Imagina buscar a tu hijo, hermana, papá, o a cualquiera de tus familiares con pico y pala en mano. Muy probablemente no hay forma de describirlo y no se le desea a nadie.Así, desde hace algunos años, familias que buscan se han dado a la tarea de escarbar por predios, fincas, lomas y baldíos, ya sea a partir de denuncias anónimas o donde presienten que pueden encontrarse indicios según las mismas investigaciones que ellas mismas han seguido. Y así, empíricamente han aprendido el conocimiento que criminalistas y especialistas han desarrollado a través de las aulas, pero ellas, a partir del dolor, la angustia y la necesidad de ver, quizá por última vez, a sus familiares, incluso si se hallan bajo la tierra.Van picando y oliendo los instrumentos y la tierra para encontrar los indicios, cualquier aroma que les encamine a un "positivo", pero también han aprendido a identificar la tierra y su vegetación, encontrando, por ejemplo, el crecimiento de ciertas plantas que se reproducen fácilmente donde la tierra se ha nutrido de restos humanos.Entre ellas están, por mencionar algunas, el huizache, el ricino, o la verbesina, esa pequeña flor amarilla que parece un sol alzado al cielo. Encontrarlas en los terrenos donde buscan son un aliciente que en un primer vistazo motiva a las familias a continuar con sus búsquedas en los terrenos elegidos, como un punto de partida.Así echan mano de la ciencia y la botánica para seguir sumando herramientas que les permitan hallar a sus seres queridos, siendo el primer filtro para dar aviso a las autoridades en caso de un positivo y obligarlas a llegar a los sitios de inhumación clandestina para seguir buscando a partir de otras herramientas tecnológicas de su labor. Lo anterior es solo un poco de lo que comparte del libro "Interpretar la naturaleza para encontrar a quienes nos faltan", impulsado en colaboración con familias buscadoras y la Comisión Estatal de Búsqueda, donde se detallan todas aquellas herramientas que han sido aprendidas por las familias durante las búsquedas en campo, y que han sido fortalecidas con la tecnología de las dependencias para localizar a quienes hoy nos faltan.Y aunque no es de la forma en la que quizá, las familias quisieran ser reconocidas, hoy están ayudando a la generación de conocimiento que resulta en el hallazgo, tan solo este año, de alrededor de 95 víctimas, inhumadas de 16 fosas clandestinas halladas en la Zona Metropolitana de Guadalajara. La lucha de estas familias es un recordatorio doloroso y poderoso de lo que sucede cuando la justicia y el Estado fallan en su responsabilidad de buscar. Estas mujeres y hombres, empujados por el amor y el dolor, han tenido que convertirse en expertas y expertos en ciencias forenses, botánica, criminología, criminalística y Derecho, entre muchos otros saberes, no por elección, sino por necesidad. Su valentía y determinación no solo desafían la indiferencia, sino que también visibilizan la ausencia de un sistema que debería protegerlas, el enfrentarse a un vacío institucional y asumir un rol que jamás imaginaron desempeñar, pero que es su respuesta ante la desesperación y el abandono.Hoy, estas familias no solo buscan a sus seres queridos, sino que están dejando por sentado un camino de conocimientos y estrategias que, esperemos, un día puedan ser un referente institucional. Este ejemplar no es solo una guía, sino un testimonio de resiliencia y un llamado a la acción, que se convierte además en memoria tangible de su labor. Es momento de que el Estado y la sociedad reconozcamos y respaldemos estas luchas, entendiendo que nadie debería depender de la fuerza y el ingenio de sus seres queridos para ser encontrado, y exijamos que las autoridades pongan mano en esta problemática para evitar las desapariciones que mantienen a Jalisco en el primer lugar nacional, con más de 15 mil víctimas.