Llegó el día en el que México cambió de rostro. Ahora tiene el de una mujer. En realidad lo ha tenido siempre, pero ahora el mundo verá que este país será gobernado por Claudia Sheinbaum, la primera Presidenta en una arraigada historia de patriarcado político, irónicamente en un territorio donde la mayoría de los votantes son mujeres, donde la mayoría entre los manifestantes en las calles son mujeres y donde hay más madres solteras líderes de familia que padres cumpliendo esa misma misión.Cristina Rivera Garza (Premio Pulitzer 2024, Premio Sor Juana 2001) escribió en The New York Times la semana pasada el artículo Mexico’s Women Are Speaking. Will a Female President Listen? sobre la importancia de tener a una mujer Presidenta en México, pero sobre todo la importancia de escuchar la problemática de las mujeres. Ella, en primera persona, sabe lo que la violencia de género significa y lo que es vivir en la búsqueda de justicia desde que en 1990 le arrebataron a su hermana Liliana, una joven de tan sólo 20 años.De la misma manera, Natalie Kitroeff, la periodista del diario estadounidense antes mencionado, a quien el Presidente López Obrador exhibió en febrero pasado durante una mañanera publicando sus datos personales, se dio a la tarea de preguntarle a una treintena de mexicanas su opinión sobre el que una mujer finalmente gobierne su país. Las respuestas no disentían mucho entre unas y otras: estudiantes, investigadoras y activistas formaron parte del artículo. La mayoría opinaba que ya era hora de que así fuera. El voto de confianza sobre todo, independientemente de quién ganara la elección, era para hacer un cambio. Si bien la paridad de género en la política mexicana se hizo notar porque así lo exigía la ley, queda claro que estas elecciones no fueron diseñadas con un perfil de género. No hubo -de ninguno de los candidatos- una propuesta clara de seguridad para combatir el feminicidio o avanzar con la legalización del aborto, en este país que apenas si alcanza para la despenalización del mismo con todos los obstáculos que se han observado al respecto. Pese a todo, el domingo 2 de junio de 2024 hubo un cambio en este país. A nivel anímico sobre todo. Hombres y mujeres se mostraron satisfechos de que una mujer representara al partido oficial con auténticas posibilidades de ganar y que también la oposición tuviera a una mujer capaz de confrontar a un Presidente -algo impensable décadas atrás-. El resultado no sorprendió a nadie, las encuestas hablaron con mucho tiempo de anticipación y no se equivocaron; sin embargo, la gente tuvo claro el valor de su voto, y salió a las urnas contra los elementos externos desde el clima insoportable y la seguridad incierta, hasta el caos vial y los tumultos. Ahora resta esperar el rumbo hacia donde la Presidenta electa llevará a este país. Si sus decisiones serán auténticas y tendrá la capacidad de deslindarse de la tutela de su antecesor o simplemente repetirá los patrones aprendidos para concluir los proyectos iniciados por el Presidente López Obrador y su 4T. Mucho se ha hablado del inicio de un nuevo “Maximato” en México, cada quien tiene su opinión; lo cierto es que Claudia Sheinbaum tiene una oportunidad de oro para hacer una diferencia, ¿será que podrá hacerlo? Lo veo venir. Seguramente a la primera Presidenta se le criticará con más rigor que a sus antecesores, tendrá un reflector y una lupa muy grandes sobre ella; le toca esforzarse el doble: recibe un país muy lastimado con una enorme deuda en materia de seguridad e impunidad que no pudieron saldar ni el sexenio en curso ni todos los anteriores, pero confío en que se defienda desde su trinchera bien armada. Es lo que toca. Las mujeres que lucharon por el derecho al voto hace casi 71 años no lo vieron, puede que ni siquiera lo creyeran posible, pero nuestros ojos hoy tienen la oportunidad de ver cómo una mujer gobernará este país. Llegó el día.