En la villa Aiha, del pueblo Kalapalo, ubicada en el Territorio Indígena Xingu, las tardes están marcadas por la reunión de hombres en el centro de la aldea. Fue en medio de esta dinámica del anochecer en Xingu, en febrero de 2020, que las primeras noticias sobre la aparición del nuevo coronavirus en Brasil llegaron a esta parte del noreste del estado de Mato Grosso.Los primeros casos de COVID-19 estaban lejanos, concentrados en Sao Paulo, a más de mil 600 kilómetros de distancia, pero los temores sobre la posible devastación que podría causar el virus ya se habían generalizado.Entonces, la comunidad de Kalapalo tomó una decisión: aislarse del mundo no indígena para protegerse.Para ello, fue necesario cerrar la carretera que une el pueblo con la ciudad de Querência. El pueblo Kalapalo vive en el Territorio Indígena Xingu, la demarcación más antigua de Brasil, realizada en 1961, bajo la presidencia de Jânio Quadros.El lugar alberga a unas ocho mil 126 personas, según datos de la Secretaría Especial de Salud Indígena, del Ministerio de Salud.El 20 de marzo de 2020, Theue Kohozinho Kalapalo, uno de los profesores de la comunidad, junto con otros Kalapalo, recogieron sus motocicletas y condujeron hasta un punto en la carretera donde habían talado cuatro grandes árboles.“Yo mismo bloqueé la carretera para impedir la salida de la comunidad a la ciudad y también la entrada”, dice Theue. Este miedo al virus tenía sus razones de ser ya que los Kalapalo saben que su modo de vida compartido facilita la circulación de enfermedades infecto-contagiosas venidas de fuera.El intercambio y reparto de alimentos y las grandes casas compartidas harían imposible la distancia social. También sabían que si el virus entraba lo más probable era que provocara una contaminación generalizada.Además, el recuerdo de la época del sarampión, con la casi aniquilación de diferentes etnias del Xingu, emergió rápidamente con la noticia del nuevo virus letal.El cierre de la carretera no tardó en generar tensiones ya que el viaje a la ciudad, que antes podía durar más de 15 horas y requería coche y barco, ahora se realiza en tan solo 3 horas en moto. La presión fue tan grande que la comunidad decidió quitar los árboles unas semanas después.Los Kalapalo, tratando de reanudar su estrategia de aislamiento, erigieran un portón. Menos agresivo como instrumento de control, la idea era que se abriera al paso solo en ocasiones excepcionales, lo que permitiría rastrear la entrada y salida de indígenas y equipos médicos.Según Theue, intentaron mantenerlo pero fue retirado y recolocado innumerables veces, hasta mediados de noviembre de 2020, cuando finalmente se despejó el paso.Noticias falsasLas razones de estas idas y venidas en las estrategias para afrontar el coronavirus fueron muchas. En parte, tienen que ver con que a la ciudad los indígenas van en busca de una atención médica más compleja, realizar compras básicas, estudiar o trabajar.Sin embargo, la razón por la que fracasó la estrategia de aislamiento inicial fue la avalancha de desinformación sobre la enfermedad que recibieron a través de teléfonos celulares y redes sociales.Eran videos y audios producidos deliberadamente para minimizar los peligros de la enfermedad, fomentar el uso de medicamentos ineficaces o cuestionar la existencia misma del virus en tono conspirativo.Según Theue, parte de la presión para abrir la puerta y dar libre circulación provino de los indígenas del Xingu, quienes fueron influenciados por estas piezas de desinformación.Las noticias falsas decían que ya se había encontrado un remedio, que la enfermedad no mataba, que el hospital era el que mataba a los pacientes, que habían visto en el periódico un ataúd sin un cuerpo adentro.Contrario a los epidemiólogos, que entienden que una comunicación clara, con información precisa y sin generar temor innecesario es fundamental para combatir la pandemia, Brasil tuvo en el Gobierno de Jair Bolsonaro, en su Ministerio de Salud y en el llamado “gabinete paralelo”, un frente de difusión de informaciones falsas o inexactas.El objetivo de la desinformación y las acciones gubernamentales, según un estudio coordinado por Deisy Ventura, de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Sao Paulo (USP), fue promover la circulación del virus para lograr la llamada “inmunidad colectiva”.Los indígenas, como el resto del país, fueron engullidos por esta epidemia de desinformación.A partir del 11 de marzo de 2020, misma fecha en la que la Organización Mundial de la Salud declaró la existencia