Históricamente, el Cerro de la Reina ha sido muchas cosas: un excelente mirador, el escenario de batallas entre Cihualpilli y los españoles, una locación atractiva para tomar fotografías e incluso un rincón usual para la primera cita.No sólo eso. El Cerro de la Reina combina la fe católica y las leyendas populares, pues así como se puede ir a rezar a la ermita de Guadalupe, también hay quienes, cada Jueves Santo, visitan la piedra que protege los tesoros ocultos en las entrañas del cerro.La variedad de actividades que se hacen allí es tan amplia que encontrar una nueva obliga a un verdadero ejercicio de inventiva. Pero la hay.En plena pandemia por coronavirus, el cerro de la Reina se ha convertido en un gimnasio gigante que opera y sobrevive al aire libre. De poco importa que el COVID-19 haya enviado a su hogar a la metrópoli entera desde hace más de dos meses.El ritual no cambia. Después de las 18:00 horas comienzan a llegar los primeros deportistas. Lo hacen con tapete, botella de agua y sus mejores ropas de ejercicio. El paso está cerrado para los automóviles, pero esa medida para evitar aglomeraciones es prácticamente inútil ante la determinación de unos atletas dispuestos a subir caminando para calentar.Arriba, en la explanada del asta bandera, espera el instructor. Un joven de no más de 25 años es quien dirige al grupo de entusiastas que no se resigna a permanecer en casa.Cuando son alrededor de 40, el show comienza. Todos extienden el tapete en el suelo, se retiran el cubrebocas o lo usan como bufanda. A este punto, ni el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, ni los más de 130 casos positivos de COVID-19 en Tonalá, están en la mente.Pero no son sólo ellos, pues junto al grupo también abundan los mirones. Los que sólo acuden a divertirse o incluso a echar porras. “¡Es sin miedo al éxito, papi!”, le grita un espectador al grupo mientras éste sufre con la rutina del instructor.Y para cerrar: los comerciantes. Porque quién sabe cómo lo hizo, pero el señor de las paletas subió su carrito hasta la punta del cerro. Allí, con paciencia inquebrantable, espera a que la clase termine para ofrecer sus helados, porque después de 100 lagartijas nada es más atractivo que uno.En el ingreso al cerro hay una cadena gruesa para evitar que suban los autos. Por eso salta a la vista un Jetta rojo de modelo atrasado estacionado a un lado de la explanada del cual bajan dos oficiales de Policía, quienes incluso saludan al grupo y lo dejan ser. Después de todo, el deseo de marcar el abdomen nunca ha sido ilegal, así que los uniformados guardan su “sana distancia”.Es tan sana esa distancia que ni el consumo de mariguana en las canchas del cerro los incomoda. Allí, un grupo de más de 20 jóvenes se organiza en retas de seis para jugar futbol en una cancha de cemento. Y aunque fumar no es el objetivo principal, sí acompaña su ecuación.Aunado a quienes siguen como pueden al instructor y a los futbolistas relajados, también están los corredores solitarios que suben y bajan por las colinas del cerro como parte de su rutina deportiva.La vida atlética se ha detenido en casi toda la ciudad. Gimnasios y grandes parques siguen cerrados hasta nuevo aviso. Sin embargo, en el cerro de la Reina no existe el coronavirus. O cuando menos eso es lo que parece.