Si algo tiene el presidente López Obrador es una habilidad política superior. Entiéndase por ello la capacidad para hacer que las cosas pasen… o que no pasen. El lunes dio una muestra incontrovertible de ello cuando recibió en citas contiguas para tratar el tema de la presa de Zapotillo primero a los gobernadores de Jalisco. Enrique Alfaro, y de Guanajuato, Diego Sinhue Rodríguez y, minutos después, a los representantes de los pueblos afectados y productores de la zona de los Altos de Jalisco. A cada uno le dijo lo que quería oír, con ambos acordó dar seguimiento a las demandas, pero con ninguno se comprometió.¿Habrá presa?, ¿de qué altura?, ¿cómo se distribuiría el agua? De eso nada sabemos, pues, si atendemos a las versiones que los asistentes dieron de cada una de las reuniones (el presidente no dijo lo que había tratado con ellos), lo único seguro es 1. Que no se va a destruir la obra construida hasta ahora. 2. Que se seguirá estudiando la viabilidad de llevarla a 105 metros o de concluirla en 80. 3. Que no habrá un peso para la presa en el presupuesto de 2020 o, lo que es lo mismo, la presa hoy por hoy está congelada.Podemos llamarlo perversidad, habilidad, cinismo, como cada uno guste, lo cierto es que el presidente ha jugado desde la campaña a darnos Zapotillo con el dedo diciéndole a todos lo que quieren escuchar, pero sin comprometerse jamás con una decisión. Él hizo un compromiso con los habitantes de Temacapulín de no inundar el pueblo, otro con los habitantes de León de terminar la presa para dotar de agua a la ciudad y con los de Guadalajara de que habría agua de esa presa para atender las necesidades de la ciudad. Es, evidentemente, imposible cumplir las tres promesas al mismo tiempo, así que se la ha llevado pateando el balón, exactamente igual como hizo el gobierno de Peña Nieto. Luego obligó a los gobernadores a manifestarse públicamente por una presa de 105 metros, que implica la desaparición del pueblo de Temacapulín y en el momento de las definiciones él no dijo esta boca es mía.Lo más barato para el presidente es no hacer nada. Siempre serán los gobiernos anteriores los responsables del fracaso de la obra y los gobernadores los receptores de la presión. Pero, sobre todo, a querer o no, son dos estados que no le son cómodos políticamente: Guanajuato fue el único que no votó por él; en Jalisco, Alfaro se ha convertido en un foco de oposición, si bien cada día menos amenazante, no menos visible.Si hoy tuviéramos que apostar los momios nos dirían que no es por ahí, que si sabemos contar no contemos con Zapotillo y comencemos, desde ya, a pensar en muchas pequeñas soluciones (reducción de consumo, recuperación de caudales, mejor aprovechamiento de las fuentes actuales, etcétera) que estén en nuestras manos. Si en el camino llega la presa, mejor para todos.(diego.petersen@informador.com.mx)