El calado de las nuevas reformas que pretende Andrés Manuel López Obrador tiene el potencial de vaciar de contenido la campaña electoral que iniciará tres semanas después de que el Presidente anuncie su paquete de iniciativas el 5 de febrero.AMLO se robará la atención y el debate durante meses, y cuando mucho dejará a su partido, movimiento y candidatas y candidatos el papel de actores secundarios que promoverán y validarán esta especie de coronación del sexenio. El tabasqueño atrapará los reflectores no sólo en las semanas en que, por la marciana disposición de eso llamado intercampaña, los partidos oficialistas y los de oposición, y sus candidatas y candidatos, tienen una mordaza que les complica expresarse y/o promover posturas políticas.El asunto va, cabe reiterarlo, más allá de lo electoral, pero será esto lo que primero sea capturado por el Mandatario tras el anuncio de sus reformas. Las iniciativas quieren poner de cabeza la estructura de equilibrios y límites al Poder Ejecutivo, y el origen y composición del Judicial. Y, por lo que se sabe, también redefinir cuestiones electorales. Sin embargo, el ámbito que a la postre resultaría avasallante es el que corresponda a las iniciativas que de alguna manera propondrán un nuevo paradigma de justicia social, o de concepto de dignidad para los más pobres.La reforma a las pensiones supondrá que con relativamente poco gasto se le ponga esteroides a la percepción de la gente de que este Gobierno sí representó un antes y un después en la atención de los más desposeídos. Si tres mil pesos al mes de la pensión universal le granjea al Presidente enorme reconocimiento en las encuestas (en la de El Financiero el único renglón temático en el que sale francamente bien evaluado), cuánto más galvanizará ese apoyo si logra que miles se pensionen con una cantidad similar extra.El enfoque progresivo de los apoyos que se pretenden es lo que haría al mismo tiempo viable y potente esta nueva política. Los más beneficiados serán aquellos que más lo necesitan, que más lo apreciarán, y para los que no debería regatearse esfuerzo político y económico alguno a fin de lograr que se les dé este nuevo respaldo.Encima, esta iniciativa será cabildeada como una reforma que premia la contratación con todas las de la ley de los trabajadores formales, otra de las batallas del Presidente.Es algo así como ponerle un segundo piso a la universalización de la seguridad social, o dotar de más contenido el acento de “bienestar” que promueve la administración. Las iniciativas generarán algarabía en la clase trabajadora, y los partidos de oposición habrán de calibrar detalladamente su reacción al respecto. El margen de maniobra que les dejará el Presidente será mínimo y podrían resultar entrampados sin remedio. El caso de Claudia Sheinbaum es, por supuesto, muy distinto. Si el Presidente se consume el tiempo de la campaña, y es la oposición la que batalla con los temas que Palacio Nacional le va obligando a retomar, la candidata oficial estará más que nunca en caballo de hacienda rumbo al triunfo. Pero, también es cierto, será una campaña sui generis: si ya se decía que el tema de la continuidad haría que la presencia, imagen o sombra, como se guste, de AMLO flotara sobre la contienda, qué decir si en paralelo el Congreso llenará el debate con AMLO promete “menos gasto gubernamental y más apoyos”.López Obrador está a punto usurpar las elecciones para que sean sobre él, sobre la continuidad de su movimiento, y sobre lo incapaces de sus opositores para adivinarle las jugadas.