Martes, 29 de Octubre 2024

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Van por la libertad. También por la democracia.

Por: Fernando Núñez de la Garza

Van por la libertad. También por la democracia.

Van por la libertad. También por la democracia.

El expresidente López Obrador y la presidenta Claudia Sheinbaum afirman que sus reformas implican más democracia para el país. Sin embargo, sostener tal argumento es sumamente engañoso. Porque lo que sus reformas realmente entrañan es el fin del liberalismo político, lo que inevitablemente llevará al fin de la democracia mexicana.

El liberalismo defiende fundamentalmente la libertad y al individuo. El nacimiento de la doctrina liberal se le atribuye a John Locke en el siglo diecisiete, quien afirmó el derecho individual a la vida, la libertad y la propiedad privada. El liberalismo sirve como contrapeso a la dictadura de las mayorías, limitando el poder del Estado a través de la ley, la división de poderes y los derechos humanos. Por otra parte, la democracia defiende fundamentalmente el voto popular y las decisiones mayoritarias. Su nacimiento se remonta a la antigüedad griega, donde los ciudadanos votaban directamente por los asuntos de la polis. La democracia sirve como contrapeso a la dictadura de las oligarquías, al darle voz a todos los ciudadanos, incluyendo aquellos con menos recursos.

Morena, de manera creciente, va contra el liberalismo político. El desprecio a la ley ha sido una constante, y jamás en nuestra historia democrática hubo un gobierno mexicano con tantos desacatos judiciales. La división de poderes comienza a ser cosa del pasado, al usar Morena sus mayorías artificiales legislativas para colonizar el poder judicial y, finalmente, dinamitarlo con una reforma que destruirá el orden constitucional. Y, no teniendo suficiente con la captura de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, ahora abogan por la “supremacía constitucional”, que en palabras llanas significa la indefensión individual y el sometimiento de los derechos humanos al poder cuasi-absoluto de la presidenta y su partido.

Después del liberalismo, sigue la democracia. Todo comenzó con una sobrerrepresentación artificial del 20%, la cual no se veía desde 1952, en la cúspide del poder autocrático priista. Esa sobrerrepresentación le quitó representación al 20% de los votantes mexicanos que emitieron su voto para el Congreso de la Unión, es decir, a una quinta parte de los electores mexicanos: la oposición ganó el 46% del voto legislativo, pero obtuvo solo el 26% de los escaños congresionales. El partido en el poder también tiene ya en su bolsa al órgano jurisdiccional electoral, el Tribunal Electoral, con dos sillas vacías y tres de cinco magistrados de su lado. Lo que sigue es someter el órgano encargado de organizar las elecciones, el Instituto Nacional Electoral, con la intentona de concentrar el poder en la consejera presidenta, algo no visto en nuestra historia democrática. De esperarse: Guadalupe Taddei goza de amplias redes personales con Morena.

Ningún mexicano vivo ha visto tales cambios a la Constitución de 1917. Es lo que se conoce como “Constitución semántica”: una constitución que existe físicamente, pero que carece de espíritu democrático. Lo que viene es el espíritu de Santa Anna: usar la constitución a modo, con el caos político asomándose por detrás.

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