Numerosas antiguas culturas consideraban la vejez como símbolo y sinónimo de sabiduría, tan así era el respeto que se convertían en venerables consultores haciéndoles sujetos de una cierta especie de infalibilidad por lo que sus consejos y opiniones eran casi ley y aplicación de justicia. Este admirable fenómeno hacia menos pesada la carga de la vejez y atenuaba el inherente miedo a la inevitable muerte. Ahora nos llaman: “tercera edad” en un sentido hasta cierto punto discriminatorio o bien “adultos mayores”, como tratando de evadir la realidad.Lo cierto es que por mas sofisticaciones y grandes frases celebres respecto a las ventajas de llegar a ser “adulto mayor” la pesada realidad es otra, no parece exagerado decir que la carga de los muchos años es eso, una fatigosa, pesada y molesta condición. Para ciertos casos, sobre todo de “achaques” y recurrentes molestias y/o enfermedades la vejez es el vestíbulo del purgatorio aquí en la tierra. Como la vejez es insita a la muerte, el arribo de la misma por mas que se diga lo contrario provoca un explicable temor, incluso eventualmente se torna en obsesivo pensamiento patológico con extrañas e inexplicables reacciones como la de recurrir al suicidio.Como una especie de continuidad del enigma que significa la muerte aparecen los casos de aquellas madres, padres e hijos que nacieron con algún tipo de discapacidad especialmente tipos de discapacidad que les obliga a depender de terceras personas. Es cuando la vejez y su inevitable consecuencia la muerte, provoca otro tipo de sentimientos de suyo contradictorios.Una vez que ha terminado la fatigosa etapa de la aceptación de la presencia del hija(o) con discapacidad y se entra de lleno en el proceso de asumir todas las responsabilidades inherentes a su condición como dolores y fatigas emocionales que provoca la situación de vulnerabilidad del hija(o), amen de que en ciertos casos los trastornos físicos, psíquicos y neurológicos se hacen presentes, es entonces cuando la vejez y su inevitable paso, a la muerte, rompe todos los cánones y echa por tierra las sabia consideraciones que los grandes filósofos y pensadores han expresado respecto a la vejez y a su inevitable consecuencia, la muerte.Mas temprano que tarde hace su aparición un extraño y contradictorio deseo: “que mi hija(o) muera antes que yo, esta idea provoca un curioso oximoron: el sufrimiento de su muerte acarrea la alegría de saber que no sufrirá el abandono, en otras palabras la alegría de conocer su ultimo destino.La vejez acompañada de la presencia del hija(o) con discapacidad y además con trastornos diversos hacen los dias cada vez mas impronunciables, Dios y su sabiduría se convierte en una ausencia presente, no hay necesidad de invocarlo, la fe arrastra su carga de melancolía, y esta se experimenta como un estado absurdo pero misterioso, jamás vuelven actuar simultáneamente el cerebro y el corazón, en consecuencia rara vez se dispondrá de un juicioso entendimiento.Termino, espero que congruentemente, aludiendo a E. Powell: “Lo que somos es el regalo de Dios para nosotros. En lo que nos convertimos es el regalo de nosotros para Dios”.