de una pandemia, y Brasil tenía solo 69 casos confirmados, Bolsonaro se convirtió en un polo central en la emisión de desinformación.Ese día dijo: “lo que he visto hasta ahora es que otras gripes han matado a más que esta”.Diez días después, el presidente pronunció lo que se ha convertido en una especie de eslogan entre los negacionistas y que marcaría el tono de la forma en que manejó la crisis de salud a partir de ese momento: “si yo estuviera infectado por el virus, no necesitaría preocuparme, no sentiría nada o, en el mejor de los casos, me afectaría una gripecita o un resfriadito”.Theue sostiene que “lamentablemente las fake news se hicieron muy famosas, e impidieron nuestra protección de quedarnos en el pueblo”. La comunidad estaba “confundida” y pensando que la enfermedad no era fatal.“Vacuna diabólica”Con la vacunación comenzó a circular en el Xingú otra forma de desinformación que se refería a la prioridad de los indígenas para recibir las dosis.En el contexto actual, en el que los pueblos indígenas sufren constantes amenazas por parte del Gobierno de Bolsonaro, la prioridad fue interpretada de manera diferente entre algunas comunidades. Entre los Kalapalo, por ejemplo, el temor era que se les estuviera usando como experimento para la vacuna.Luiz Penha Tukano monitorea la pandemia entre los pueblos indígenas amazónicos con la Coordinación de Organizaciones Indígenas de la Amazonía Brasileña (Coiab).Es un indígena Tukano, nacido en São Gabriel da Cachoeira, en el extremo norte del estado del Amazonas, y tiene una maestría en salud pública de la Fiocruz Amazônia, con una década de experiencia trabajando con enfermedades vectoriales en el DSEI Alto Rio Negro.Los pueblos indígenas de Brasil son atendidos por un Distrito Sanitario Especial Indígena (DSEI), una estructura federal vinculada a la Secretaría Especial de Salud Indígena.Penha siguió de cerca toda la circulación de desinformación y una de sus preocupaciones actuales es la disparidad de cobertura vacunal entre los pueblos indígenas amazónicos.Según los datos consolidados del Ministerio de Salud del pasado 22 de marzo, mientras el DSEI Altamira ha vacunado al 96% de las personas mayores de 18 años con la primera dosis y el 94% con la segunda, en el DSEI Kayapó do Pará el porcentaje de personas mayores de 18 años vacunadas con la segunda dosis no supera el 42%.Para Penha, la falta concienciación de algunos pueblos indígenas por la vacunación se debe a dos problemas: La inacción del Gobierno federal, que constantemente genera dudas, y la influencia de los misioneros vinculados a las iglesias evangélicas.Al respecto, explica que, en el caso de la vacuna AstraZeneca, muchas personas informaron efectos secundarios.“Lamentablemente, la información es muy rápida, ya sea en internet o los chismes”, explica.La afirmación de Bolsonaro de que las personas podrían convertirse en caimanes con la vacuna tuvo un efecto particularmente concreto entre los indígenas del Alto Xingu, donde existe una asociación entre animales y enfermedades.De hecho, desde la perspectiva de esos indígenas, las enfermedades son causadas por un itseke, un término en Karib que puede traducirse como “animal”, “espíritu” o incluso un “hiper-ser”.En cuanto a la influencia de los misioneros evangélicos, “tenemos informes sobre el tema religioso: ellos dicen que es una vacuna que está ahí para exterminar a la gente. Conozco una persona de São Gabriel da Cachoeira, que vive en Alto Vaupés y que me dijo: ‘Esta vacuna es de Satanás, es una vacuna diabólica’”, comenta.En Xingu, un profesional de la salud que trabajó durante la pandemia y pidió el anonimato se enfrentó a la misma situación. Considera el inicio de la campaña de vacunación como el peor momento de desinformación durante la pandemia.“Fue realmente una negación. Hubo personas que no se vacunaron, alegando que no iban a recibir el chip del diablo. Ésa era la justificación, por miedo a que le implantaran un chip que a los tres meses le provocaría la muerte. Y no fueron una o dos personas. Había muchas familias. Había pueblos enteros que no nos dejaban entrar con la vacuna”, reflexiona el profesional.Hoy, Xingu tiene una buena cobertura de vacunación: el 90 % de los indígenas mayores de 18 años ha tomado la primera dosis y el 79 % la segunda, según datos del 22 de marzo.Sin embargo, comunidades enteras se negaron a la aplicación de la vacuna durante meses en base a las declaraciones del Gobierno brasileño y de los evangelistas, provocando una gran propagación del virus en el Xingu.