Lunes, 25 de Noviembre 2024

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Vivir en el campo, en un pueblo: tequila y bayas, por ejemplo

Por: Juan Palomar

Vivir en el campo, en un pueblo: tequila y bayas, por ejemplo

Vivir en el campo, en un pueblo: tequila y bayas, por ejemplo

Se dice fácil. Cientos de miles de jaliscienses se han visto orillados a abandonar, desde hace décadas, el campo y a venirse a Guadalajara o irse a Estados Unidos. Por penuria económica, falta de trabajo, de servicios, de infraestructuras de todo tipo; por buscar un lugar con mayores atractivos, vitalidad, distracciones… Con estas condiciones, es muy difícil pedirle arraigo a la gente del interior del Estado y buscar así una calidad de vida satisfactoria en el medio rural, evitar la costosísima macrocefalia de Guadalajara, el aumento geométrico en las dificultades de la capital de Jalisco, de la Zona Metropolitana para proveer de todo lo necesario al número siempre creciente de sus habitantes. Y, claro, la sangría de la cada vez más peligrosa emigración al norte.

Pero es indispensable cambiar de óptica. Centrémonos en dos hechos económicos muy relevantes: la eclosión, el naciente emporio de las llamadas “berries” (denominación pocha y bastarda que se da malamente a lo que en castellano se llama bayas). Y el ya duradero emporio del Tequila. Dos polos rurales y regionales de potencia productiva extraordinaria, y que ofrecen un más que promisorio futuro, decenas de miles de empleos. Y mucho más.

Mayormente, esa gran riqueza generada ha servido sobre todo para que los empresarios se enriquezcan. Claro que dan trabajo: ¿bien remunerado? ¿Por qué en el caso de las bayas es frecuente importar mano de obra mal pagada y peor alojada desde los estados del Sur? ¿Por qué en los municipios concernidos no se aprecia notablemente esa bonanza sino todo lo contrario?

El efecto del tequila y de las bayas concierne a amplios territorios, múltiples municipios, grandes contingentes humanos. Pero Tequila o Amatitán, por ejemplo, (se podría hablar de Atotonilco, en los Altos, etcétera) han sido por décadas pueblos carentes de muchos elementos para ser lugares con mejor calidad de vida, mayor sustentabilidad, servicios, viviendas e infraestructuras adecuados, personalidad genuina, planeación urbana y ecológica del nivel requerido. ¿En dónde está la desconexión entre empresas multimillonarias en dólares con municipios y gentes? Y no se está hablando exclusivamente de las cabeceras municipales sino de todos los enclaves habitados de los términos territoriales.

Sobre las bayas: ya dejan más dinero que el tequila; y dejarán mucho más. Con grave retardo, nos dimos cuenta del generosísimo filón de riqueza que suelo y clima jaliscienses ofrecen para el cultivo, comercialización y exportación de bayas de diversos tipos. Pero allí está ahora el boom, que se ha triplicado en solo cinco años. En los municipios de Jocotepec, Zapotlán el Grande, San Sebastián (mal apodado “Gómez Farías” todavía), Zacoalco, Zapoltictic, Tuxpan, entre otros, sucede ahora lo impensado, lo inédito, lo tan bienvenido: la virtual prosperidad jalisciense.

Pero es urgente, esencial, que esta prosperidad se reparta, descienda a toda la población por diversos caminos: trabajo, impuestos bien empleados, comercio…y mejoras radicales en pueblos y rancherías que logren arraigar a su gente y que reciban con toda propiedad a los crecientes contingentes que regresan del Norte.

Siendo muy concretos, una sugerencia de efecto inmediato: que las empresas tequileras y bayeras “adopten” pueblos, aldeas y rancherías de sus áreas de influencia y que manden hacer, en acuerdo con las autoridades, otros tantos planes maestros, incluyendo la arquitectura específica necesaria, para encaminar definitivamente a esos asentamientos rumbo a la prosperidad, el sano crecimiento, el bienestar y la belleza. Sí, la belleza, indispensable si se aspira a habitar con plenitud cualquier lugar, derivada de la riqueza de todos: el suelo, el cielo, los agaves y las bayas.

jpalomar@informador.com.mx

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