María Félix fue una mujer sobrepasada por su propia leyenda. Hubo un momento de su gloria en el que al mundo le costaba discernir qué era verdad y qué era mentira, pues los mitos que giraban en torno a su persona eran más verídicos que sus escándalos más grandes, sus atributos más improbables, y su vida misma.Antes de la leyenda, el mito, y de ser una de las mujeres que se quedarían para siempre en la historia de México, María Félix anduvo alguna vez por las calles de Guadalajara. Suspiró por los mismos atardeceres metropolitanos, contempló la melancolía irredimible de las torres de la Catedral, y atisbó el horizonte de la ciudad triste en el oro de las cuatro de la tarde.Aquí se casó, aquí tuvo a su único hijo, aquí vio cómo su matrimonio se amargaba en el desencanto, y esta fue la ciudad que dejó con aires más bien de derrota, sin saber que sería el inicio de un sueño que no sospechó nunca. María Félix nació el 8 de abril de 1914 en Álamos, Sonora, pero debido al trabajo de su padre, su familia se mudó a Guadalajara a principios de la década de 1920. Vivió en distintos sitios del Centro Histórico, desde el barrio del Santuario, la calle López Cotilla, hasta asentarse en la que fue su casa por más tiempo, en el Andador Coronilla.Era una adolescente alta, con una mirada que hacía temblar hasta a las piedras, un carácter de felina en acecho, y desde muy joven bastaba su presencia para suscitar los suspiros de la juventud. Su belleza irrepetible también debilitó a los corazones trémulos de la iglesia. Muchos años después de haber hecho su primera comunión en la capilla del Carmen, en Juárez y Pavo, María Félix confesó que el párroco descarriado intentó besarla en la sacristía. La primera señal de su destino ocurrió el primero de marzo de 1930, cuando a María Félix le propusieron que fuera Reina de los Estudiantes de la Universidad de Guadalajara. Tenía tan sólo 16 años, y había sido elegida por unanimidad. María Félix ni siquiera dudó. Tenía tanto carácter, tanto talante, y se envolvía tan bien en su envestidura, que no parecía ser una simple reina elegida por el ánimo de muchos estudiantes alborotados, sino una belleza de todo el mundo.Lo fue. María Félix fue retratada para siempre en unas fotografías muy del estilo de las primeras décadas del siglo XX, con un vestido largo y blanco, un cuello de pavo real, y una cruz en centro del pecho. La subieron a una carroza, y desfiló por las calles de Guadalajara en compañía de otras reinas menos asombrosas, y en su camino dejó un revuelo de pétalos que desordenó el corazón de todo el mundo, y le dijo adiós a los estudiantes y a los viandantes desorientados, y la diva naciente se perdió en las postrimerías de aquel invierno irrepetible. Con información de Fundación María Félix FS