad y la incertidumbre nos tomaba por asalto. Y es que, de acuerdo a los datos de Jalisco Cómo Vamos: en seis años, más o menos medio millón más de tapatíos se mueven en automóvil privado. El autobús sigue siendo la forma de transporte hegemónica en la ciudad, pero el auto ya acapara la tercera parte de los desplazamientos en la urbe. Y no sólo eso, un habitante de Tlajomulco pasa hasta dos horas, un 15% de su tiempo despierto, atorado en el tráfico. Lo vemos en la forma en que nos tratamos en las calles, como no dejamos pasar a quien busca cruzar la calle o como pitamos incluso sin tener prisa, esta ciudad nos acelera y nos pone de malas. Todo lo que rebasa las cuatro paredes de nuestro hogar nos produce ansiedad y tensión.

Es una ciudad que valora la honestidad como principio rector de nuestra vida, pero relativiza aspectos que son fundamentales en una sociedad honesta. Por ejemplo: el pago de impuestos. ¿Cómo es posible que más del 40% de los tapatíos justifiquemos no pagar lo que debemos al fisco? ¿No existe mayor muestra de solidaridad que aportar a la hacienda común? Acarreamos el pensamiento conservador que antepone el altruismo a las obligaciones impositivas (un porcentaje muy mayoritario de los tapatíos cree en la filantropía). Sé que el Gobierno ha demostrado su incapacidad o falta de probidad para gastar los impuestos, pero ¿eso justificar no pagarlos? ¿No sabemos que la educación o los hospitales públicos son financiados con esos recursos? Una sociedad en donde pocos mantienen a muchos.

Puedo percibir en los datos un anhelo de superación y una serie de relaciones que, sin duda, nos dan optimismo. Los tapatíos somos más felices si estudiamos más. Está bastante estudiado que la acumulación de diplomas no genera automáticamente mayor solvencia económica. Tampoco podemos decir que saber más lleve consecuentemente a la felicidad. Sin embargo, saber nos hace más libres, y la felicidad y la libertad son dos valores indisociables. En la encuesta podemos ver que los tapatíos valoramos mucho la educación, aunque después a la hora de emitir nuestro voto no sea un tema que atraiga grandes pasiones.

La encuesta señala que somos felices. Gran paradoja. Siempre me han parecido inútiles los estudios sobre felicidad. En una sociedad que fustiga a quien no expresa felicidad (sólo basta ver las fotos de Instagram para darnos cuenta que todo el mundo debe ser feliz o pretenderlo), los tapatíos también nos sumamos a tan noble sentimiento.

Sin embargo, a pesar de estas tendencias, sí vemos una relación cada vez más cercana entre felicidad y suficiencia material. No estoy hablando del materialismo simplón -acumular más te hace más feliz- o cómo diría Zygmunt Bauman: toda idea de felicidad moderna termina en una tienda. Sino que el bienestar, y la felicidad por lo tanto, tienen una dimensión material. No hay nada más preocupante que esas sociedades que no exigen porque así son las cosas. El conformismo frente a la realidad, que muchas veces permea el discurso religioso. Por supuesto que hay una relación entre felicidad y buenos salarios; entre felicidad y buena educación pública; felicidad y hospitales de calidad; felicidad y más tiempo libre. Es una felicidad secular que se convierte también en una exigencia política.

Jalisco Cómo Vamos ha hecho un esfuerzo, durante más de un lustro, por sistematizar datos sobre quién somos, qué pensamos y hacia dónde vamos. Estos seis años son un retrato del tapatío, con sus virtudes y defectos, con sus evoluciones e involuciones. Es tiempo que estos datos se conviertan en política pública. Esta es la sociedad que somos y sólo conociéndonos podemos cambiar nuestra realidad.

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