Imagina que vas saliendo de tu trabajo, vas camino a casa en el camión del transporte público, fue un día pesado y solo quieres llegar a casa a descansar, cenar y pasar un momento con tu familia. Imagina que hombres armados y con bidones en mano llegan y te gritan para que bajes, a punto de pistola, lo más rápido que puedas. La escena ya la has visto muchas veces antes, sabes que si no bajas pronto no se tocarán el corazón y te quemarán con todo y vehículo. No alcanzas a comprender bien qué ocurre, pero probablemente tampoco quieras hacerlo. Solo observas como frente a ti se incendia el vehículo en el que hace algunos momentos viajabas. Quieres correr, huir, gritar, pedir ayuda, hablar con tu familia. Solo agradeces estar bien. Los criminales huyen. Como puedes llegas a casa, les cuentas lo que ocurrió y ves cómo la historia se repite a lo largo de la noche, los delincuentes prendieron otros dos autobuses, autos particulares, un camión de refrescos y hasta una tienda de conveniencia. Es el terror, pero tú estás bien. Recuerdas que ya ha pasado antes. Tadeo tenía 8 meses estaba a punto de ser bautizado, pero murió porque su pequeño cuerpo no resistió las quemaduras que le dejaron las llamas que lo alcanzaron a él y su mamá porque aquella tarde del 21 de mayo de 2018 no alcanzaron a bajar del camión en el que viajaban. Su madre murió también pocas semanas después. Pasó también en marzo del 2012 y en mayo del 2015, y aunque las fechas quizá disten una de otra, pareciera que la sorpresa ya no fue la misma. La ciudad no conmocionó de la misma forma. Al día siguiente tú y muchas cientos de personas se levantaron de la misma forma que un día anterior, para ir a trabajar. Nada paró, a diferencia de Guanajuato, donde durante la misma noche también hubo diversos bloqueos y negocios incendiados, algunas labores se detuvieron. Aquí no. Como si cada día normalizáramos un hecho de inseguridad nuevo, como si ya no solo fueran los robos, los homicidios, las desapariciones, las fosas clandestinas, sino también los bloqueos, como si nosotros mismos tratáramos de comprar el Jalisco utópico que desde hace un par de años ha tratado de vendernos el gobierno estatal. En Jalisco se matan entre ellos, en Jalisco no hay retenes, en Jalisco las víctimas en algo andaban, en Jalisco los bloqueos no figuran porque al final, solo fue lo material. ¿Necesitábamos que alguien muriera otra vez para ver la gravedad del asunto? ¿Qué niveles superiores a estos, qué tanta atrocidad necesitamos ver para sorprendernos si todas las semanas un nuevo hecho peor que el pasado?¿Cuándo vamos a parar para exigir a las autoridades que hagan su trabajo, que garantice el derecho a vivir en un lugar seguro, sin el miedo y la duda de saber si al salir volveremos con bien a casa a ver a nuestras familias? ¿Dónde está la coordinación de prevención que tanto se presume si la estrategia es más bien reaccionar a lo que ya pasó, demostrando que el crimen organizado está más organizado que las propias coordinaciones de prevención? Visibilizarlo no trae pánico, el pánico está ahí, en la esencia del propio hecho, porque la gente no es tonta. Por supuesto que percibe que las cosas en materia de seguridad no son las mejores y que están muy lejos de serlo, pero la necesidad de cumplir con sus obligaciones y de continuar para llevar el sustento a casa son más fuertes. Por ello no importa si hay un homicidio o seis, si hubo una balacera o enfrentamiento, o si las llamas volvieron a paralizar por algunas horas la ciudad, al día siguiente te levantarás pese al miedo y emprenderás normal con tu rutina, porque si la autoridad nada puede hacer para detenerlo, muy seguramente tampoco podrás hacerlo tú y sin embargo, hay que seguir.