Las llamas estaban prácticamente encima de la casa de Dick y Joan Marsala cuando alguien tocó urgentemente a su puerta y les ordenó que se fueran.La pareja de octogenarios solamente tomó una muda de ropa y medicinas antes de huir el jueves en medio de intensos vientos y humo, a medida que el fuego engullía la hilera de casas rodantes detrás de su vivienda en el Rancho Monserate Country Club, al norte de San Diego.Es una historia que se ha repetido esta semana en las comunidades de gran parte del sur de California, luego que los vientos azuzaron chispas hasta convertirlas en infiernos en los que ha muerto una persona, más de 500 inmuebles han quedado destruidos, decenas de caballos han fallecido y cientos de miles de personas se han visto obligadas a huir del fuego que ha quemado casi 647 kilómetros cuadrados (250 millas cuadradas) de terreno desde el lunes.El primer fallecimiento relacionado con los incendios fue confirmado el viernes por la oficina forense del condado Ventura.Virginia Pesola, de 70 años, fue hallada muerta el miércoles por la noche en una ruta de evacuación cerca de un incendio al noroeste de Los Ángeles. Su muerte se debió a lesiones por un choque, inhalación de humo y quemaduras, informó la oficina forense en un comunicado.Las llamas que penetraron Fallbrook, que se hace llamar “La capital mundial del aguacate”, y la cercana Bonsall, donde se encuentra una pista de lujo para el entrenamiento de caballos de carreras, se desplazaron tanto que incluso las personas que hallaron refugios temporales tuvieron que volverse a trasladar cuando el fuego se acercó demasiado.Las llamas surgieron y avanzaron tan rápido que tres personas sufrieron quemaduras el jueves mientras intentaban escapar. Muchos de los que lograron salir ilesos lo hicieron solo con la ropa puesta tras abandonar sus posesiones de toda la vida.Los Marsala y otros propietarios desafortunados regresaron el viernes para percatarse que sus casas estaban en ruinas.Dick Marsala estaba demasiado abrumado como para hablar mientras buscaba su billetera entre los restos humeantes. Asomándose a través de una ventana rota, detectó una fotografía enmarcada de él jugando golf que aún colgaba de un muro ennegrecido.“¡Qué barbaridad!”, exclamó con los ojos llenos de lágrimas mientras se ponía unos lentes para el sol.Los restos chamuscados y grisáceos de gran parte de las viviendas de esta comunidad habitada por personas de 55 años y mayores yacían en marcado contraste con el verde brillante del campo de golf de nueve hoyos donde Marsala y otros solían jugar con regularidad.Tom Metier se estaba lavando los dientes para acudir a una cita médica cuando agentes de la policía llegaron y le gritaron: “¡Salga ahora!”.Metier se sorprendió al encontrar su casa intacta el viernes. Tuvo suerte, pues en una calle habían desaparecido las 24 casas rodantes.SA