Podemos reprogramar nuestros cerebros y aquello de lo que somos capaces y a la vez, expandir lo que creemos que podemos lograr. A los niños se les enseña a ser valientes, mientras que a las niñas perfectas. El resultado de esta necesidad tóxica de complacer a la gente es que la vida puede pasar rápidamente cuando se trata de lo que los demás piensan, y muy poco acerca de lo que queremos, necesitamos y creemos, por no hablar de lo que merecemos.La creencia de que los niños son rudos y resilientes mientras que las niñas son vulnerables y tienen que ser protegidas es respaldada ampliamente. En 2017 la Organización Mundial de la Salud publicó un estudio sobre los arraigados estereotipos de género en 15 países, sin importar el nivel de desarrollo económico y social. Los resultados expusieron que estos “ideales” inician su construcción en varones entre los 10 y 14 años de edad.Si los niños intentan algo y les sale mal, siguen intentándolo y regresan. Para las niñas, perder es una derrota personal. Se ve el fracaso como la condena definitiva de la valía de las mujeres en lugar de ver las habilidades que tienen como un proyecto en desarrollo. A nosotras nos inculcan a ser discretas, a no auto promover los logros, mientras que los colegas masculinos los proclaman orgullosamente.La modestia involucionó en una docilidad incómoda; callada, contenida, modesta, agradable, de fácil conveniencia. Elogios que pudieron haber granjeado un alto aprecio en la infancia, pero no necesariamente hacen un favor como mujeres adultas. Son mensajes que las niñas reciben de la cultura en la que vivimos, y de los que sus padres están atrapados en la misma red. No todo está perdido. Se trata de tomar conciencia de estas creencias interiorizadas y tomar decisiones diferentes. Se pueden revertir y reaprender estos hábitos y ayudar a nuestras hijas a hacer lo mismo, con un poco de práctica y consciencia. La presión del empoderamiento de la mujer puede aterrorizar a las nuevas generaciones, lo que nosotros podemos ver como inspiración, ellas lo toman como expectativa, con el contexto de una cultura que alaba la perfección sin esfuerzo.Inmersos en los días de violencia en contra de las mujeres y niñas en el Área Metropolitana de Guadalajara hay mucho por hacer. Asumamos la responsabilidad que tenemos como parte de una familia o de la sociedad misma.El título de esta columna lo tomé del libro con el mismo nombre, “Valientes e imperfectas”, de Reshma Saujani (Editorial Océano), que debería considerarse como una guía para entender y rectificar esos desafíos estructurales de las mujeres; para conocer las formas de ser valientes e inspirar los cambios sistemáticos que se requieren. Aunque falta mucho para materializar esas transformaciones en materia de igualdad de género, debemos seguir presionado, fuerte, insistentemente, para llegar al contexto socio-cultural que merecemos.