En un taller repleto de iconografía cristiana, el palestino Firas Hawwash sigue el oficio que heredó de su abuelo: el tallado de figuras religiosas con madera de olivo, una tradición de Tierra Santa que artesanos como él luchan por mantener tras casi un año sin peregrinos por la pandemia.No tiene ganancias desde entonces, se gastó sus ahorros y tuvo que prescindir de casi todos sus empleados. Sin embargo, se empeña en perseverar este oficio que durante siglos se ha transmitido de padres a hijos en la provincia cisjordana de Belén.Entre las callejuelas de la histórica Beit Sahur, junto a la icónica ciudad de Belén, y donde según la tradición se anunció el nacimiento de Jesús a los pastores, Hawwash trabaja cada día en su local con la esperanza de que los peregrinos y el dinamismo económico regresen pronto."No sé trabajar en nada más", comenta, mientras muestra el taller donde esculpe cruces, figuras de Jesús o la Virgen María, personajes del Pesebre o escenografías que representan la Última Cena o la Crucifixión. Las esculpe con una maquinilla eléctrica que modela ramas o troncos de olivo, árbol emblemático de Palestina con una madera de calidad.El proceso de elaboración es más bien largo, de semanas o meses, y algunas de las piezas puedan costar cientos o miles de dólares.A Hawwash el negocio le fue bien hasta la crisis del coronavirus: vendía a tiendas de recuerdos locales o exportaba al extranjero, pero los pedidos cayeron en picado con la irrupción de la COVID-19.El golpe también fue duro para el resto de artesanos del sector. Beit Sahur, el más destacado de la provincia de Belén, alberga cientos de talleres y fábricas de madera de olivo. Son negocios familiares y pequeños, aunque antes del coronavirus empleaban a más de dos mil trabajadores en el tejido industrial local, una cifra alta en territorio palestino.Resistieron a crisis económicas o a las intifadas, dos etapas de cruda violencia en el conflicto palestino-israelí a finales de los ochenta e inicios de los 2000, pero la COVID-19 generó un mayor desafío: el 90 % de talleres cerró, al menos de manera temporal, y pocos artesanos siguen trabajando, dice Joseph Kasis.Antes de la pandemia, este representante comercial de fábricas del sector y propietario de una gran tienda de recuerdos y figuras religiosas podía atender a unos 20 autobuses de peregrinos a diario.Tras años de relativa calma, la afluencia de cientos de miles de turistas anuales era la constante. En grandes grupos, visitaban los templos y lugares santos del área de Belén, sobre todo, la Basílica de la Natividad, donde la tradición establece que nació Jesucristo."Era un no parar", remarca Kassis. Pero todo cambió radicalmente a inicios de marzo de 2020, cuando el distrito de Belén fue el primero en confinarse al detectar los primeros contagios en la región.Poco después, Israel, que controla las entradas en territorios palestinos y a través de él, cerró sus fronteras exteriores. Los peregrinos ya no volvieron.Desde entonces, el comercio de Kassis está vacío y casi siempre cerrado, como la mayoría de tiendas de souvenirs típicas de la zona.Según él, en torno al 70 % de la población de la Gobernación vivía del turismo o ámbitos relacionados. Era el principal motor económico de la región, pero ante la falta de previsiones de mejora inmediata, muchos se buscaron la vida en otros ámbitos, y parte de ellos comenzaron a trabajar en el sector de la construcción de Israel.Otros también se reciclaron en nuevos oficios. Wasim Musleh, otro artesano de Beit Sahur que tallaba figuras navideñas y religiosas de madera de olivo en su pequeño taller, se dedica ahora a pintar casas y relegó su oficio a horas reducidas, según explica.En 2020, Beit Sahur también fue reconocida como Ciudad Artesanal Mundial por el Consejo Mundial de Artesanía, afiliado a la UNESCO, pero "no pudo sacar provecho de ello por el virus", lamenta Kassis.Algunos, como los hermanos Majed e Ibrahim Odeh, que tienen una de las grandes fábricas del sector con doce empleados, mantienen el taller abierto tres días por semana. Aunque redujeron la producción, siguen esculpiendo distintas piezas de olivo, las almacenan a la espera de compradores y buscan abrir nichos de mercado por Internet.Hasta la pandemia, vendían en gran medida a tiendas locales y a mercaderes del extranjero que conocían, pero ahora buscan clientes directos por redes sociales o su página web, defendiendo el atractivo del olivo y la religión para los amantes de Tierra Santa que ahora no pueden visitarla.Esta estrategia, señala Ibrahim Odeh, sólo les dio por ahora pequeños beneficios, pero ante la expectativa de que los turistas aún tardarán en volver, buscan profundizar en ella para mantener abierto el taller y resistir en un oficio de larga tradición entre los palestinos.JM